El gran químico Joan Uriach, veterano patrón de Laboratorios Uriach, maneja el diapasón del coleccionismo y remodela su biografía a medio camino entre lo complejo y lo meritorio. Su virtual oponente, Víctor Grífols, al otro lado de la navaja de Guillermo, sería el favorito del monje franciscano porque expresa la simplicidad y la matemática del efecto multiplicador sin adornos. Frente a la veteranía laberíntica de Uriach, Grífols es el otro gran patrón químico catalán, el desterritorializado, colgado en el alambre de los mercados y pegado al gran balance de su empresa de plasma.
Uriach es producto de una doble herencia intelectual: el arte y la química, dos ramas convergentes en el mundo estricto e interior de Pere Puig Musset (apóstol de la farmacopea). Su amor al arte se derivó de Francisco Uriach i Uriach, l’oncle Paco, wagneriano en la Barcelona de Miguel Fleta y poseedor de una colección de pintura comparable a la Plandiura de antes de la diáspora; más desconocida y recatada pero con Ràfols-Casamada, Mondrian, Rusiñol o Vives Fierro colgados en las paredes. Queda un cabo suelto: la caza, en los predios de Gallifa, donde de casi niño leyó el prólogo de Ortega y Gasset al libro Veinte años de caza mayor, obra del conde de Yebes. Uriach lo cuenta por escrito; es el puntazo de un científico, que no conoció la Institución Libre de Enseñanza.
Uriach es precavido; Grífols lanzado. Uriach es profesor; Grífols, un mandarín de agua dulce. Uriach es reflexivo; Grífols, impulsivo
Joan Uraich i Marsal es el líder de la cuarta generación, descendiente del Uriach Feliu que tuvo una droguería en el Paseo del Born y que inició la saga con su prima hermana y esposa, a base de fórmulas magistrales. Grífols, por su parte, es un tobogán que atropella de bajada, pero que no ha probado todavía el trago amargo de los altos costes financieros y el pasivo abrasador. Uriach es precavido; Grífols lanzado. Uriach es profesor, uno de los impulsores del Químico de Sarrià (IQS); Grífols, un mandarín de agua dulce, de la escuela de negocios de los grandes lagos de Minnesota. Uriach es reflexivo; Grífols, impulsivo. Son la particularidad frente al marasmo; la lentitud frente al acelerón; la consolidación frente al rayo; la sociedad familiar frente a la sociedad anónima mercantil; el recurso al crédito del banco amigo frente a la apuesta por el mercado; el miedo a perder la propiedad frente al gusto por conocer el neto patrimonial que revela la Due Diliegence del potencial comprador; el remilgo casero frente a la bolsa de valores; el modelo catalán frente al vértigo internacional.
Con esta traslación factual al momento político: Uriach es convergente, pujoliano, hombre de la Cataluña cristiana, patrón de la Fundación Sagrada Familia, montserratino, amado miembro juvenil de aquella junta predemocrática de Narcís de Carreras en la presidencia del Barça, y tiene casa en Vilassar de Mar, como le corresponde a un destacado icono del catalan power farmacéutico. Además, cuenta con dos amigos desaparecidos, almacenados en la memoria de los balcones frente al mar: Pere Duran Farell y Claudio Boada.
Grífols proviene de una cuna semejante en cuanto a mérito, pero él se deslizó, se hizo líquido cuando extraía donaciones de sangre en su centro analítico de Sarrià. Se desvistió para hacer el mundo. Ahora, observa la causa soberanista y se autoproclama indepe. No quiso ser Boy scout, no conoció las tripas del Palau de Millet en los finales de curso virtelianos, no fundó Òmnium ni perteneció al Casal de Montserrat. Hoy anhela que los amarres de España se rompan para mayor gloria de territorios nacientes y decaimiento de la UE. Su mirada atlántica le ha llevado lejos del mar que lo vio nacer. Sueña una Cataluña balcánica, sin referencias en Bruselas. Una industria poderosa y un puerto, el amarre de la Sexta Flota, su principal cliente comprador de plasma; la Barcelona recobrada del American Bar, en Ramblas esquina Hospital, rondada de izas y remedios caseros para el mal francés.
El veterano Doctor diodramina es una antítesis amistosa de Grífols, la sanguijuela de Sarrià
En lo financiero, Uriach funde el minimalismo de su oponente con la media sonrisa de un niño de los Jesuitas frente a otro del Colegio Suizo. El veterano Doctor diodramina (así se conoce a Joan Uriach desde que inventó las célebres pastillas contra el mareo) es una antítesis amistosa de Grífols, la sanguijuela de Sarrià, que obró milagros en su cuenta de resultados con ingentes donaciones en los años tristes de mermelada y hogaza de pan.
Uriach vivió de niño en Sant Andreu del Palomar, el barrio menestral, cuna del metal y la maquinaria pesada de posguerra. Y se estrenó como boticario en una droguería situada delante del Santa Maria del Mar que su bisabuelo le ha había comprado a Rafael Vilaclara, un cuasi alquimista de la plana de Vic. Uriach es un remolino de la memoria y el conocimiento, un rizoma de la Cataluña emprendedora y creativa. Víctor Grífols, en cambio, tiene historia sin narrativa. No se atreve a componerla por dejar de subir los peldaños que han de librarle de las cadenas del éxito. Él sabe que toda empresa rampante es pasto de los bancos de negocios y del capital riesgo. Algunos años después del primer contacto con la industria de valores, la historia se repite: los recursos propios han crecido demasiado frente al valor neto. Y cuando la capitalizacón cae, los acreedores abandonan la referencia del Ebitda en busca de bienes raíces, última garantía. Grífols lo vivió entre 2008 y 2014. Hoy es un quarterback empresarial redivivo, el Tom Brady de la última Super Bowl.