Una conversación bilingüe es aquella que llevan a cabo dos hablantes cuando cada uno habla en una lengua distinta, siendo las dos lenguas comprendidas por ambos interlocutores. La conversación bilingüe es una realidad de cada día en Cataluña y en las muchas otras comunidades del mundo. Aquí, por ejemplo, es frecuente que unos hablen catalán y otros, español, en las reuniones de trabajo en Barcelona y las zonas más bilingües. Las conversaciones bilingües son también la experiencia de muchas familias catalanas, en las cuales el padre habla en español, por ejemplo, y la madre, en catalán. Ambas lenguas se hablan indistintamente en la casa. Unos miembros hablarán más una, otros, la otra, pero todos se entienden. También en el día a día podemos escuchar en bares y otros lugares públicos a grupos de personas hablando juntos, unos en catalán, otros en castellano.

Las conversaciones bilingües en Cataluña no se limitan a los catalano y castellanohablantes. Lógicamente también se dan entre los hablantes de otras lenguas cuando hay comprensión mutua. Es frecuente, por ejemplo, que hijos nacidos en Cataluña de padres marroquíes hablen en casa la lengua de origen de los padres, pero cuando llegan a la adolescencia, se pasen al español y se dirijan a sus padres en esta lengua, mientras éstos continúan respondiéndoles en árabe.

Si nos centramos en el uso social de las dos lenguas de Cataluña en las interacciones de la vida cotidiana, podemos decir que la conversación bilingüe es una buena opción. Uno habla en castellano, el otro en catalán y ambos se entienden. Nadie debe sentirse violentado y todos pueden hablar en la lengua que quieren.

Debería hacérseles pedagogía de la conversación bilingüe a los sectores fundamentalistas lingüísticos catalanohablantes, los cuales viven convencidos de que cuando ellos abren la boca para pronunciar unas palabras en catalán, irremediablemente el interlocutor adquiriere el deber moral de contestarles en esta misma lengua.

Hace unos años, leí una entrevista a Josep Ramoneda (quién le ha visto y quién le ve) en la que afirmaba que la cuestión de las lenguas en el día a día de las personas en Cataluña debería funcionar así: cuando uno sale a la calle y se dirige a alguien en catalán, esta persona debería responder en idéntica lengua. De la misma manera, argumentaba Ramoneda, si uno sale a la calle y se dirige a otro en español, sobre este último recae la obligación de responder en idéntico idioma.

El singular enfoque de Ramoneda es compartido por aquellos sectores catalanohablantes inclinados a la fanatización lingüística. Su lógica es la siguiente: tenemos un hablante A (normalmente ellos mismos como catalanohablantes) que se sitúa como iniciador de la conversación y que exige ser respondido en su lengua para poder “vivir en catalán”. Mientras, su interlocutor, el hablante B, es situado en el papel de marioneta al servicio de que el hablante A pueda vivir en la lengua de su elección. Obviamente, la comunicación entre las personas no se parece en nada a este escenario. La comunicación, mal les pese a los extremistas lingüísticos, es cosa de dos. Tantos derechos tienen el hablante A como el hablante B, y una buena forma de canalizar ambos derechos es a través de la práctica de la conversación bilingüe.

Respecto a las motivaciones para llevar a cabo conversaciones bilingües por parte de las personas dentro de las familias, entre amigos o en los lugares de trabajo, son diversas e incluyen también motivaciones políticas. En más de una ocasión, algunas personas me han relatado, disgustadas, que ellos han iniciado una interacción lingüística con un desconocido en la calle o en un servicio y que éste les ha respondido todo el tiempo en catalán, a pesar de que ellos le hablaban en español, aduciendo que el interlocutor lo hacía por motivos políticos. Puede que, efectivamente a veces, o con frecuencia, haya razones políticas para mantenerse hablando en catalán mientras el interlocutor habla en español. Sin embargo, debemos aplicar el mismo principio: tantos derechos tienen el hablante A como el B. Y respecto a los motivos concretos que puedan llevar a una persona a no cambiar la lengua, estos pueden ser motivos políticos, no pasa nada. Porque la cuestión no es que uno hable en catalán cuando el otro se le dirige en español; la cuestión es que no quiera imponer su lengua al otro. No importan los motivos por los que uno opte por hablar siempre en catalán --o en castellano-- si no aspira a imponerle su lengua al interlocutor. Son ambos interlocutores, de común acuerdo, quienes deben encontrar cómo comunicarse, sea hablando en una sola lengua si pueden ponerse de acuerdo, o, mejor, practicando la conversación bilingüe.

Las conversaciones bilingües son la forma más óptima de comunicación en las comunidades bilingües donde las dos lenguas autóctonas son comprendidas prácticamente por todos. No es el caso del País Vasco, pero sí de Galicia y de la Comunidad Valencia y Baleares, además de Cataluña. En estas cuatro comunidades, nadie debería tener que privarse de hablar en la lengua que quiere, ya que puede ser comprendido por los otros.

En conclusión, la conversación bilingüe es una práctica comunicativa ejemplar porque implica diversidad lingüística real, libertad de elección lingüística para los hablantes y respeto para todos. Potenciémosla.