El título de esta columna es el de una célebre pieza de la artista conceptual norteamericana Jenny Holzer que consiste en esa frase, Protect me from what I want, esculpida en letras de neón rojo. Si yo fuera Quim Torra, sustituiría el cuadro de Tàpies que preside las reuniones de mi cochambroso gobiernillo por una reproducción exacta de la pieza de Holzer, que define a la perfección la manera que tiene de ir por el mundo nuestro presidente suplente. La prioridad de Torra es chinchar a España, pero hacerlo de un modo que moleste o incluso irrite, pero no conlleve problemas con la justicia. Pensemos en el reciente cónclave para poner en su sitio a la monarquía: según Torra, ahí queda demostrado que Cataluña es republicana, aunque, en realidad, los suyos (y asimilados) solo ganaron una votación por cuatro puntos, algo que haría pensar a cualquier otro que Cataluña, simplemente, está ideológicamente partida por la mitad. Con 69 votos a favor y 65 en contra, Torra se agarró a su victoria pírrica para insistir en lo de que Cataluña no tiene rey, y luego hizo como que se quejaba de que los letrados del Parlament se resistieran a imprimir las consecuencias del pleno por miedo a posibles acusaciones de inconstitucionalidad por parte de la judicatura española.

En el Boletín Oficial del Parlament, finalmente, se ha publicado una versión expurgada de lo declarado en sede parlamentaria: se acepta la pretensión de que Cataluña es republicana, pero se elimina la reprobación a Felipe VI y la calificación de "monarquía delincuente" aplicada a los borbones, que así es como si no se hubiesen producido. El letrado en jefe, Xavier Muro, se convierte de este modo en la Jenny Holzer del gobiernillo, que puede decir lo que quiera porque para eso está él: para protegerle de lo que desea. Torra puede hacer como que se indigna ante la actitud pusilánime de los leguleyos autonómicos, pero en el fondo les agradece mucho que le ahorren posibles consecuencias molestas de sus calentones bucales: bastante tiene con la inminente inhabilitación y menos mal que tuvo la buena idea de subirse la pensión de expresidente antes de que lo pongan en la calle.

Inspirado por Jenny Holzer, Torra muestra también algún que otro punto en común con Bill Clinton. Evidentemente, no en el terreno político, sino en el de la marrullería autoindulgente. El bueno de Bill, recordémoslo, reconoció haberse fumado algún canuto de joven, pero nos tranquilizó afirmando que nunca se había tragado el humo; asimismo, era el feliz (y único) propietario de una biblia que descartaba la felación como acto sexual (solo le faltó citar a John Cheever cuando afirmaba que esa iniciativa era lo más bonito que un ser humano podía hacer por otro). Salvando las distancias, Torra se comporta de una manera parecida, heredada en cierta medida de su mentor, el fugado Puigdemont, un hombre que declara una república y la disuelve al cabo de ocho segundos, no se vayan a rebotar en Madrid. Torra se cisca en la monarquía, dice que Cataluña no tiene rey y suelta todo tipo de groserías contra España y su monarca, pero luego se las apaña para que eso no quede registrado en ningún papel, que los papeles, ya se sabe, los carga el diablo y siempre te pueden buscar la ruina: cuando te acabas de subir la pensión, no vas a poner el chollo en peligro por poco tiempo que te quede en el convento, ¿verdad? Todo estafador sabe que no debe firmar nunca nada ni dejar sus planes por escrito, como hizo Jové, alias el Tonto de la Moleskine, y aún debe lamentar en estos momentos.

El neón de Jenny Holzer no hace falta que sustituya al Tàpies, por cierto, me conformo con situarlo a la entrada del Parlament. A ser posible, junto a otro que recoja la mítica frase del Dante: Quienes entráis aquí, abandonad cualquier esperanza.