Pedro Sánchez se ha salido con la suya y todo parece indicar que va a poder formar Gobierno un día de estos. Nos ha intentado vender conveniencia por convivencia (entre todos los españoles, incluidos los que no quieren serlo) y, aunque todos nos hemos dado cuenta de la engañifa, la cosa le ha salido más o menos bien.

Afortunadamente, a ninguno de sus chantajistas se le ha ocurrido exigirle que sus hijos dejaran de estudiar y se fueran a trabajar a unas minas de sal, pues, en ese caso, los pobres chavales ya estarían de camino a una experiencia dickensiana en el subsuelo más cercano: ¡todo sea por el progreso y la convivencia, muchachos!

Cuando a Sánchez se le mete una idea en la cabeza, no hay nada que le impida llevarla a cabo. En el caso que nos ocupa, la conservación del sillón presidencial a, literalmente, cualquier precio, ha sido la idea fuerza que ha guiado todas sus maniobras y tejemanejes, aunque para ello se haya tenido que poner en contra a más de media España, a la oposición en pleno, a los jueces, a policías y guardias civiles, a los ferroviarios, a las autonomías sin descuento en la deuda con el Estado y hasta a los inspectores de Hacienda, que son los últimos, por el momento, en ciscarse en sus muertos fritos (como se decía en la pandilla de Makoki).

Eso sí, si cree que ha llegado al final del camino, me temo que se equivoca, pues lo que empieza para él a partir de ahora es una ordalía (o un sindiós, si lo prefieren) de padre y muy señor mío. Y si confía en disfrutar de una legislatura de cuatro años, yo que él me lo iría quitando de la cabeza: tengo la impresión de que lo que le espera a partir de ahora va a ser un infierno, y no solo a causa de toda la gente a la que ha conseguido cabrear, sino también gracias a los compañeros de viaje que se ha buscado para conservar el cargo (no por una desmedida ambición personal, claro está, sino por amor a España, que ya no sé cómo decíroslo, fachas, que sois unos fachas).

El enemigo exterior está claro y acaba de ser citado: el PP, Vox, los jueces, maderos, picoletos, inspectores de Hacienda, ciudadanos en general (aunque sean votantes habituales de la izquierda, Su Sanchidad intentará desacreditarlos acusándolos de hacerle el juego a la derecha, viejo truco que empieza a no funcionar) y cayetanos airados de esos que se concentran ante la sede del PSOE en la calle Ferraz a la espera de que Santiago Abascal les pase los cócteles molotov necesarios para prenderle fuego.

Y el enemigo interior también está perfectamente identificado, empezando por Yolanda Díaz, siguiendo por los resentidos de Podemos (si consiguen conservar algún ministerio, lo que está por ver) y terminando por los chantajistas vascos y catalanes, que seguirán practicando el habitual ¿Qué hay de lo mío? y poniendo precio a cada una de sus maniobras de posible respaldo a las iniciativas del líder.

Sin olvidarnos del enemigo extra exterior, la Unión Europea, que no ve muy clara esa amnistía para la convivencia que se ha sacado de la manga nuestro hombre porque puede afectar al perdón de la malversación, algo que está muy mal visto en nuestros países vecinos porque con el dinero público no se juega.

Afortunadamente para Sánchez, lo suyo es un optimismo rayano en la desfachatez. El hombre vive al día y el que venga atrás, que arree. De momento, va a conseguir formar Gobierno, y el hecho de que este nazca moralmente muerto se la sopla. Una vez pegado al sillón con Super Glue, supongo que ya irá improvisando sobre la marcha.

Puede, incluso, que no tenga ni que cumplir los acuerdos a los que ha llegado con sus extorsionadores. Si lo de la amnistía no cuela o se retrasa hasta el día del juicio, le bastará con decirles a Puchi y al beato Junqueras que él ha hecho lo que ha podido, pero que las cosas de palacio van despacio y hay que tener paciencia. Si no hay manera humana de salvar de su triste destino a facinerosos patrióticos como Boye, Borràs o Alay, pues allá penas: ya se sabe que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

Vamos a asistir a un espectáculo cotidiano de tira y afloja y dimes y diretes que, si disponemos de cierto sentido del humor, puede resultar hasta divertido, y los catalanes disfrutaremos de un entretenimiento suplementario: ver cómo ERC y Junts se acusan mutuamente de haber firmado lo que no debían y de haberse dejado enredar por el Gran Trilero, espectáculo arrevistado que se verá enriquecido por la tangana entre Òmnium y la ANC.

Pero no creo que Pedro Sánchez se preocupe estos días por el cirio que se le viene encima. En estos momentos, solo debe estar pensando en su nueva coronación y en lo listo y resiliente que es. Ya demostró en su momento que en el PSOE eran incapaces de quitárselo de encima ni con agua hirviendo, y estoy seguro de que se siente capaz de tirarse cuatro años más en el poder, aunque el número de personas que lo detesta o que, directamente, conspira contra él (fuera y dentro del PSOE) va incrementándose de manera exponencial.

Yo no soy precisamente Nostradamus, pero tengo la impresión de que, si su súper Gobierno aguanta un año y medio sin explotar desde dentro y desde fuera, ya puede darse con un canto en los dientes. Que disfrute su nueva entronización porque creo que la alegría no le va a durar mucho.