La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y la del BCE, Christine Lagarde, están dispuestas a vencer la resistencia de países como Holanda, Luxemburgo, Irlanda, Hungría o Malta que mantienen intolerables privilegios fiscales a las grandes multinacionales. Ahora deberán incluir en su lista negra a la Comunidad del Madrid. La zona cero de Ayuso ha anunciado en su campaña nuevas rebajas del impuestos sobre beneficios y rentas altas, convirtiendo a la capital española en la Dublín del sur.

El efecto llamada ha dado enormes resultados a las arcas públicas de la Comunidad  --¿En qué las utiliza el Gobierno de Madrid, si no tiene Presupuestos públicos?--, pero al mismo tiempo, ha incrementado la enorme distancia entre las rentas del trabajo y las del capital. El enorme error de Ángel Gabilondo (PSOE) en estos comicios ha sido el de no denunciar a diario el programa tributario de Ayuso, porque para tener mayores servicios es necesario un mayor esfuerzo fiscal. Gabilondo lo reconoce, pero hace esta pirueta: “Nosotros no vamos a subir los impuestos a los madrileños en plena crisis”; en fin, el caso es no alertar; mantener a machamartillo la dichosa curva de Laffer.

El secreto de Laffer, que ahora utiliza MAR, él sabrá, es de primero de Económicas; encierra un principio fácil-fácil, sin apenas credibilidad en los momentos actuales. A saber: cuando más alta es la presión fiscal menos crece la recaudación, porque la gente, en vez de liquidar al Fisco, esconde su patrimonio. Ese fue el credo del llamado Consenso de Washington que a la postre, después de Reagan, abrió el camino de los neocons de Bush, la derecha compasiva (¿Compasiva con quién?) Ha pasado medio siglo de aquel Consenso que se sigue utilizando como si nada en los rescoldos más superficiales del discurso político y que, por lo visto, en Madrid cuela.

La degradación de la contingencia política empieza por los que no admiten rebajar su pequeño poder, como les ocurrió al ministro griego Varoufakis y al ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, cuando chocaron en la crisis del euro de 2008, creyendo que su única misión era defender a sus electores locales: los pensionistas griegos y los inversores alemanes, dejando fuera al resto de la UE. Ayuso aplica aquel mismo criterio. Ella defiende los intereses de las capas medias altas del Distrito Federal español; el resto le da igual. No ha advertido lo que se le viene encima.

La gran adalid de la libertad puede acabar reinando sobre el silencio de los cementerios. Las minorías cualificadas del Ibex 35 (Ana Botín, Goirigolzarri, Pallete, Brufau, etc) no la respetan. A pesar de sus inconmensurables bonus, saben que una sociedad tan desigual resulta ingobernable. Los banqueros y gestores de fondos de la Bolsa española miran a Joe Biden, el presidente de EEUU, que propone doblar el impuesto sobre las ganancias del capital. No solo se lo dice Kamala Harris, desde su izquierda; se lo aconsejan los expertos del MIT, los sabios de Princeton, (el Nobel, Paul Krugman) o los de Columbia (Jeffrey Sachs). El papel de los impuestos regresa al escenario de la alta política internacional. La pandemia ha demostrado que solo el sistema fiscal puede asegurar la igualdad de derechos y servicios públicos.

Ayer, las medidas de seguridad de los comicios funcionaron. En Majadahonda cabía una Harley entre votante y votante, al decir de los castizos; en Arturo Soria, la distancia era menor, pero la circulación más fluida; en el norte de la región metropolitana las colas se angostaron; en Vallecas se depositaba el voto al filo del almuerzo y en la localidad de Moral Zarzal se votó en pleno coso taurino, mientras los burladeros concentraban el recuento. Madrid dejó de pensar en sus tremendas desigualdades para cobijar la libertad, el soma de George Orwell, el maná de Ayuso que contempla su Animal Farm desde los altos de la Real Casa de Correos, sobre la explanada de Sol.

El voto ha crecido. Entre el interés de los que quieren subir y el desinterés de los que quieren seguir no ha habido término medio. El centro liberal, fundido para siempre, entona un mea culpa; la izquierda humanista a fuer de impertinente quiere dejar en la cuneta a sus padres fundadores. Madrid Distrito Federal se parece cada día más a Washington; sus resultados locales no tienen nada que ver con los de las elecciones generales, a pesar del machacón martillo de tantos analistas. También se parece a Dublín, respaldo europeo del Silicon Valley; y además, quiere ser como la City de Londres: mucho poderío sin pagar impuestos. Pero ni modo.