En el trascurso de su historia, desde 1979 hasta ahora, las etapas de crisis y enfrentamientos del PSOE son mucho más abundante que las de sosiego. Un repaso sucinto a su trayectoria nos conduce a esa conclusión: Desde las disputas de Pablo Iglesias con García Quejido o Jaime Vera, las relaciones con el anarcosindicalismo, con los nacionalismos emergentes de catalanes y vascos y su respuesta a los mismos, la aparición del bolchevismo y la III Internacional con la constitución de los partidos comunistas, las relaciones entre el sindicalismo de la UGT y la dirección política, la ambigüedad con la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la apuesta por una República democrática o la lucha directa por el socialismo sin tener que aceptar el liberalismo parlamentario, la opción por un federalismo indeterminado frente a la defensa de un Estado-nación unitario… Y un silencio atenuado en algunas ocasiones con el apoyo del exilio durante el franquismo hasta llegar a la Transición, con la recomposición socialdemócrata frente al doctrinarismo marxista, gobernar por primera vez en solitario desde 1982 a 1996,  después, de 2004 a 2011, para retornar en 2018 y en 2019 en coalición con Unidas Podemos sin que desaparecieran los debates, aunque amortiguados, sobre la estructura orgánica del partido, la política económica, las reacciones ante el nacionalismo soberanista con las tensiones entre el socialismo a la catalana del PSC y las vinculaciones tradicionales del PSOE. Unos 23 años desde 1977 frente a unos 20 del centroderecha (UCD-PP)

Si comparamos la evolución del PSOE con otros partidos similares europeos sus estructuras se han mantenido 141 años, con solo una escisión en 1921, siendo el segundo partido socialista más antiguo, fundado después del alemán, aunque durante la Guerra Civil española las estrategias debatidas tuvieron un carácter de escisión sin consolidarse orgánicamente. Algo distinto de lo ocurrido con partidos similares en Francia, Italia, Polonia, Hungría, Países Bajos, Portugal, Grecia, Rumanía, Bulgaria o las Republicas Balcánicas, Finlandia, Lituania, Estonia, Letonia, Rusia, Ucrania, Armenia, Noruega, Chequia, o Eslovaquia, donde la socialdemocracia ha tenido una vida discontinua, con refundaciones y reestructuraciones diversas. Además, en otras repúblicas nacidas con la caída de la URSS se han formado partidos vinculados a la Internacional Socialista. Tienen trayectorias parecidas al PSOE el Partido Socialista de Austria, creado en 1888, el Laborismo británico, constituido en 1900, con singularidades propias, el partido Socialdemócrata de Suecia fundado en 1889 y el SPD de Alemania que data de 1863, el más antiguo de todos.

En general, los partidos están siempre en permanente ebullición, debatiendo sobre el mejor liderazgo, las propuestas políticas y económicas y las estrategias de comunicación para captar el máximo de electores por encima de las estructuras de clases. Después de la II Guerra Mundial las organizaciones políticas que han formado gobiernos en la Europa Occidental han sido partidos con un lenguaje ideológico ambiguo que combinaba tradiciones históricas con incorporación de las nuevas perspectivas sociales del llamado Estado del Bienestar, cuyas líneas generales han sido asumidas mayoritariamente. Sin embargo, desde el segundo decenio del siglo XXI han surgido nuevos partidos a los que se les ha calificado, sin mucho rigor, de populistas de derechas o de izquierdas que han cuestionado los sistemas vigentes en medio de nuevas oleadas de emigrantes, el aumento de la deuda de los estados, las crisis económicas, la ampliación mundial de los mercados y la cada vez mayores demandas sociales que han desarbolado a la socialdemocracia, con pérdida de parte de sus bases electorales.

En este punto encontramos un PSOE que ha tenido que competir con Podemos, que pretendía dar el “sorpaso” al socialismo español, y es ahí donde Pedro Sánchez centró su discurso y triunfó en las primarias, recuperando un lenguaje que se identificaba con el izquierdismo clásico socialista, aunque en la práctica estuviera de acuerdo con las políticas desarrolladas por los gobiernos de Felipe González.

La retórica literaria unificó un electorado que quería seguir oyendo los discursos del socialismo histórico. Por ello consideró que la única manera de superar la situación e integrar en el sistema al movimiento social creado por Unidas Podemos es hacerlo partícipe de las estructuras administrativas del gobierno para hacerles comprender que la gobernabilidad de una sociedad moderna tiene elementos complejos que no pueden obviarse.

Es un proceso que pudiera asemejarse a lo que ocurrió con una parte de militantes de IU que acabaron ingresando en el PSOE. Para los partidos del centroderecha eso representa una falacia por cuanto los líderes de Podemos tienen su arraigo en la cultura comunista y pueden ser ellos quienes acaben con el socialismo. De ahí que algunos califiquen de socialcomunista al actual gobierno de coalición. Depende de los interlocutores --sin demasiado rigor y con tintes demagógicos-- para que se acentúen los rasgos de la estrategia comunista a la que se le supone la pretensión de acabar con el sistema Constitucional vigente y crear un nuevo Régimen semejante al de Venezuela. Los socialistas serían, como en otros periodos de históricos, meros compañeros de viaje utilizados para tal fin. Con todo, hay socialistas que temen que, en la actual situación española de movimientos nacionalistas independentistas, una coalición con UP puede acentuar la inestabilidad territorial y el modelo reformista socialdemócrata. Por ello propugnan un gobierno de concentración entre las fuerzas constitucionalistas (PSOE, PP y Cs) durante un tiempo, hasta solucionar las tensiones disgregadoras territoriales.