Se atribuye al muy hiperbóreo Friedrich Nietzsche la autoría de la frase: El hombre sufre tan terriblemente en  el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”. De forma indudable, una sentencia así cabe en labios de cualquiera, desde el guasón de Francisco de Quevedo hasta Emil Ciorán, que no reía jamás, pasando por Bertrand Rusell, hombre muy serio pero sumamente irónico, o Alan Watts, filósofo cachondo, lisérgico y descreído que se mofaba de todo. De no existir la risa el mundo habría implosionado en menos tiempo que algunas célebres republiquetas. Y es que la risa es antidogmática y sacrílega: recuerden los espasmos y espumarajos que la hilaridad le provocaba a Jorge de Burgos, el personaje de Umberto Eco. Una buena carcajada, además de burlesca, es balsámica como ningún otro analgésico inventado por el ser humano. Y no solo posee un efecto terapéutico contra el dolor y la sinrazón. La risa es salvífica, porque aquellos que acostumbran a reír ante los dislates del mundo acaban, invariablemente, riéndose de si mismos. Y un poco o un mucho de sabiduría hay en esa actitud.

Cuando repaso la actualidad política siempre me ocurre lo mismo. Primero me cabreo como una mona, blasfemo y escupo sapos un ratito, y al poco acabó riendo hasta las lágrimas. En ocasiones en casa me preguntan qué demonios me pasa. “Quita, quita, que es muy largo de explicar”, contesto. Permítanme repasar de forma muy breve algunas noticias de los últimos días y ya me dirán si no son motivo de chanza, chacota y chirigota.

La última salida de pata de banco de Irene Montero y su “Ministerio de Andares Tontos Marxistas” es un informe de esos que le cuestan al erario público miles de euros, en cuyas páginas se insta a las empresas a controlar muy de cerca a los trabajadores falocráticos --olvídense de heteropatriarcales, que eso ya está obsoleto-- que miran “impúdicamente” a las pobres féminas que jamás han roto un plato y que se ponen tope etéreas y contritas a mediodía, a la hora del Ángelus. Se deben controlar los correos que les envían los “salidos” de sus compañeros, los memes porno que reciben y las conversaciones en la máquina de café de la empresa mantenidas por ese hatajo de sátiros priápicos. Con los 500 millones de presupuesto anual que malgasta este “Ministerio de Histéricas de La Caldera del Sótano” seguro que pronto veremos proliferar por todas partes las “Multiópticas Montero, la mirada lo primero”. Y por ese control oftalmológico pasaremos todos. La propia Irene, o la gorgona de Yolanda Díaz, nos graduarán la vista. Seguro que usted y yo saldremos con un 5,5 de dioptría lujuriosa en el ojo izquierdo y 8 de presbicia lasciva en el derecho y prescripción al canto de gafas a lo José Feliciano durante al menos diez años. Se acabó lo de mirar senos y cosenos a hurtadillas, marranos.

Sigamos. Los espectadores de “TVen3 y a ratos” están hartos de la cobertura informativa que la cadena efectúa de la erupción del volcán de La Palma y se preguntan cuánto cuesta cubrir esas emisiones que restan tiempo a las 7.200 horas mensuales de información sobre el procés. Así lo manifestó el exconseller Lluís Puig: “¿El interés por el volcán se debe a que pertenece al Continente Africano o a España?”. Y, ni corto ni perezoso, el jefe de la oficina de Puigdemont, Josep Lluís Alay, replicó: “¿No pasa nada en el mundo que tenga más interés para los catalanes? ¡Qué vergüenza informativa!”. Seguro que en breve Pere Aragonès anunciará que cuando se complete la independencia --esta legislatura a más tardar-- toda la zona volcánica de la Garrotxa entrará en erupción estromboliana y se abrirán merenderos para que la gente vaya de picnic a “fer carn a la brasa com déu mana; és a dir: amb lava volcànica mil·lenària catalana”.

Pasando páginas descubro que Carles Puigdemont está triste, ¿qué tendrá el prasidén, que los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color, a pesar de que por toda Europa van y le perdonan la vida? Pues que en Bruselas no le devuelven la anhelada inmunidad. Y que el hecho de que hasta el cantamañanas de Rodríguez Zapatero haya pedido una salida honrosa --para quien ninguna honra tiene-- le ha sentado fatal. Pero lo peor ha sido que se hayan aireado algunos excesos vergonzosos: esos 900 euros consignados como “gastos de catalanes” dilapidados en un putiferio berlinés, al poco de haber sido detenido en Alemania. La cosa ocurrió en mayo de 2018. Su sucesor, Quim Torra, acompañado por Albert Batet, Josep Costa y otros de la cúpula de JxCat, acudieron a adorar al niño del mocho en su pesebre. Y se ve que algunos acabaron la farra en un lupanar. Yo no sé cuántos serían. Pero de ser muchos, 900 euros no dan ni para pipas. Como mucho para cabinas de moneditas de peep show. Tú vas, metes el euro y durante 8 segundos se corre una cortinilla y ves a una señora imponente hacer un streptease desprendiéndose de siete vaporosas esteladas hasta quedarse en cueros.

Si Puigdemont fuera algo más listo montaría, en vez de deambular por pasillos cual fantasma de Canterville, packs de peregrinación a Váter-lu; incluyendo, obviamente, besamanos oficial, bolsita de tierra del jardín de la Casa de la República, salteado de mejillones con papas fritas, carné de la Republiqueta e inscripción en el Consell de la ídem y fin de fiesta apoteósico en putiferio de confianza. El hombre resolvería su vida y, de paso, la de Artur Mas, Raül Romeva, Oriol Junqueras y otros golfos apandadores, que andan muy alicaídos (y alicatados) tras la negativa del Tribunal de Cuentas a aceptar que la Generalitat les avale su deuda de 5,4 millones de euros por sus trapacerías internacionales. Seguro que la idea funcionaría. Sería como ir a Perpiñán en los 70 a ver Emmanuelle y a comprar queso y el Playboy del mes. Aunque en el caso de Artur Mas tengo mis dudas, porque tras haber confesado que lo de la independencia fue una sublime tomadura de pelo, hay mucho indepe que se la tiene jurada y no le pagarían ni un café. No se rían, pobre hombre, have mercy...    

Noticias para llorar o despotricar, y después reír, hay para dar y vender. El 12 de octubre, y días subsiguientes, nos han dejado muchísimas. Imposible relacionarlas todas. En síntesis, hemos podido ver cómo abucheaban a Pedro Sánchez y le obsequiaban con una estruendosa pitada; cómo, para variar, desde Cataluña se denigraba a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, cuerpos que suscitan profundo asco a los de ERC; también oír a la portavoz del Govern, Patrícia Plaja, asegurar en rueda de prensa que el día de la Hispanidad es “la efeméride de un genocidio” que aquí --en la sagrada tierra de los descendientes de los almogávares que descuartizaron y violaron a miles y miles de hombres y mujeres en los días de Roger de Flor-- no se celebra nunca. Por eso Pere Aragonès convocó reunión de trabajo en la Generalitat; sesión inmortalizada en foto oficial en la que se les ve a todos rascándose la entrepierna. Y de fondo, como una voz en off alzándose en medio de tanta zalagarda y tanta estupidez, el Círculo de Economia, el empresariado catalán, reitera lo que ya viene repitiendo una y otra vez: que Cataluña está cayendo en la irrelevancia, en una espiral de decadencia, porque ni el Ayuntamiento de Ada Colau ni la Generalitat apuestan por un modelo de prosperidad económica y social que beneficie a la inmensa mayoría de la ciudadanía, más allá de la confrontación ideológica.

¡En fin, para qué seguir!

Todo lo consignado es pan nuestro de cada día en este esperpéntico “Ruedo Ibérico”, un anfiteatro político en el que lo más granado de cada casa sube al proscenio dispuesto a contribuir a la tragicómica astracanada que como espectadores nos toca sufrir.

Y cuando la política troca en astracanada, en pura chabacanería, solo resta llorar o reír. Elijan ustedes.