Acumulamos unos años en alerta por la decadencia de Barcelona como capital global, como ciudad líder en el Mediterráneo y como urbe cosmopolita, abierta y vanguardista. Llevamos ya demasiado tiempo en el debate de la ciudad que pudo ser y no es. Lo peor es que lo hacemos desde la cercanía y la máxima pasión, en muchas ocasiones sin disponer de la perspectiva suficiente para hallar el punto medio de la realidad.

Esta última semana un diario global, quizá el principal legacy europeo, nos ha dado algunas claves sobre nuestra ciudad que conviene observar con atención. Tienen una mirada más cenital que la de los propios barceloneses y ha sido presentada sin la contaminación de la distancia corta. Dice el Financial Times que la capital catalana ha perdido en los años de gobierno de Ada Colau el “rumbo” y la “energía”.

Una ciudad desnortada y sin pulsión para transformarse es cómo nos ve la Europa que manda. Muy probablemente, esos dos déficits que subraya el diario económico, son suficientemente graves desde una perspectiva de reputación como urbe, pero aún más si se aplican a cada una de las dimensiones y problemáticas que aquejan a Barcelona en la recta final del primer cuarto del siglo XXI.

Que la alcaldesa y quienes le han acompañado estos últimos ocho años de mandato sean incapaces de dibujar un proyecto de ciudad y resulten incapaces de definir cómo la quieren (hasta la fecha sólo hemos conocido lo que detestan) es muy sintomático de esa pérdida de rumbo. Que buena parte de las decisiones de los gobernantes municipales se hayan centrado en destruir la dinámica acumulada y, en consecuencia, hayan paralizado cualquier tipo de avance también es denotativo de la carencia de energía a la que se refería el diario editado en la City.

Lo han visto desde fuera, pero de puertas adentro seguimos negando la mayor. Este domingo, sin ir más lejos, Colau ofrecía una entrevista en la que al ser preguntada por la visión del Financial Times se limitaba a decir que respetaba esa opinión, pero que sus datos eran diferentes en términos de empleo y captación de inversiones. Llegó al punto máximo de reivindicar el Mobile World Congress como una de las consecuciones de la ciudad durante su mandato y ya parece haber olvidado todas las manifestaciones que realizó sobre el congreso de tecnología móvil cuando accedió al cargo. Es obvio que Colau ha enterrado una parte del populismo agreste que nos regalaba y ya es capaz de admitir que la ciudad está más sucia que antes de su llegada. Lo atribuye, resignada, al cambio en la contrata de limpieza en medio de la pandemia y aquí paz y después gloria. Sin más.

No, Barcelona no posee rumbo ni dispone de energía suficiente. Está aletargada, despistada y prisionera de una forma de gobernar que ha provocado (junto con el proceso independentista) que el orgullo de pertenencia, la parte más intangible de sus activos, también haya saltado por los aires. Colau ha sido una alcaldesa narcotizante, una política adormidera que ha convertido la ciudad de los prodigios en una especie de capital sonámbula sin más estímulos que comprobar cuál será el siguiente desaguisado. La ruptura de las relaciones con Tel Aviv, por ejemplo.

Deberían los candidatos fijarse en lo que dice de nosotros un rotativo de referencia y darle vueltas a cómo subsanan con sus propuestas políticas esas carencias. No parece que ninguno de ellos tenga un especial interés en determinar un rumbo y en preparar actuaciones que recuperen la pulsión y el orgullo de ciudad perdido. A ninguno de los que ocuparán el primer puesto en la lista electoral se les conoce iniciativas originales para el próximo mandato y al final los ciudadanos acabarán votando a quien consideren más preparado para reconstruir el desaguisado de estos últimos ochos años.

El primero de ellos que transmita, irradie y venda utopía local tendrá claras posibilidades de sobreponerse a la Barcelona negra de Colau y granjearse el apoyo de los ciudadanos. Quien vuelva a dibujar sueños en el horizonte barcelonés tendrá mucho ganado. Lástima que la edad de algunos candidatos que nos pedirán el voto –unos señores mayores simpatiquísimos, por otra parte– haga muy difícil imaginar que serán portadores de la ilusión, el rumbo y las fuerzas extraviadas en esta aciaga etapa que debería cerrarse el 28 de mayo próximo.