La amenaza de una nueva crisis mundial ha resurgido. No la detectan las actuales cifras macroeconómicas, pero si la vislumbran algunos analistas y muchos inversores. Para la mayoría de ellos, su inicio tendrá lugar en el segundo semestre de 2019. Este temor ha contribuido decisivamente a la abrupta caída de los principales índices bursátiles y del precio del petróleo (la variedad Brent disminuyó un 35%) durante el último trimestre del pasado año.
Las principales causas de dicha preocupación son las negativas repercusiones sobre EEUU de las previsibles subidas de los tipos de interés de referencia de la Reserva Federal, el impacto sobre el PIB mundial del incremento del proteccionismo, el nivel de la desaceleración económica de China, la entrada en recesión de algunos países emergentes y la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) sin acuerdo entre ambas partes (Brexit duro).
En el año 2018, la Reserva Federal subió un 1% sus tipos de interés de referencia. En el actual año, lo más probable es que lo haga un 0,5%, pues la apreciación del dólar y la bajada del petróleo contribuirán a reducir las tensiones inflacionistas. Si así sucede, el nivel de la facilidad marginal de crédito (el tipo que cobra a los bancos por prestarles dinero) quedará situado en el 3%. En términos históricos, un importe moderado y considerablemente inferior al 5,25% de junio de 2006, que desencadenó la explosión de la burbuja inmobiliaria.
Además, en el presente ejercicio, la economía norteamericana seguirá disfrutando de las positivas repercusiones a corto plazo de las rebajas impositivas realizadas por Trump en el pasado año. Indudablemente, el impacto será menor que en aquél, pero de ninguna manera despreciable. Por todo ello, mi expectativa es que en 2019 el PIB de EEUU aumente un 2,4%. Un nivel propio de un país en expansión económica.
El aumento del proteccionismo de EEUU, junto con las represalias de los diversos países afectados, están provocando una reducción del comercio mundial y de las ganancias de las empresas. Esta última es consecuencia de la disminución de las ventas y del margen unitario de beneficio de las compañías exportadoras y de las importadoras de materias primas y bienes intermedios foráneos gravados con aranceles.
El descenso del comercio afecta principalmente a los países con un elevado superávit comercial, tales como la mayoría de naciones del Sudeste Asiático y algunas europeas (Alemania, Holanda e Irlanda), que basan su modelo de crecimiento en las ventas al exterior. La disminución de los beneficios repercute negativamente sobre la inversión de las empresas. Una repercusión que se ve acrecentada por la incertidumbre que provocan las expectativas de imposición de nuevas medidas proteccionistas o de retirada de algunas de las existentes.
No obstante, no es la primera vez que el mundo sufre un aumento del proteccionismo. Una situación similar, impulsada por Reagan, ocurrió en la década de los 80 y la economía mundial no cayó en crisis. No lo hizo ni el principal país afectado (Japón), quién sustituyó parcialmente la demanda externa por la interna e impulsó la compra de empresas en el exterior.
En la actual década, China ha fracasado en su intento de pasar de un modelo basado en las exportaciones, la industria pesada y la inversión pública a otro sustentado en el incremento del gasto de las familias, el impulso del sector servicios y el desarrollo de la industria privada.
Debido a ello, al continuar su nivel de crecimiento económico dependiendo en una elevada medida de sus ventas al exterior, los aranceles y restricciones a la importación establecidos por Trump están afectando negativamente a su PIB.
Sin embargo, con la finalidad de compensar la anterior negativa influencia, es posible que sus empresas dirijan a otros mercados parte de las exportaciones que iban a EEUU y las autoridades económicas adopten medidas para impulsar el gasto de las familias y la inversión empresarial.
Algunas de las más probables serían: una ligera depreciación del yuan con respecto al dólar (alrededor del 5%), una disminución del tipo de interés de referencia del Banco Popular (su banco central), una mayor permisibilidad en relación al incremento de la deuda de las compañías privadas y el fomento de la inversión pública. Si así sucediera, en 2019 su PIB sufriría una suave desaceleración. Aunque no alcanzaría ni el 6,9% de 2017 ni el 6,5% probablemente obtenido en 2018, se situaría a escasas décimas del 6%:
A finales de la pasada década y la primera mitad de la actual, una sustancial parte del tejido empresarial de los países emergentes y algunas administraciones públicas aumentaron en gran medida su endeudamiento en moneda extranjera. La mayoría lo hicieron en dólares a tipos de interés variables. La fortaleza de sus divisas y el escaso nivel de los tipos en EE.UU. hicieron que la factura fuera muy asumible.
No obstante, en los últimos años la situación ha cambiado. El dólar se ha revalorizado, la Reserva Federal ha subido sus tipos de interés y el aumento del proteccionismo ha afectado negativamente a sus exportaciones. En otras palabras, en moneda nacional, el incremento de los intereses pagados supera cada vez más claramente al de los ingresos obtenidos. El resultado será la quiebra de numerosas empresas, la entrada en recesión de diversos países y no es descartable el rescate por parte del FMI de algunos otros.
Los más perjudicados serán los que poseen una elevada deuda externa neta y los que combinan un notable déficit público y por cuenta corriente. Entre los primeros, destacan Turquía, Sudáfrica, Brasil o Túnez. Entre los segundos, Argentina, Pakistán o Bolivia. Evidentemente, Venezuela es un capítulo aparte, por su desastrosa gestión macroeconómica.
Sin duda, la disminución del crecimiento económico de unos y la entrada en recesión de otros afectará al PIB mundial y hará que éste crezca menos que en los años anteriores. No obstante, muy difícilmente será un factor decisivo que impulse una contracción económica a nivel global.
A principios de la década de los 80, una gran apreciación del dólar y una muy elevada subida del tipo de interés de referencia de la Reserva Federal (llegó en 1981 al 20%), muy superiores a las previstas en la actualidad, desencadenó una crisis de la deuda externa en América Latina que llevó a numerosos países al defaut. En el conjunto de la década, el crecimiento del PIB de algunas naciones fue escaso; en otras, aquél disminuyó. No obstante, la afectación a los países desarrollados fue escasa.
Un Brexit duro reduciría notablemente el comercio entre el Reino Unido y la UE y provocaría el traslado de una gran parte de los servicios financieros, fábricas y múltiples inversiones desde la isla hacia Irlanda o el continente europeo. Para el país anglosajón, sería un verdadero desastre económico, para el resto de países de la Unión Europea la pérdida de unas décimas de crecimiento.
Una disminución que podría ser compensada por un mayor gasto público (relajación de los criterios de déficit presupuestario) y una política monetaria más expansiva (vuelta del BCE a la compra de deuda pública y privada). Si así sucediera, el Brexit para la UE sería similar a un gripe banal para una persona.
En definitiva, en el presente ejercicio, Estados Unidos crecerá menos que el año anterior, pero seguirá en expansión económica. En la mayoría de países, el aumento del proteccionismo restará unas décimas de crecimiento. En China, algunas más que en la mayor parte de naciones. No obstante, el incremento del su PIB se acercará al 6%.
A algunos países emergentes les irá muy mal y a otros bastante peor que en 2018. Una coyuntura nada extraordinaria, sino relativamente común cuando el dólar tiene una elevada apreciación y los tipos de interés de la Reserva Federal aumentan. Si se produce un Brexit duro, el Reino Unido caerá en recesión, pero la negativa influencia sobre la UE será escasa, si la Comisión Europea y el BCE hacen bien su trabajo.
Así pues, el crecimiento del PIB mundial en 2019 será inferior al del año precedente. Una situación nada excepcional. Por tanto, es verdad que habrá desaceleración económica a nivel internacional, pero no hay ningún indicio que presagie una nueva crisis mundial similar a la iniciada en 2008.