"Yo abuso, tú abusas, él abusa, nosotros abusamos, vosotros abusáis, ellos abusan”. Todos los sujetos posibles de la acción del abuso en la forma enunciativa del presente de indicativo. El empleado hombre o mujer de una teleco, cumpliendo el programa de trabajo que le marca la empresa,  abusa y, a la vez, es abusado por el empleado de una eléctrica o de un banco, que, a su vez, es abusado por el empleado de una empresa a la que recurre como consumidor, después de ser abusado por su empleador en un contexto general con abuso político y siendo, tal vez, abusado en sus relaciones interpersonales.

Ésta sería la matrioshka de la “sociedad del abuso”, de la que todavía no se ha ocupado explícitamente Byung-Chul Han, genial pensador coreano que filosofa en alemán --lengua aprendida a los 26 años--, lúcido analista de las múltiples caras y máscaras de la sociedad actual. El abuso conlleva frecuente ocultación, puede que por eso Han, crítico despiadado de la “sociedad de la transparencia”, elude lo que pudiera desdecir la (falsa) transparencia.

Si en el “filosofar” el abuso puede quedar subsumido en una explotación mayor, a modo de apéndice, en el primum vivere no es una cuestión menor, si no, que se lo cuenten a millones de desfavorecidos para los que la suma de abusos, conocidos o ignorados, consentidos o impuestos, representa, en lo material, una sangría dineraria y, en lo moral, una humillación al quedar indefensos en ambos terrenos, por incomparecencia del poder del Estado ante el poder de los abusadores.  

Entre las muchas funciones del Estado contemporáneo, la principal es proteger --al explotador según la teoría marxista dura, al explotado en la práctica socialdemócrata reformista--. Y el Estado se justifica por eso, por la obligación de proteger, y no sólo de las agresiones provenientes del exterior, fácilmente identificables, sino de todas las agresiones interiores de la selva societaria. El abuso material es poliédrico (calidad, cantidad, precio, tiempo...), pero es por encima de todo una agresión, que es doble: la que resulta del poder o posición dominante del abusador, y la que se concreta en la consecuencia, en el abuso material propiamente.

Pongamos un ejemplo, entre tantos posibles. La innovación tecnológica, con la digitalización en el centro, convierte el abuso en una operación fácil. Las compañías de servicios dominan la técnica del abuso: contratos de adhesión con cláusulas leoninas, facturas crípticas, domiciliación bancaria obligada, (des)atención al cliente robotizada... En el abuso mínimo, por unos céntimos no se protesta, pero millones de céntimos aportan un ingreso extraordinario.

Las organizaciones de consumidores desarrollan una labor loable: informan, revelan la ocultación, asisten al abusado, revierten abusos, consiguen compensaciones; prestan, en definitiva, un servicio de defensa individual. Al Estado le compete la defensa colectiva por medio de la regulación estricta y la vigilancia extrema, y si, aun así, el abuso se consuma, la atención al ciudadano debiera ser plena y gratuita.

Si por parte del Gobierno central --un poder del Estado-- hay desatención del problema, por parte del Gobierno de la Generalitat --también un poder del Estado-- hay un desprecio total del problema, incluido en el paquete de “minucias” de lo real que distraen de lo irreal.

Han podría objetar, y con razón, que tales consideraciones utilitarias deslucen la profundidad de la reflexión filosófica sobre la sociedad hobbesiana, pero también reconocería que, traducidas en política, ayudarían al segmento social más explotado e indefenso.