El mayo francés me pilló en Barcelona, a punto de cumplir doce años, y sus principales consecuencias para mí fueron que hubo un par de semanas en las que no llegó la revista de comics Pilote --cuna de Astérix, Michel Tanguy y el teniente Blueberry-- al quiosco del paseo de Gracia en el que solía comprarla. “Es por los follones de París”, me informó el quiosquero. Yo no sabía muy bien de qué iban esos follones. A lo sumo, pensaría que eran como las manifestaciones antifranquistas, pero a lo bestia. Y tampoco se lo iba a preguntar a mi padre, fan del Caudillo y martillo de rojos: me bastaba con observar sus expresiones de disgusto cada vez que el tema asomaba la nariz por el Telediario. En cualquier caso, las imágenes de los estudiantes enfrentándose a la policía en el Barrio Latino me parecían heroicas, aunque entonces no sabía que los manifestantes reivindicaban a cierto líder chino que, con el tiempo, se vio que era un sátrapa y un criminal responsable de miles de muertos.

Cuando empecé a frecuentar París a finales de los años 70, me crucé con varios excombatientes del 68, tantos que era incomprensible que su revolución, consistiera en lo que consistiera, no hubiese triunfado: todos habían participado en la toma del Odeón y se habían hecho fuertes en la Sorbona. Por esa época, ya empezaban a hacerse chistes sobre los héroes de mayo del 68 y lo bien que se habían colocado de adultos en esa sociedad que tanto asco les daba. El dibujante de tebeos Gerard Lauzier, al que le pregunté por el tema, se lo pulió con una sola frase: C'etait de l'enfantillage (Solo fue infantilismo). Una explicación, me temo, a la que yo ya estaba llegando por mi propia cuenta.

La confusa y difusa revolución de mayo del 68 sirvió para la relajación de las costumbres, la desautorización de la autoridad y una manera nueva y mejor de entender las relaciones sexuales

De todos modos, algo sacó la sociedad occidental de aquella juerga juvenil: puede que la confusa y difusa revolución anunciada no llevara a ninguna parte, pero el componente social, ya que no el político, sirvió para la relajación de las costumbres, la desautorización de la autoridad y una manera nueva y mejor de entender las relaciones sexuales. O sea, que lo de mayo del 68 fue una faceta más de los años 60, década prodigiosa, de ésas que solo pillas una en toda tu vida, si tienes suerte. Una manifestación más de la cultura pop de la época y del empoderamiento juvenil fomentado por el rock and roll desde finales de los 50. Puede que mi interpretación parezca algo frívola, pero prefiero no hacer sangre: pensar que los manifestantes burgueses defendían regímenes que machacaban a los habitantes de otros países es muy triste; basta con la represión rusa en Checoslovaquia ese mismo año para comprobarlo. Y desde España, si lo comparábamos con Franco, el general De Gaulle nos parecía un santo varón y un demócrata convencido.

Fue también a finales de los 70 cuando conocí, aunque a una prudente distancia, a uno de los héroes de mayo del 68. Había viajado a Frankfurt, con la excusa de visitar la Feria del Libro, junto a mi jefe del momento, Juan José Fernández, director de la revista alternativa Star, y mi amigo Josep Maria Cortés, que ahora escribe también en este medio y que por aquel entonces estaba en contacto con los herederos alemanes del 68, los espontaneistas, conocidos cariñosamente como spontis. Una noche acudimos a una fiesta en la universidad y, cuando ya íbamos tibios de cerveza, ¿a quién vemos aparecer por allí? Nada menos que a Daniel Cohn-Bendit. Sin dudarlo un momento, Cortés se le acercó y le espetó en perfecto español: “Dany, tú nos has engañado a todos”. Juanjo y yo nos quedamos a una pequeña distancia y asistimos a la bronca que le echó Cortés al pobre Cohn-Bendit, de cuyo contenido nunca acabé de enterarme. El chorreo debía ser de rostro humano, eso sí, pues Dany el Rojo lo encajó con entereza hasta que, pretextando un encuentro urgente con alguien, se dio a la fuga.

Es lo más cerca que he estado nunca de un héroe del mayo del 68. Gracias al gran Cortés. Y las cervezas me sentaron de maravilla.