Quim Torra es un hombre que piensa en el futuro. Sobre todo, en el suyo. Por eso nos ha colado entre sus últimas medidas una subida del 0´9 por ciento en las pensiones de los ex presidentes de la Generalitat y del Parlamento autonómico. Ya estábamos al corriente de su catadura moral, pero subirse el sueldo en plena catástrofe humanitaria a causa del coronavirus requiere un cuajo considerable. Sí, de acuerdo, es evidente que ya se ve en la calle, pues tarde o temprano la inhabilitación que le ha caído encima se llevará a cabo y tendrá que irse a casa, pero podría disimular un poco, ¿no? Sobre todo, si tenemos en cuenta que lo primero que hizo cuando accedió al cargo vía dedazo de Puchi fue subirse el sueldo porque le parecía un escándalo que el presidente de la república que no existe solo cobrara el doble que el presidente español. Ya entonces la cosa pasó bastante desapercibida, y lo mismo ha sucedido con lo de su pensión: ni un comentario en la prensa del régimen, lo que resulta lógico, pues vive de las subvenciones de la Gene a base de dinero público (ahí tenemos la última campaña de Pepe Antich para sablear patrióticamente a los lectores de El Nacional), pero tampoco la menor muestra de indignación en la prensa, digamos, seria.

¿Nadie se pregunta cómo se puede ser tan miserable como para subirse la pensión mientras se le mueren los ancianos en las residencias a una velocidad de vértigo? No digo que toda la culpa de los desastres del virus en Cataluña sea del señor Torra, pero, a este paso, la mitad de los muertos en España los va a poner nuestra querida e inexistente república.

Hace años, un corresponsal de La Vanguardia en no sé qué remoto lugar del globo tuvo la brillante idea de pedir aumento de sueldo tras llevar años sin enviar ni un artículo. ¡Se habían olvidado de él y le seguían pagando cada mes! Si no llega a ser por su codicia, ese sujeto desfachatado habría seguido cobrando un dinerito hasta el día del juicio, pero al solicitar un aumento solo consiguió que se acordaran de él, tomaran nota de su prodigiosa vagancia y lo despidieran.

En ese sentido, la iniciativa de Torra nos es muy útil para preguntarnos de nuevo por qué nos dejamos tanto dinero en las pensiones de los ex presidentes de la Generalitat (así como en las de los antiguos mandamases del gobierno central). Llevamos años regalando dinero y prebendas a nuestros ex presidentes nacionales y autonómicos que resultan de muy difícil justificación, y somos muchos los que pensamos que, una vez concluida su vida laboral, dichos personajes deberían conformarse con unas pensiones más acordes con las que reciben el resto de los españoles. Abusar de un chollo injusto, como hace ahora Torra, debería ponernos a todos las pilas para intentar acabar con unos privilegios insoportables, pero de momento, lo único que ha suscitado el ansia del vicario por labrarse un desahogado futuro a costa del erario público ha sido el silencio más absoluto (por cierto, creo que en esos presupuestos que ahora le han entrado prisas por aprobar, también figura un aumento de sueldo para los altos cargos de la Gene, para que no se diga que el mayordomo de Puchi no piensa en sus compinches).

En Cataluña tenemos los políticos ineptos mejor pagados del mundo. Y cuando por fin nos libramos de ellos y conseguimos que se vayan a casa nos siguen costando más que un hijo tonto, aunque nada tengan de tontos, pues han encontrado en la patria, como buenos canallas, la mejor manera de lucrarse a costa nuestra. A cambio nos proponen unos nuevos presupuestos que no servirán para nada ante la debacle financiera que se nos viene encima, como no sea mejorar sus propias condiciones de vida, y un pasaporte sanitario que atenta contra la bioética y contra un montón de asuntos más y para el que no tienen competencias. Incompetente por partida doble, Quim Torra ya solo piensa en incrementar su abultada e inmerecida pensión mientras prepara, tal vez, su próximo y necesario libro, El quadern català (Vida d´un penques).