Empieza a resultar irritante el trato de república bananera (o reino bananero, si lo prefieren) que España está recibiendo de la justicia de algunos países europeos en todo lo relativo a Carles Puigdemont, que solo es, probablemente, un majadero, pero un majadero muy afortunado.

Cuando se dio el piro tras la charlotada de 2017, halló refugio en Flandes, donde sabía que podía encontrar apoyo en los separatistas belgas. Cuando se pidió su extradición a Alemania, un juzgado de pueblo se atrevió a llevar la contraria a nuestros más altos tribunales. Recientemente, Suiza se ha sumado a las naciones que no se fían de nosotros y se ha negado a colaborar con el juez español que veía indicios de terrorismo en Puchi (y en Marta Rovira), llegando al extremo de no facilitar el acceso a la cuenta bancaria desde la que pudo financiarse el Tsunami Democràtic.

Todo parece indicar que nos están tomando por el pito del sereno o, por lo menos, que albergan serias dudas sobre la honestidad de nuestro sistema judicial. Y así nos encontramos con que nos da lecciones de ética y moral un país como Suiza, una cueva de ladrones que lleva toda la vida acogiendo el dinero de todo tipo de indeseables sin hacer preguntas: yo creo que su tradicional neutralidad se debe, principalmente, a que solo les interesan los monises, por turbio que sea su origen, y dicha neutralidad sirve para pillar cacho de todas partes.

Para acabarlo de arreglar, al “enemigo” exterior hay que añadir el interior, representado en estos momentos por el PSOE de Pedro Sánchez, quien es plenamente consciente de que salvando a Puchi igual se salva él, un objetivo que pretende alcanzar con el arma que más utiliza, la desfachatez. En el asunto Puigdemont –cuyos siete votos, recordemos, necesita para perpetuarse en el cargo–, Sánchez le da la razón a cualquier país extranjero antes de prestar la más mínima atención a la justicia española.

Nada más perpetrarse la infamia suiza, Pilar Alegría salió a ponerse de parte de la justicia helvética antes de prestar un poco de atención a lo que cree una parte considerable de la justicia española: que Cocomocho era el líder del Tsunami de marras y que eso lo cualifica como posible responsable de actos de terrorismo (si la ocupación del aeropuerto de Barcelona no fue terrorismo, la verdad es que se parecía bastante).

La fiscalía del Estado, que depende del Gobierno, no ve terrorismo por ninguna parte, aunque el fiscal general sí lo veía hace tres meses y dejó de verlo milagrosamente hace unas pocas semanas. Dada mi falta de conocimiento al respecto, yo no sé si Puchi puede ser considerado un terrorista, pero tantas prisas en quitarle el sambenito de encima me resultan ligeramente sospechosas.

Como el terrorismo dejaría al Hombre del Maletero fuera de esa amnistía que él mismo está boicoteando (el que nos entienda, que nos compre), da la impresión de que a Sánchez no le conviene que se le considere un terrorista porque se le puede rebotar y ponerle las cosas más difíciles de lo que ya se las está poniendo. Uno quiere creer en la independencia de la fiscalía del Estado, pero no acaba de conseguirlo porque está a las órdenes de un oportunista y un mentiroso del calibre del señor Sánchez, capaz de cualquier cosa por mantenerse en el poder (o salvarnos del fascismo, según como se mire).

Digamos que albergo dudas razonables sobre la manera de actuar del fiscal general del Estado, tan conveniente como es para los intereses de nuestro querido presidente, quien parece haber llegado a la conclusión de que para salvarse a sí mismo, primero tiene que salvar al inefable Carles Puigdemont, al que ha incluido en la lista de políticos progresistas con los que hay que colaborar por el bien de España.

La colaboración con el lazismo se completa, además, con el compadreo socialista con Bildu, el PNV y el BNG, como si todos esos partidos nacionalistas tuviesen algo de progresistas. La colaboración, encima, se está revelando nefasta para los propios intereses del PSOE, como se ha podido observar recientemente en las elecciones gallegas. Para jorobar al PP, Sánchez es capaz de aliarse con lo mejor de cada casa (ya no hablemos de pactos de Estado entre los dos principales partidos del país, que es algo que en España ni se contempla, que para algo no somos alemanes).

Yo creo que si sigue así le va a acabar saliendo un pan como unas hostias (con perdón). Y en su partido ya se oye el ruido de sables de García Page y otros barones que se están sumando a él porque creen asistir (y yo con ellos) a la degradación de la socialdemocracia española para salvarle el pellejo a un solo hombre, el que se supone que la representa.

De momento, a Sánchez le conviene que Puchi no sea considerado un terrorista. Y ahí están Pilar Alegría y la fiscalía del Estado para, en mi opinión, echarle una manita. ¿Malpensado yo? Dejémoslo en fatalista y refranero: piensa mal y acertarás. Sobre todo, con un personaje de la catadura moral de Pedro Sánchez.