Algunos nos hemos pasado años advirtiendo de la estrategia insurreccional del separatismo hasta que la realidad incontestable de estos días nos ha dado tristemente la razón. Aunque la manipulación y las mentiras empujen a veces a una sociedad culta hacia el desastre, ese final obviamente no está escrito de antemano. Pero para poder evitarlo hay que tomar conciencia de que lo peor puede llegar a pasar. Digámoslo claro: el peor escenario puede acabar sucediendo en Cataluña. La posibilidad de un choque armado ha dejado de ser una hipótesis inconcebible para pasar a convertirse en algo plausible si se produce en los próximos días una declaración unilateral de independencia. El Gobierno de Mariano Rajoy ha tenido múltiples ocasiones para abortar de raíz ese escenario, pero no ha querido verlo. Ahora se hace evidente que el discurso de la "prudencia, mesura y proporcionalidad" de la Moncloa no respondía a ninguna estrategia, solo encubría su incapacidad para anticiparse a lo que se estaba gestando en Cataluña. No se ha hecho nada y ahora el Gobierno español solo puede actuar de forma reactiva en medio de un escenario socialmente revolucionario después del 1-O.

La posibilidad de un choque violento deriva de la posición ambigua de los Mossos, un cuerpo armado de más de 15.000 efectivos cuya lealtad al orden constitucional es más que dudable en la cúspide y también entre bastantes de los mandos. Esto no era así hace unos meses cuando Albert Batlle ocupaba la dirección general de la policía autonómica con Jordi Jané como conseller de Interior. En julio fueron relevados por dos irredentos independentistas, Pere Soler y Joaquim Forn. Pero no solo ha habido un cambio en la dirección política, también se ha producido en muy poco tiempo una alteración sustancial de la relación de los Mossos con el independentismo después dos momentos clave: los atentados terroristas de agosto y el referéndum del domingo pasado. Los ataques yihadistas de Barcelona y Cambrils fueron aprovechados por el Govern de Puigdemont para apropiarse simbólicamente de los Mossos. El Parlament, en lugar de crear una comisión de investigación para saber exactamente cómo habían podido fallar tantas cosas en la prevención del terrorismo, corrió a condecorarlos sin un atisbo de crítica, mientras marginaba a la Policía Nacional y la Guardia Civil. La clerecía del soberanismo fomentó al máximo la autocomplacencia sobre los Mossos para seducirlos como la policía del “nou país”. Desconocemos hasta qué punto influenció, pero la psicología humana es bastantes vulnerable a los elogios, también los policías.

Como es de imaginar que el Estado español, aunque sufre esclerosis en sus aparatos operativos, servicios de inteligencia y carece de liderazgo político, no va a rendirse tan fácilmente, el choque armado con la Generalitat puede ser un escenario inevitable

El otro momento determinante ha sido este domingo pasado. Lo sucedido está en la mente de todos. El major Josep Lluís Trapero siguió la máxima de "obedezco pero no cumplo" y tendió una hábil trampa al coronel de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos, que intentó dar cumplimiento, de forma improvisada y torpe, a las órdenes del TSJC la mañana del 1-O. El estropicio causado por algunos excesos policiales, que merecerían una comisión de investigación en el Congreso y la dimisión del ministro Juan Ignacio Zoido, ha sido devastador en la sociedad catalana, incendiada con una cascada de imágenes. De manera incomprensible, el Gobierno español hizo bueno el relato del separatismo sobre la represión de las fuerzas de seguridad del Estado, señaladas ya como fuerzas de ocupación sobre las que hay barra libre para hostigar en municipios como Calella, Pineda o Reus.

Los Mossos, en cambio, se han convertido en la policía patriótica, a la que se le tiran claveles y aplaude. Indudablemente, todo eso no puede menos que alterar el comportamiento de muchos mossos que ideológicamente están lejos del separatismo pero que pueden verse arrastrados a seguir los dictados de sus jefes políticos cuando tengan que decidir si se adhieren o no a la nueva legalidad cuando se efectúe la DUI. Los climas colectivos pasionales son decisivos en este tipo de situaciones. Como es de imaginar que el Estado español, aunque sufre esclerosis en sus aparatos operativos, servicios de inteligencia y carece de liderazgo político, no va a rendirse tan fácilmente, el choque armado con la Generalitat puede ser un escenario inevitable. Ojalá nada de esto ocurra, pero pongámonos ya en lo peor para intentar evitarlo.