Cuando uno quiere hacer una aproximación a un tema --y hablar con cierto rigor-- tiene que hacer fundamentalmente dos cosas. Por un lado, leer estudios, estadísticas e informes sobre la cosa, y por otro, escuchar a la gente que tiene experiencia y opinión formada al respecto. Eso es precisamente lo que he hecho a la hora de examinar el impacto que está teniendo la escalada de tensión política en Cataluña sobre uno de los motores de su economía: el turismo.

Este verano he escuchado muchas veces en boca de gente que está al pie del cañón que se estaba notando mucho la caída en el número de turistas del resto de España en diferentes puntos de Cataluña. Por otro lado, diversas informaciones apuntan a que esa reducción de visitantes nacionales está entre el 12% y el 15% si lo comparamos con años anteriores. En cualquier caso, es más que evidente que nuestros hosteleros, restauradores y agencias de viajes sí lo están notando, y mucho.

El turismo en Cataluña emplea en Cataluña a más de 450.000 personas y dejó en esta preciosa tierra el año pasado 17.300 millones de euros. Es uno de los motores de nuestra economía y, como todo en la vida, si queremos que dure hay que cuidarlo. Hay que impulsar planes sectoriales de promoción, invertir en medioambiente, infraestructuras, entre otras cuestiones, pero es axiomático que sin estabilidad institucional y paz social todo lo anterior de poco sirve. El turismo es todo lo contrario al riesgo, la zozobra, el alboroto, la tensión y la incertidumbre

El Gobierno de la Generalitat no está impulsando precisamente una promoción simpática de nuestra tierra. Si tu principal política es buscar la confrontación con el resto de España. Si alardeas de que te consideras una cultura "superior" y te pasas el día insultando, escupiendo y vilipendiando los símbolos propios del resto de españoles, parece razonable que éstos acaben por darte la espalda. Cuando un señor de Cáceres o de Zaragoza observa con sus propios ojos que los dirigentes catalanes menosprecian y atacan sistemáticamente las bases de su idiosincrasia, el rechazo y el hastío está servido. Millones de españoles están hasta la coronilla del discurso supremacista separatista. Nunca ha sido bueno insultar a tus clientes y el sector turístico no es una excepción a esta regla.

El discurso incendiario y radical de Torra, Puigdemont y el resto de supremacistas nacionalistas es tremendamente peligroso en lo social, en lo económico y, por ende, en lo turístico. Los nacionalistas actúan desde una tremenda ineptitud. Tampoco ayudan a mejorar el turismo catalán las campañas de turismofobia perfectamente organizadas en la Barcelona de Colau, la limitación de licencias hoteleras en Barcelona, los ataques a los buses turísticos, las diversas campañitas "tourist go home", la colocación de siniestras cruces en magníficas playas, huelgas salvajes de taxistas, cortes frecuentes de carreteras por parte de los CDR y demasiadas algaradas callejeras debidamente proyectadas en televisión. La tóxica tensión política separatista y el trasnochado populismo de extrema izquierda están dinamitando nuestra imagen, nuestro desarrollo económico y juegan con el futuro de miles de puestos de trabajo de catalanes.

Si la Generalitat de Cataluña quiere ayudar al turismo catalán debe volver al equilibrio institucional, al respeto mutuo entre territorios, a la concordia y al respeto a tus vecinos. De seguir así, auguro un mal futuro a nuestro turismo...