Tengo la impresión de que Elon Musk no pensó a fondo en las consecuencias de su dedicación a la política. Por regla general, los grandes empresarios y magnates prefieren quedarse fuera de la Administración, influyendo en ella desde una cierta distancia.

A ninguno se le había ocurrido meterse en un Gobierno hasta que Elon Musk consideró que se trataba de una iniciativa muy razonable. Pero su tranquilidad y su sensación de triunfo han durado semanas, por no decir días.

Actualmente, sus despidos masivos topan con las necesidades de algunos ministros del Gobierno de Donald Trump, con bastantes jueces y con la opinión pública (aunque esta se la sople).

Musk ya se las ha tenido con varios miembros del Gobierno, empezando por el secretario de Estado, Marco Rubio, con el que, según se cuenta, los gritos se oyeren a bastante distancia.

Se comenta que Trump está empezando a desposeerle del poder casi absoluto que le había otorgado al principio de su presidencia, y que cree que se excedió a la hora de concederle plenos poderes a su ahijado (por el que es capaz, eso sí, de convertir los jardines de la Casa Blanca en un concesionario de Tesla).

Cuando solo era un magnate del automóvil y de la alta tecnología espacial, podía mantener un perfil algo más bajo, sin dejar de influir en el Gobierno de turno. Le podías tener manía como se la podrías tener a Mark Zuckerberg, a Bill Gates, a Jeff Bezos o a cualquier otro master of the universe del momento presente.

Pero cuando se metió en política, la cosa se convertía en algo personal (sobre todo, si eras norteamericano). Ahora, el tipo de los coches y de los satélites y de los drones es el tipo que despide a funcionarios a mansalva o que recorta el presupuesto en educación o que elimina todas las subvenciones a la cultura.

Ese sujeto lejano que te recordaba a un villano de las películas de James Bond (ya tardan en ofrecerle el papel, a semejanza de lo que hizo Santiago Segura con José Luis Moreno en Torrente 2: Misión en Marbella) es ahora el tío Gilito del Gobierno estadounidense y te está amargando la existencia.

No es de extrañar que haya gente que ha empezado a quemar coches Tesla, aunque sus propietarios no tengan la culpa de las miserias morales del señor Musk. El otro día vi por la tele a dos ecologistas maduritos cargándose unos robots de nuestro hombre. Y supongo que el boicot a sus productos se extenderá próximamente a todo lo que haga.

Desde que Trump lo colocó de gran inquisidor, Elon Musk pierde dinero a espuertas. Y desde el Gobierno tampoco se puede decir que se le aprecie demasiado.

Muchos pensábamos que pasaría más tiempo antes de que empezaran a pintar bastos para Musk, y que eso sucedería por una súbita enemistad entre él y Trump, que descubrirían de pronto que dos gallos como ellos no podían convivir en el mismo gallinero.

El desastre ha llegado antes para Musk por sus excesos a la hora de aplicar los recortes, que han ofendido a la judicatura y a miembros del Gobierno. No debe faltar mucho para que Trump, presionado por los suyos y deseoso de ahorrarse broncas con los ajenos, prescinda de sus servicios. Ya pasó con Steve Bannon y puede volver a pasar con Musk.

Cuando alguien se convierte en un lastre, Trump prescinde de él. Lo hizo de joven con Roy Cohn, pese a que el turbio abogado lo había acogido bajo sus alas cuando más ayuda necesitaba, y puede hacerlo de mayor con Elon Musk. Como dicen los americanos, wait and see.