El nou Estat d'Europa solo ha existido de manera confusa, batiendo récords de ilegalidad, unas pocas horas sobre el papel y ha durado un tiempo fugaz en las ilusiones de multitudes festivas, hechizadas, inconscientes, frívolas... De todo había en los individuos que las componían.

Se repetirán las multitudes independentistas en las calles, pero habrán perdido el aire festivo, la ingenuidad, el entusiasmo original, el de antes del duro despertar a la realidad. Su Estado no existe, ni siquiera ha podido arriar la bandera de España del Palau de la República y, en cambio, se han arriado los retratos del presidente de la República en las dependencias de los Mossos.

Si los secesionistas fueran consecuentes --como tienen dicho que serían-- deberían intentar la materialización de la república, la ocupación de las bases del poder real (fronteras, aeropuertos, vías de comunicación, cuarteles, instalaciones neurálgicas...) para acreditar la soberanía que su república pretende. No lo intentarán. A las masas de clase media de nuestras sociedades no les atrae el suicidio kamikaze, y aún menos a los dirigentes secesionistas. A estos les queda, todo lo más, hacer el payaso en Bruselas acusando al Estado de represión, continuar con la ficción --som una república--, exhibir resistencias testimoniales y protestas autoconfortantes, proponer paellas insumisas... y, a las multitudes, votar el 21D para salvar los muebles que se puedan salvar.

El Estado que se pretendía construir estaba montado sobre una inmensa fabulación. Cuanto antes lo perciban los engañados, antes superaremos el conflicto entre catalanes

Cuando se sedimenten los datos y se aquilaten los hechos, quedará plenamente al descubierto lo fantasmal que ha sido todo. El Estado que se pretendía construir estaba montado sobre una inmensa fabulación. Cuanto antes lo perciban los engañados, antes superaremos el conflicto entre catalanes.

Todo era un puro engaño, que el nuevo Estado sería reconocido, que permanecería en la Unión Europea, que estaría dotado de las estructuras necesarias, que la separación de España sería pactada y amistosa, que las empresas correrían a establecerse en Cataluña, que las inversiones y los capitales afluirían, que todo mejoraría, empleo, pensiones, hospitales, universidades, carreteras, trenes...

Lo sorprendente no es tanto que la fabulación colara y calara en amplias masas, dopadas con la propaganda de tintes goebbelianos de los independentistas, sino que fuera aceptada e incluso magnificada por muchos medios de comunicación, de dentro y de fuera, y considerada creíble por analistas reputados. En la sociedad de la ligereza y del consumo superfluo lo nuevo se vende bien, pero precisamente eso arrumbará al independentismo, porque el desmontaje de la fabulación es ahora lo nuevo.

Una república fantasma poblada de fantasmas, entre los que sobresale Oriol Junqueras como fantasma mayor, apareciendo y desapareciendo, flotando en lo etéreo, pero bajando de las nubes para mentir una y otra vez a mayor gloria de su república imaginaria.

Alerta, ese fantasma aspira a ser presidente de la Generalitat primero y de la república después.