Será un problema de conjugación verbal o tal vez una fase no superada de la “etapa de la función simbólica” que describe Piaget para los primeros años de la infancia. Esa en que el egocentrismo hace que un niño sea incapaz de distinguir entre su propio punto de vista y el de otra persona.

¿Sabe distinguir el Sr. Fernández entre el ser y el sentir? Es evidente que él no quiere ser español y por ello le duele el serlo

Cada vez que leo algo dicho o escrito por David Fernández de la CUP me asalta esa desazón. Esta vez ha sido la frase en sede parlamentaria ante la propuesta del PP de regular el uso de las banderas en las instituciones públicas de Cataluña. Lean y relean: "Yo no soy español. No hay Estado, ni ley, ni ejército ni policía que algún día me convenza de ser español. Es la diferencia: yo a usted no le digo qué tiene que ser, y usted a mí sí".

¿Sabe distinguir el Sr. Fernández entre el ser y el sentir? Es evidente que él no quiere ser español y por ello le duele el serlo. Dolerle le duele, pero ese documento que oculta tanto es el que le permite estar sentado en ese parlamento y decir lo que dice.

Evidentemente ser español no es una bicoca para la gran mayoría, en estos tiempos que corren, y sobre todo teniendo en cuenta que la Constitución declara unos derechos que luego no son efectivos. Pero, independientemente de la bondad o no de serlo, ello es lo que hoy nos reconoce los derechos de ciudadanía. Mejorar esos derechos es tarea de todos y a todos nos atañe. Menos a David Fernández, que solo quiere mejorar esos derechos para unos cuantos, entre los que supongo que me incluye, independientemente de que esté o no de acuerdo con él.

Y ese es su problema: que sigue sin distinguir entre su “yo” y el “ello”. Es evidente que se puede sentir lo que le salga de sus partes nobles y si no quiere sentirse español que no se sienta, pero como dice Facundo Collado "Fariseo", el cínico personaje de José María Mota: "Que no pasa ná... Pero, no pasando ná, que sepas que serlo, eres" y añadiría yo “mal que te pese y a pesar de que siéndolo, te permite no sentirte serlo”.

Y esa es la clave de la ciudadanía. Los sentimientos de pertenencia de cada uno son propios e individuales y por ello las instituciones deben ser neutrales ante esos sentimientos, es decir, no pueden promover unos u otros. Y esa neutralidad implica un principio de laicidad del estado (la Generalitat es estado, Estado Español) semejante al que se mantiene frente a las confesiones religiosas.

Los sentimientos de pertenencia de cada uno son propios e individuales y por ello las instituciones deben ser neutrales ante esos sentimientos

Mi republicanismo me permite llevar una bandera tricolor a las manifestaciones y colgarla en la ventana de mi casa y al Sr. Fernández lo propio con la estelada. Yo llevaré mi acción política hacia la consecución de la tercera república, federal y socialmente avanzada, para España, y él puede trabajar por su Cataluña independiente. Pero yo no puedo, ni el puede, imponer en las instituciones públicas –que son de todos, tengan el sentimiento de identidad que tengan– una enseña que no nos hemos dado democráticamente entre todos. Y cuando digo todos, hablo de todos los ciudadanos que constituimos una soberanía compartida en España y que tenemos los mismos derechos, sin que ninguno tenga ningún privilegio por razón de su propia identidad, lengua o posición social.

Terminando la reflexión sobre el uso torticero del lenguaje, es posible que el problema de David Fernández no sea uno de los que al principio indicaba, sino más bien una demagógica forma de manipulación del lenguaje para atrapar a ciudadanos que se dejan arrastrar por sentimientos de pertenencia en vez por los valores, hoy tan en desuso, como la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Reducir el “ser o no ser” shakesperiano a una vulgaridad sobre la adscripción identitaria, española o catalana, rebaja a la mediocridad a quien lo intenta. Sr. Fernández: su pose o imagen de preboste de una izquierda catalana, a mi modo de ver, se desnorta y desconfigura cada vez que se abraza usted a algún representante de la derechona más rancia de Cataluña. Sr. Fernández, ¡que se le ve el plumero! No me malentienda, me refiero al plumero nacionalista, ese de patrones y obreros juntos por la patria.