¿Está Quim Torra sobreactuando para presionar ante la reunión del día 9 con Pedro Sánchez o no puede remediarlo y es incapaz de no picar a la rana que le ayuda a cruzar el río como le ocurre al escorpión de la fábula? Desde que llegó a la presidencia de la Generalitat, su actuación ha sido errática, con algunas declaraciones de buenos propósitos, pero siempre contrarrestadas con sus desplantes al jurar el cargo, al nombrar consellers huidos o en la cárcel, al declararse “president en custodia” del “legítimo”, Carles Puigdemont, al que visita regularmente en Berlín (se ve que el Skype no sirve, pese a que nos vendieron que se podía gobernar a distancia).

Alguna de estas iniciativas estrambóticas, como la de “restituir” miembros del Govern que no podían ejercer, fue rectificada y pareció abrirse un periodo de distensión con el cambio de Gobierno en Madrid, facilitado por otra rectificación, la de la intención inicial de abstenerse en la moción de censura, como querían Puigdemont y seguramente también Torra, para acabar apoyando la jubilación política de Mariano Rajoy.

Los acontecimientos posteriores, sin embargo, desmienten lo que ahora se califica de desescalada (un término, por cierto, que procede de la guerra de Vietnam). En una semana, Torra ha menospreciado al Rey en la apertura de los Juegos Mediterráneos, el Govern ha boicoteado la entrega de los premios Princesa de Girona y un acto académico posterior con la presencia del monarca y ha montado una bronca en Washington en una de las instituciones culturales más prestigiosas del mundo, el Instituto Smithsonian.

El show de Washington supera todo lo previsible hasta ahora. Los organizadores del Folklife Festival habían advertido a los representantes de las culturas invitadas, la catalana y la armenia, de que no politizaran los actos. Pese a ello, en la recepción previa a la inauguración oficial, Torra y la delegación catalana abandonaron una cena mientras hablaba el embajador de España en Estados Unidos, el exministro del PP Pedro Morenés, entre gritos pidiendo la libertad de los “presos políticos”, pitos y abucheos. Pese a que el diputado de ERC Gabriel Rufián haya calificado a Morenés de “señor de la guerra”, lo cierto es que el exministro de Defensa hizo un discurso impecable, con elogios a Cataluña y a la cultura catalana, en el que se limitó a rebatir las palabras previas de Torra sobre “presos políticos”, “exilios forzosos”, “derecho de autodeterminación”, “estado de emergencia” y “regresión democrática” en referencia a la situación en España.

La diferencia está en que Torra pudo acabar su discurso sin interrupciones, mientras que la democrática delegación catalana no pudo soportar oír una versión distinta de lo que ocurre en Cataluña y sus miembros empezaron a abuchear, gritar “¡Visca Catalunya lliure!” y cantar Els Segadors antes de abandonar la sala. Después, Torra justificó el número montado asegurando que Morenés había hecho un discurso “ofensivo”, le había llamado “mentiroso” , le había “insultado” y había “falseado la historia”, por lo que pedía su dimisión. Solo hay que acudir al texto íntegro de la intervención para comprobar quién tiene razón, y no es Torra precisamente.

Al día siguiente, la institución decidió anular los discursos en la inauguración oficial, donde la delegación catalana y la de la embajada española estuvieron separadas por la de Armenia y ni se saludaron, mientras la Smithsonian obligaba a retirar una pancarta amarilla en la que se pedía la “libertad de los presos políticos catalanes”. Entre tanto barullo impropio, perjudicial para la imagen de Cataluña, el estrambote fue que diversos medios independentistas, creyendo sin duda que todo el mundo se comporta como ellos, empezaron a difundir que el presidente armenio, Armen Sarkissian, se había negado a saludar a Morenés. La embajada armenia difundió al día siguiente en las redes fotos del apretón de manos de los dos en la apertura oficial del certamen, y aseguró que lo mismo había ocurrido la noche anterior. Pese a ello, un hiperventilado se permitió asegurar en Twitter que las fotos no prueban nada...

Al mismo tiempo, Torra se ha permitido decir que el anunciado inminente traslado de los presos independentistas a cárceles catalanas “no es ningún gesto político” porque lo que merecen es estar en libertad. Dentro de unos días, comprobaremos si todo era una escenificación para ganar posiciones ante la reunión del 9 de julio con Pedro Sánchez y contentar a los más radicales o si realmente Torra no puede resistirse a ser el escorpión de la fábula. En ambos casos, quien pierde es Cataluña y los catalanes porque nadie les libra del ridículo y de la gesticulación estéril en que se ha convertido el procés. “El món ens mira”, dicen, pero seguro que al mundo cada vez le gusta menos lo que ve.