Las crisis económicas normalmente no aparecen de la noche a la mañana, sino que suelen avisar. A veces en más de una ocasión. No obstante, casi nunca los gobernantes y los directivos de las empresas reaccionan ante tales advertencias. En algunas ocasiones debido a que son incapaces de verlas; en otras porque no se atreven a parar la fiesta. En el último caso, ambos deciden confiar a la suerte el próximo futuro de su país y compañía, respectivamente.

De las dos anteriores alternativas, las autoridades económicas de China han elegido la segunda. En la pasada semana, el Banco Popular de China ha instado a las entidades financieras a “salvaguardar el desarrollo estable y saludable del mercado inmobiliario y proteger los derechos e intereses legítimos de los compradores de viviendas”. En otras palabras, pide a los bancos que sigan financiando la burbuja inmobiliaria.

Mi impresión es que el Ejecutivo ha tenido pavor al desplome de la economía y ha decidido dar una patada hacia delante. Una actuación contraria a la adoptada en agosto de 2020, cuando impidió a los bancos conceder más crédito a las empresas promotoras, si estas tenían un elevado endeudamiento y una escasa liquidez. Una acción que hizo aflorar los grandes problemas que ocultaba Evergrande.

La primera actuación salvará de la quiebra a casi cualquier promotora, permitirá la construcción de las viviendas adquiridas sobre plano (casi 1.500.000 a Evergrande) y mantendrá la estabilidad social. Durante algún tiempo adicional, también hará posible un vigoroso crecimiento del PIB. No obstante, el coste para el país puede ser impresionante, si la crisis inmobiliaria se convierte en financiera.

Desde mi perspectiva, existe una elevada probabilidad de que así suceda, pues una sustancial parte de los nuevos préstamos concedidos a las empresas promotoras tendrán un gran riesgo. Una característica que fácilmente puede conducir a su impago, generar un elevado incremento de la morosidad y la quiebra de algunos bancos. Si así sucediera, el acceso al crédito sufriría una notable restricción y el país caería en una profunda crisis.

La otra acción, actualmente descartada por los gobernantes chinos, supondría un progresivo desinfle de la burbuja inmobiliaria. De manera directa e indirecta, el sector de la construcción ya no aportaría el 25% del PIB y probablemente ni siquiera llegaría al 15%. Una gran disminución de su contribución que ralentizaría sustancialmente el crecimiento del país y obligaría al Gobierno a encontrar nuevos propulsores de la actividad económica.

Por uno u otro motivo, en los próximos años China irá peor de lo que iba. Una situación que afectará de forma considerable a la economía internacional, pues es el segundo país con mayor ponderación en el PIB mundial. Las principales repercusiones serán las siguientes:

1) Las empresas chinas desinvertirán en el extranjero. La combinación de una gran disminución de los beneficios y un elevado endeudamiento, tanto con bancos chinos como extranjeros, les obligará a refinanciar sus deudas para evitar el impago. Las entidades financieras solo aceptarán ampliar el plazo de sus créditos, y en algún caso perdonar una parte de su importe, si aquéllas enajenan algunas de sus propiedades.

Las más fáciles de vender serán las compañías ubicadas en el extranjero. Por tanto, su omnipresencia en cualquier continente desaparecerá y la mayoría de ellas se replegará al sudeste asiático. Una actuación bastante similar a la que realizaron las empresas japonesas en los años 90, después de la explosión de las burbujas bursátil e inmobiliaria.

2) Una gran disminución del precio de las materias primas. En la primera década del siglo XXI, el precio de las materias primas aumentó por encima del de los productos manufacturados. Una coyuntura muy difícil de observar en cualquier de los anteriores períodos. La principal causa fue el auge de China y los países vecinos, pues estos eran, y siguen siéndolo, los principales compradores de productos básicos del mundo.

La llegada de una recesión, o una considerable reducción de su nivel de crecimiento económico, provocará el efecto contrario. Su precio disminuirá y también lo hará la inflación en los países desarrollados, tal y como sucedió después de la crisis de Asia de 1997.

3) Una gran caída de las cotizaciones bursátiles. Las ventas de acciones realizadas por compañías e inversores chinos, la disminución de las exportaciones al sudeste asiático y el menor crecimiento de la economía mundial provocarán la caída de las principales bolsas internacionales. Un efecto transitorio si los gobiernos occidentales generan la suficiente demanda de bienes en sus naciones para compensar la pérdida observada en otros países.

4) Una considerable depreciación del yuan. Ante las dificultades económicas, el Banco Popular de China depreciará el yuan, siendo la caída de la moneda más acusada si el país padece una crisis financiera. La depreciación le permitirá recuperar una sustancial parte de la competitividad perdida en los últimos 13 años y utilizar las exportaciones como principal impulsor de su crecimiento económico.

Dicha depreciación constituirá una política de empobrecimiento del vecino, pues perjudicará a los países que han apreciado su divisa. Para evitar una gran caída en su nivel de crecimiento económico, los anteriores deberán impulsar la demanda nacional mediante políticas fiscales y monetarias expansivas.

5) Tipos de interés bajos durante más tiempo en los países occidentales. La disminución del nivel de inflación, vía importación de desinflación por la caída del precio de las materias primas y las depreciaciones de las divisas del sudeste asiático, permitirá a los bancos centrales realizar un política monetaria laxa y mantener los tipos de interés a un reducido nivel.

6) La necesidad de aumentar el déficit público. El anterior tipo de interés impulsará la demanda de bienes a través del aumento del crédito, pero no será suficiente para generar un crecimiento satisfactorio en los países occidentales. Para lograr este, la Administración debería aumentar su gasto e incurrir en un mayor déficit público.

En definitiva, en la actualidad China es un barril de pólvora y la empresa promotora Evergrande ya ha encendido la mecha. Los dirigentes chinos son plenamente conscientes de la situación, pero basan todas sus esperanzas en que próximamente llueva, pues no están dispuestos a desinflar la actual burbuja inmobiliaria.

Incluso si cae agua del cielo, el país asiático va a ver disminuido su nivel de crecimiento. Los efectos colaterales serán una gran caída del precio de las materias primas, una depreciación de la moneda nacional y un menor crecimiento de la economía mundial. A las naciones occidentales, si no quieren sufrir estancamiento o recesión, no les quedará más remedio que continuar con las medidas actuales: un elevado gasto público y un reducido tipo de interés de referencia.

No obstante, la gran incógnita es cuándo las amenazas que ciernen sobre China se convertirán en realidad. Lo previsible sería que sucediera durante los próximos años. Sin embargo, puede ser que diluvie y no pase nada. Es lo que desearían los gobernantes del país, pero dudo mucho que así sea.