Que la comisión de investigación en el Parlament sobre la aplicación del artículo 155 que, en julio de 2018, aprobaron los grupos independentistas con el apoyo tontorrón de los comunes era un fraude, ya lo sabíamos. Su objetivo no es otro que alimentar el relato sobre la maldad del Estado represor y tirar pelotas fuera sobre la responsabilidad de los líderes del procés en el desastre del 2017. La comisión aprobó nada menos que 118 comparecencias, 61 testigos y 57 expertos.
Repasando esa lista se evidencia la voluntad de hacer un juicio político paralelo a aquellos responsables que estaban entonces al frente del Gobierno de España, al jefe de la Casa Real o a los líderes de los partidos constitucionales, aun sabiendo que ninguno de ellos asistiría, porque no están obligados por ley. Pero a la propaganda separatista le sirve para denunciar ese nuevo “desprecio a la soberanía” del Parlament y dar trabajo a la Fiscalía, que archiva siempre las denuncias porque no son relevantes y dicha comisión desborda, claro está, las competencias de la Generalitat y del Parlament. En la parte catalana, los comparecientes son mayoritariamente soberanistas, llamados con el único fin de soltar sus mítines e insistir sobre lo mismo.
De eso iba ayer la presencia de Oriol Junqueras, Jordi Turull, Raül Romeva, Josep Rull, Joaquim Forn y Dolors Bassa en el Parlament. Curiosamente, no hemos visto a Carme Forcadell, nada menos que la expresidenta de la cámara catalana, porque no estaba citada. Es de suponer que desde ERC se lo preguntaron antes, pero que ella no quiso ir porque lo que tenía que decirles igual no les iba a gustar del todo. Parece que Forcadell, a diferencia de los otros líderes del procés, sí que está algo arrepentida y considera que los suyos no la tuvieron muy en cuenta en septiembre y octubre de 2017.
Tampoco el exconseller Santi Vila, que hizo múltiples contactos en aquellos meses convulsos para evitar la DUI y la aplicación del 155, ha sido llamado. Igual tampoco les apetecía escucharlo porque en su libro (De héroes y traidores. El dilema de Cataluña o los diez errores del procés) ya puso a caldo a Carles Puigdemont y a los líderes de ERC, a Junqueras por su doblez y a Marta Rovira por su fanatismo.
Ayer el morbo era escuchar al jefe de los republicanos y ver qué cara hacia tras la sentencia del Tribunal Supremo que le condenó a 13 años cárcel e inhabilitación. A diferencia del resto de políticos presos, su influencia es ahora mayor porque ERC tiene la llave de la gobernabilidad en España.
En media hora de intervención, ha garantizado el diálogo pese a la cárcel y reiterado sus ganas de hablar con todos, con esa retórica curil que se asemeja mucho a la elocuencia religiosa que utilizaba Jordi Pujol y que tan encandilados tenía a muchos. “La prisión es una etapa del camino a la libertad”, ha dicho revelando que en el fondo es un fanático, aunque no esté tan chalado como Jordi Turull, para quien de no haber sido por la violencia del Estado en unos meses se habría materializado la república.
El sermón de Junqueras tenía como objetivo justificar que lo hecho en 2017 valió la pena, animar a la desanimada y dividida parroquia independentista, pero sin asumir ninguna responsabilidad ni error. Y por supuesto nada de pedir perdón a nadie. Ningún arrepentimiento, cero empatía con los catalanes no independentistas y la promesa desafiante de volverlo hacer. El líder de ERC se sitúa en un plano de superioridad ética y moral frente a todos, “soy el campeón del diálogo” o “no hay nadie más independentista que yo”, que refleja un narcisismo peligroso. Concluyó su alegato pidiendo no abandonar nunca la fe. Cataluña, la sociedad más secularizada de España, en manos de curitas, mártires y apóstoles. De eso va el nacionalismo.