En el ocaso del jueves día 9, día de Europa, se ha iniciado la campaña para las elecciones europeas. Del mismo modo que muchos pensábamos que en las pasadas elecciones generales nos jugábamos mucho de nuestro futuro, aquí ocurre lo mismo, y esto no es solo porque un porcentaje importante de las leyes que nos afectan provienen de la Unión Europea, aunque también.

En un momento en que el proceso de integración europea se encuentra a medio camino de su desarrollo, muchos de sus detractores aprovechan para “darle caña al mono, que es de goma”. Nacionalistas y populistas cuestionan sus fundamentos: unos porque basan sus propuestas en el repliegue protector de las murallas tribales y otros porque tienden a considerar que existen soluciones simplistas a los problemas complejos. Oímos que algunos quieren recuperar la soberanía que ya nunca más tendrán. No la tendrán porque alguien quiera impedírselo, sino porque la soberanía ya no está en los territorios ni Estados pequeños, y los grandes retos o problemas que nos vemos incapaces de resolver ya son globales. Sin embargo, el miedo de una sociedad que cambia vertiginosamente hacia situaciones poco conocidas, provee a estos grupos de una buena cantidad de votantes.

Cada vez más claramente, las soluciones no se hallan en el repliegue identitario más próximo, sino en el fortalecimiento de las instituciones para hacer una Europa más segura para los ciudadanos: mediante el desarrollo de la sociedad del bienestar, la disminución de las desigualdades y el fortalecimiento de las políticas que nos permitan seguir influyendo en el mundo como europeos. Por todo ello, no es baladí escuchar bien lo que los partidos que se presentan a las elecciones nos están planteando.

Algunos partidos de cariz liberal se mueven en la defensa del statu quo europeo, que significa no continuar desarrollando la Unión Europea y mantener la defensa de “nuestra soberanía” territorial. Esto significa mantener una Europa abierta, pero que ejerce poco control ante los mercados financieros y paraísos fiscales; que no incide en las desigualdades entre países ni tampoco en las que existen en el interior de éstos. En una Europa de este tipo tampoco habrá un desarrollo decidido hacia la democratización de las instituciones y la aproximación de estas a los ciudadanos europeos. Una de sus consecuencias es el descrédito hacia las instituciones que este tipo de políticas acaban generando en la ciudadanía, desarrollando sociedades más frágiles en la aceptación de los totalitarismos. La mayor parte de partidos de derechas defienden estas tesis en sus programas bajo la excusa del liberalismo y la defensa de los intereses nacionales.

Hay un segundo grupo de partidos que demuestran mucha actividad en desprestigiar cualquier avance de la UE y que se mueven en el lema de “cuanto peor, mejor”. Su objetivo es promover la desunión y el desprestigio del estado de derecho. Son partidos cuyos objetivos principales no son democratizar más la sociedad, sino controlarla para sus propios intereses mediante hipotéticas amenazas externas no controlables. Entre los que desarrollan este tipo de discurso encontramos partidos extremistas totalitarios, nacionalistas y populistas (Le Pen, Salvini, Orbán, Abascal) muy bien ayudados por aquellos que desean una Europa frágil que favorezca sus propios intereses (brexiters, Trump y Putin). Entre este tipo de partidos se encuentran también aquellos nacionalistas independentistas que con el mismo discurso que los anteriores, promueven un repliegue todavía mayor, mediante la rotura de Estados nación en otros más pequeños, lo que aún debilita más a la UE. Huelga comentar la gran contradicción que existe en este tipo de planteamientos que promueve la división de la sociedad en la que están. Más, cuando al mismo tiempo dicen que son federalistas de alto nivel, como ocurre con Esquerra Republicana de Cataluña.

Un tercer grupo de partidos se declaran abiertamente impulsores de la evolución de la Unión Europea hacia una verdadera Federación Europea, comprometiéndose con una Europa social, democrática, soberana y federal. Solo una Europa soberana, que es una Europa federal, puede convertirse en una Europa que proteja a través de una política efectiva de migración y asilo, una política de defensa y seguridad, una política fiscal y presupuestaria, tal como reconoció el presidente del Gobierno español en un discurso ante el Parlamento Europeo en Estrasburgo, en enero de este año.

En estas elecciones, el voto ciudadano puede ayudar a introducir cambios en la composición del Parlamento Europeo, actualmente dominado por partidos de derechas y con una representación creciente por parte de los eurofóbicos. El cambio se producirá si responsablemente vamos a las urnas a votar a aquellos partidos que quieran contribuir a una renovación europea basada en la libertad, la protección y el progreso. Partidos dispuestos a proponer los cambios que el proyecto político europeo necesita, con una mentalidad abierta, incluso para enmendar los tratados vigentes. Necesitamos políticos y gobiernos que quieran proteger a los ciudadanos europeos mediante el desarrollo de una Europa social y federal, capaz de recuperar la legitimidad y la confianza de sus ciudadanos.

Pongamos los oídos atentos porque detrás de los discursos triunfalistas que promueven la soberanía de los territorios, levantando muros entre ciudadanos, nos la jugamos. Más vale que pensemos como ciudadanos europeos responsables libres y soberanos, antes de decidir a quién votar el próximo 26 de mayo.