Me refiero a ti, Pablo Iglesias, no a Pablo Casado. Y me permito tutearte por nuestra coincidencia en la socialdemocracia que como orientación invocas a menudo. No tutearía nunca a Casado, ni ahora a Albert Rivera por su decepcionante deriva derechista, que no fascista como vocean Joan Tardà  y Gabriel Rufián en el hemiciclo del Congreso.

El pasado 22 de noviembre publicaste en El País el artículo de opinión “¿Para qué sirve hoy la monarquía?”, artículo digno de ser comentado tanto por lo que dices como por lo que omites. Una omisión remarcable es la del dicterio “régimen del 78”,  que, aquí en Cataluña, pronto quedará  sólo como un dominio de independentistas burgueses y de infantiles cuperos.  

Haces una sucinta y ponderada descripción de lo que fue la Transición, y la remachas con un “difícilmente las cosas hubieran podido ocurrir de manera muy diferente”. Deduces acertadamente que la Transición nos dejó a cambio de democracia el “heredero de Franco”, que poco a poco “se hizo querer por amplios sectores de la ciudadanía”, especialmente después de su papel decisivo en la desactivación del golpe de Estado del 23-F, pero también --habría que añadir--  por haber encarnado la estabilidad institucional que hizo posible la consolidación de la democracia y la construcción de nuestro (mejorable) Estado de bienestar por los gobiernos socialistas de Felipe González.

Te planteas, sin embargo, si “¿sigue siendo útil la monarquía para nuestra democracia?”. Utilizas, pero, un argumento endeble y apriorístico: “que a la Jefatura del Estado se acceda por elecciones y no por fecundación sería profundizar en nuestra democracia”;  apriorístico porque ¿qué garantía tenemos de que un Jefe de Estado salido de unas elecciones fuera mejor que el muy preparado y juicioso monarca actual? Imagínate la posibilidad de que en las elecciones a la presidencia de la República saliera Aznar o un Bolsonaro.

Dices que “el 3 de octubre debilitó a Felipe VI”. Por favor, lee o escucha de nuevo el discurso del Rey. Tal vez falte algo, pero no sobra nada. ¿Acaso no tiene razón cuando denuncia “la deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado” de determinadas autoridades de Cataluña que “de una manera reiterada, consciente y deliberada han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía?”. Finalmente el Rey recuerda  que “es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña”. Constitucionalmente acertado y muy oportuno. El Rey no se erigió en símbolo de un gobierno fracasado, sino en el símbolo de la fortaleza del Estado.

¿No será que los independentistas aborrecen tanto ese discurso precisamente por las verdades que contiene? Creo que otro Jefe de Estado de nuestro país o de otro país europeo ante un desafío semejante habría reaccionado igual. ¿Qué no habría dicho y hecho el presidente de la República Francesa si, por ejemplo, los independentistas corsos hubieran obrado como obraron los catalanes?

Un debate sobre la monarquía, de producirse, --tu artículo es sólo una reflexión personal-- no debería ser ideológico, sino centrarse en la valoración de las funciones reales y en la bondad del marco institucional monárquico: ¿qué hace el Rey, como Jefe del Estado? En nuestra Constitución (artículos 56, 62 y 63) las funciones del Rey están estrictamente reguladas y los actos fundamentales (nombramiento de miembros del Consejo General del Poder Judicial, de magistrados del TC, del presidente del Gobierno…) requieren el refrendo de otras instituciones del Estado. No hay poder discrecional del Rey, no hay,  por tanto, “alfonsismo” posible. En cuanto al marco, vale la pena repetirlo: algunos de los Estados de Europa más socialmente avanzados son monarquías (Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica…).

En este momento delicado de nuestra circunstancia política, la institución del Estado más estable, sin agitación alguna, es sin duda la monarquía de Felipe VI. Es fundamental para la salud de nuestra patria mantener este pilar de estabilidad en toda su solidez. Cuestionar la monarquía, entre otros efectos negativos, y no menor es el de alinearse con secesionistas y otros antisistema, bloqueará la reforma de la Carta Magna, impidiendo la muy deseable constitucionalización de derechos sociales, que tanto costó conquistar.

Pablo, en el reparto de roles políticos vuestro partido --más que partido, movimiento-- tiene la oportunidad de constituirse en el ala izquierda de la socialdemocracia. Os lo agradecerán el propio PSOE y los progresistas avanzados. De hecho, ya estáis actuando así.  No echéis a perder la oportunidad con desviaciones innecesarias. Si quieres, la monarquía sirve, entre otras cosas, para que podáis cumplir con vuestro rol político en paz y estabilidad en beneficio de ese sujeto que llamáis “la gente”.