Hay veces que escribir de las medidas económicas que los gobiernos españoles anuncian resulta de un cansino que aburre por la cantidad de marketing y demagogia que incorporan y, por ello, no sorprende que ahora empiecen a hacerse públicos sólidos datos que demuestran que muchos de los contenidos de la tan demonizada reforma laboral han resultado inanes, intrascendentes, inútiles... Cuánta tinta y palabrería malgastada para tan poco resultado.

Y dentro de ese capítulo de cansinas medidas económicas, cabe introducir ahora el anuncio de Pedro Sánchez de subir impuestos para cumplir los compromisos con la Unión Europea y mejorar el Estado del bienestar, lo cual no deja de ser un contradiós  al que, para recalcarlo, ha puesto una guinda en forma de interrogante que él ha refutado siempre hasta la saciedad: "¿Queremos tener un sistema fiscal de tercera para tener un Estado de bienestar de primera?, no es posible". Lástima que cuando podía haberse expresado con tanta claridad no lo hiciera y prefiriera manejar las malas artes de la demagogia.

No contento con ello, el presidente del Gobierno ha defendido, en alguna rueda de prensa celebrada allende nuestras fronteras, la necesidad de "abrir un debate sobre una fiscalidad justa en España". ¿“Fiscalidad justa”? Da miedo su simple enunciado. Ni una sola mención a la reforma fiscal integral que España necesita más que ninguna otra cosa y así habrá que entender que fiscalidad justa consiste en subir el impuesto sobre carburantes, crear un tributo especial para la banca y elevar la actual imposición del impuesto de sociedades, además del proyecto heredado del PP de crear una tasa para las tecnológicas. Todo dirigido a castigar a “los ricos” o a las rentas más altas, para hacer frente al incremento del gasto público al que tan aficionada es la socialdemocracia. Habrá pues que olvidarse de aquello de que los tributos deben ser proporcionales, certeros, oportunos y eficientes.

Toda una colección de parches fiscales que, en palabras del secretario de Estado de Seguridad Social, el histórico Octavio Granado, tendrán como virtualidad la cuadratura del círculo: una mínima distorsión de la actividad económica. En versión libre, una subida fiscal que no afectara a la economía. Nadie hasta ahora se había atrevido a tanto.

Aunque las cuatro medidas fiscales que hasta ahora se conocen merecerían un comentario ad hoc, vamos a centrarnos en la panacea que va a solucionar los males de las pensiones: el impuesto especial a la banca. ¡Un tributo extraordinario al sistema financiero que no va a tener repercusión en la economía!, como si la banca no tuviera la obligación de financiar a la economía manteniendo su solvencia y su operatividad en las mejores condiciones y que con medidas como la propuesta por Sánchez van a encarecer el crédito y las comisiones. A eso los ingleses lo llaman wishful thinking.

Se olvida Sánchez del abecedario de cualquier medida tributaria, y es que los impuestos a las empresas o al sistema financiero lo terminan soportando los clientes y consumidores, básicamente por la imperiosa necesidad que unos y otro tienen de obtener beneficios, algo que en el caso de los bancos no solo es consecuencia de una ley natural, sino que es una exigencia de las obligaciones regulatorias que les exige ser rentables para atender las necesidades de provisiones y de capital. Y es por ello por lo que todos los expertos convienen en señalar que donde Sánchez dice impuesto a la banca, lo que en realidad está diciendo es impuesto a los ciudadanos, porque estos son, al final, los que terminan pagando dicho incremento fiscal. Eso lo sabe Sánchez y el maestro armero, pero debe considerar a los ciudadanos de este país unos indigentes intelectuales y merecedores de una argumentación algo escatológica.

Y todo para pagar pensiones, loable objetivo cuyo sistema actual hace aguas por todas partes. Un canto al sol con engaño incorporado porque con ello se pretenden recaudar 1.000 millones de euros para hacer frente a un agujero de 18.000.

Yo no quiero que me engañen y me digan que me quieren. Sanchez, como todo su gobierno y asesores, sabe que así no se va a resolver el problema de las pensiones y que solo creando empleo de alta calidad y de salarios altos se puede empezar a paliar la quiebra del sistema, pero ello solo puede venir de la mano de las empresas privadas, a las que también quiere zurrar fiscalmente, y de la cualificación de los trabajadores que pasa, ineludiblemente, por una profunda reforma de sistema educativo, algo que no está entre sus prioridades.

Puede que todavía venda el transformarse en el forgiano personaje Bengador Gusticiero y dar caña a esos señorones que aparecían en las viñetas de principios del siglo pasado, que usaban sombrero de copa, puro y reloj de cadena; pero el producto está ya muy gastado e incluso huele.

Puede incluso que Sánchez termine subiendo los impuestos especiales sobre los carburantes, especialmente al gasoil, medida que, como es público y notorio, va dirigida a los ricos que contaminan; pero está por ver que termine creando un impuesto especial a la banca y no solo porque requiere de una ley y el apoyo del PNV, sino porque supone una viaje a ninguna parte o mejor dicho a los bolsillos de la clase media y asimilados.

Pedro Sánchez tiene muchos problemas y uno de ellos es su obsesión por Podemos de quien no solo depende para seguir al frente de la gobernanza del país, sino al que trata de emular para hacerse con su corralito de votos. El drama es que el modelo económico de Unidos Podemos es una antigualla que chirría por todos sus goznes.

Lo dicho, cansinos hasta el aburrimiento.