¿Tiene sentido reforzar el autogobierno de los que dicen que quieren independizarse? Hay varias consideraciones a hacer en torno a esta cuestión, que resulta de actualidad al encarar las negociaciones con el gobierno independentista de la Generalitat y en la perspectiva de la Agenda para el Reencuentro, las 44 medidas sobre financiación, cooperación institucional, política social, servicios públicos e infraestructuras, que propone el Gobierno de España.

La estrategia oculta de los dirigentes independentistas lúcidos --que saben que no habrá independencia-- es la reactivación de la táctica de Pujol: acumular cuantas más competencias y recursos posibles, el “peix al cove” (pájaro en mano…). Ello traería a la larga --creen-- una especie de “confederación de hecho” entre España y Cataluña como remedo de la independencia imposible --en el fondo, es la práctica mágica del PNV en el País Vasco--, al tiempo que mantendrían la independencia como objetivo omnipresente en su retórica, lo que les permitiría seguir alimentando una base electoral de creyentes en la independencia, sin descartar el azar de algún (improbable) momentum loco que les facilitara la secesión.

Esa estrategia del “mientras tanto” --una fase que para los lúcidos iría desde la Resolución del Parlament de 9 de noviembre de 2015 de inicio formal del procés político (anulada por el Tribunal Constitucional) hasta la independencia, “si llega”-- es doblez y engaño. Los independentistas aprovecharán electoralmente el éxito político de los traspasos, reducirán el Estado en Cataluña, perpetuarán su rentable “conflicto” con España y continuará la división entre catalanes.

 Autogobierno mejorado sí, pero respetando determinadas condiciones: el principio de subsidiariedad, que cada nivel (Estado, Autonomía, Ayuntamiento) haga lo que mejor pueda hacer --principio racionalizador que debería aplicarse a todos los traspasos en el Estado de las Autonomías--; la lealtad constitucional hacia el resto de los españoles y la lealtad estatutaria hacia los catalanes no independentistas.

La mejora del autogobierno de Cataluña se justifica cuando beneficia a todos los catalanes y, además, porque antes o después los independentistas serán reemplazados en el gobierno de la Generalitat por dirigentes no independentistas, que sabrán usar próvidamente las competencias y recursos traspasados.

Pero la mejora no reducirá las tensiones. El independentismo más radical rechaza el “peix al cove”. Lo decía Quim Torra: “La autonomía nos distrae de la independencia”, y lo secundan en tal idea ANC, Òmnium, CUP y otros, tanto de ERC como de JxCat. Ese independentismo combatirá la estrategia del “mientras tanto” contra el Gobierno de España, de quien dependen los traspasos, y contra los lúcidos.  Aunque en su doblez tampoco rechazan lo que pueda fortalecer su poder en la confrontación. Lo apuntó Albert Batet, presidente del grupo parlamentario de JxCat, en el reciente debate de política general: “Trabajaremos para tener menos dependencia del Estado en todos los ámbitos posibles”. Lo cual es “peix al cove” como la copa de un pino.

Estamos pues ante un “mientras tanto” largo y problemático, que en la parte transcurrida hasta ahora los gobernantes independentistas han gestionado mal, muy mal. Cataluña es “farolillo rojo” en España en indicadores significativos: las listas de espera hospitalaria, el riesgo de pobreza o exclusión social, la pobreza infantil galopante, el paupérrimo gasto social por habitante, etc.  Y han tratado de tapar este desastre con las dos banderas, la estatutaria y la de la estrella --a cada una su público, de cada una su rédito político.  

Su ideologización extrema --expresada a través de sofisterías altisonantes sobre la represión y la independencia-- les sirve para retener a los seguidores, pero al mismo tiempo merma gravemente su credibilidad como gobernantes, los encierra en un bucle vicioso. Cada vez que reanudan una relación ordinaria con la administración central tienen que invocar el mantra “amnistía y autodeterminación”, como una suerte de condicionante condescendiente: “aceptamos, pero no renunciamos a lo nuestro”. Pere Aragonès lo ha llevado a la mesa de negociación como punto “irrenunciable” y lo pregona en todas sus intervenciones públicas --hasta la náusea lo repitió en el debate de política general. Se autolimitan por el peso abrumador de una ideología paralizante. El “mientras tanto” largo no escapará a esa limitación.

Enric Millo, exdelegado del Gobierno en Cataluña --que hizo lo que pudo en aquellos aciagos días de octubre de 2017-- ha dicho que la superación del secesionismo “requiere un intenso ejercicio de desprogramación de secta”. Acierta, y la desprogramación supone la desideologización previa de sí mismos, que solo ellos pueden emprender.

Desideologización de independentismo que difícilmente emprenderán porque con la ideologización intoxicante conservan muchos votos y, con estos, consiguen sus escaños, puestos y prebendas. Por eso es esencial rebatir su ideología, no “normalizarla” como se está haciendo.