La mutación de una epidermis industrial no es reversible. Si la economía de un país como Cataluña se cae en un pozo muy hondo no volverá. Mientras el resultado del 14-F, anticipado por los sondeos, trate de reeditar la independencia bajo el nuevo formato pactista de ERC, las herramientas del aparato productivo --empresas y bancos-- seguirán estando en peligro, a causa de la incertidumbre regulatoria. Es el momento de preguntarse si el valor de una vanguardia depende de su empuje; si ponemos el acento en la economía, no se trata de empuje político sino de presencia social, el mascarón de proa de una cubierta abandonada por muchos de sus líderes empresariales, a excepción de la gran patronal, Fomento del Trabajo, presidida por Josep Sánchez Llibre, un expolítico reconvertido en palanca del renacimiento.  

Resulta chocante que, en pleno Antiguo Régimen (años 50) fueran iniciativas como el Círculo de Economía las que lideraran el despertar de una clase dirigente adormecida y que ahora sea Foment --vástago del viejo sindicalismo vertical-- quien enarbole el despertar de una burguesía cándida. En el Círculo, el clima que rehúye el combate frontal flota en el ambiente; Javier Faus, el presidente del prestigioso foro de opinión trata de moldear un puente entre el conocimiento y la empresa, como pudimos comprobar ayer mismo en la conferencia de Luis Garicano, ex profesor de la London, autor de El dilema de España y miembro de Ciudadanos en el Parlamento Europeo. Qué lejos está Estrasburgo de Madrid, en términos de timbre de voz y de descaro a favor de la cámara de la UE.

Las aportaciones del foro de la casa Arnús Garís (frente a la Pedrera) resultan precisas, pero en la Junta Directiva de la institución no crece la hierba de empresarios de carácter, desde la desaparición de José Manuel Lara Bosch, el último patrón. En descargo de Faus debemos reconocerle el tacto que ha tenido en la elección de su flanco teórico, el de los José María Lasalle, Cristina Garmendia, Trias Sagnier, Jordi Amat o González-Páramo, así como de destacados cuadros del management. Esta nueva élite ha relevado a los patronos de anteriores juntas, marcadas por su atención a la Economía de Estado y su mirada europea. El Círculo gana en lustre intelectual lo que pierde en conciencia de clase. Sus directivos evitan la fricción con el independentismo que busca empobrecernos para salvarnos; que trata de derrotarnos para ofrecerse como lenitivo, después del crimen. Las cosas no son como la vemos sino como las recordaremos mucho después.

¿Soportaremos el daño de un nuevo ataque a la convivencia? ¿Quiere Cataluña dividirse entre constitucionalistas y nacionalistas?  El día que nos dividamos entre Septembrinos y dinásticos, la España plural desaparecerá. La burguesía cándida de nuestros días ha de buscar respuestas. Tiene a mano modelos metafóricos que han iluminado a Europa en los momentos de impasse, como el enigma en La piel de zapa, la novela Balzac, el caso de un gentilhombre arruinado que vende su alma por un don que cumple sus sueños a cambio de consumir progresivamente su energía vital. También sirve aquel Doctor Faustus de Thomas de Mann, un gran músico que, en deuda con el Demonio, devuelve su arte al corazón de Alemania, en los últimos años de Hitler, en pleno exilio americano de la intelectualidad centroeuropea. O por escoger algo más cercano, la herencia de nuestra Revolución del Vapor, vehiculada por el capricho de albaceas testamentarios, como el canónigo Claramunt de Josep Maria de Sagarra, en Vida Privada. Cuando el futuro está en nuestras manos, lo peor es la llamada del Cielo o del Averno.

El destino se forja; algo que parecen haber olvidado algunos miembros de nuestra clase dirigente; ¿Piensan acaso que dejarse vencer por la inercia les devolverá el protagonismo? ¿Imaginan tal vez que después de la próxima DUI regresarán a sus puentes de mando como lo hicieron sus antepasados después de la Guerra Civil, gracias a la Comisión de Fábricas del Conde de Montseny, que rescató para sus legítimos dueños los activos industriales colectivizados por la CNT? En la independencia de Junqueras no están previstas las colectivizaciones, sino el comienzo desde cero; el eterno retorno de un nihilismo desarmado y pacifista, pero simbólicamente liquidador.

El estandarte de una caída, a veces imperceptible y en ocasiones escandalosa, es el atraco que sufre la Cámara de Comercio de Barcelona comandada hasta hace poco por Joan Canadell (18 demandas por vulneración de derechos, miles de mentiras), el número dos de la candidatura de JxCat. La misma caída --más institucional que económica-- se acentúa en otros ámbitos, auténticos monumentos de la sociedad civil, como el Círculo Ecuestre, presidido por el abogado Antonio Delgado, allí donde se acomodan la dinastía y el temor a mirar de frente los dientes de la fiera. Por no hablar del mismo Círculo del Liceu, la caja cóncava de los Gaudier Fargas, Pujol Chimeno o Cuatrecasas; conviviendo con el celo de linajes seculares, como Delas de Ugarte (Barón de Vilagayà).

Después del último CIS queda claro que la política catalana se ha librado del peso de Puigdemont, trasunto de la debilidad estructural de su contrincante, la ERC de Junqueras, el partido con enunciados, pero sin cuadros. Barcelona es una olla a presión ante el discurso de Navidad de Felipe VI; del rey a bajo ninguno, como parece decir un hombre fiel a la Constitución del 78: “No me toquen al jefe del Estado porque todo se podría desmoronar”, afirma en su libro, La nueva anormalidad, Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias, el aristócrata rojo que nunca utilizó el gentilicio, como arma de dominio. Hoy nos sojuzga la ideología soberanista; el Hermano Mayor pronosticado hace mucho por Wells, por Zamiatin o por Huxley; una utopía parecida el fascismo o al comunismo; una pesadilla encarnada en el sujeto de derecho.