Consciente de que la mejor defensa es un ataque, Chis Torra se mostró ayer muy severo en el Parlament. Le pegó la bronca a la oposición por no asistir al juicio en Madrid de los héroes de la república --vamos, es que ni siquiera tienen el detalle de acercarse a la sede de Omnium, que ha colocado una pantalla en la calle como si la cosa fuese un partido del Barça, con la bendición de Ada Colau, que solo se preocupa por el espacio público cuando alguien quiere instalar pantallas para ver a la selección nacional--, y recriminó a Inés Arrimadas que se riera mientras él elogiaba --¡cuánta dignidad, Dios mío!-- a Jordi Cuixart: Arrimadas aclaró que no se estaba riendo de Cuixart, sino de él, pero esa precisión solo consiguió cabrearle aún más, pese a ser de cajón: Chis Torra da mucha más risa que Cuixart, como es del dominio público.

Yo creo que la actitud farruca del presidente suplente iba encaminada a que pasara inadvertida la decisión que ha tomado en caso de que se aprueben sus presupuestos --una cuestión, como todo en el prusés, basada en la fe, pues nadie los ha visto-- y que consiste en subirse el sueldo de nuevo. Ya lo hizo nada más tomar posesión de su cargo de mayordomo, pues cobrar tan solo el doble que el presidente del Gobierno de verdad se le antojaba inapropiado para la dignidad de su (subrogado) puesto. Ahora resulta que le sigue pareciendo insuficiente para todo lo que se desloma por el bien de Cataluña, y sus consejeros también se van a ver beneficiados por el aumento si saca adelante los presupuestos de marras: todos van a cobrar más que Pedro Sánchez. Si la idea es contribuir a acelerar la bancarrota del estado español --inminente, según el pitoniso trepilla Alonso-Cuevillas--, no tengo nada que objetar conceptualmente, pero la jugada se le puede volver en contra. Mientras en Madrid se juzga a nuestros gloriosos golpistas, ¿lo único que se le ocurre a Torra es intentar pillar cuatro o cinco mil eurillos más al año? Ya sé que es partidario de las acciones unilaterales, pero para ésta es indispensable tener la cara de cemento armado.

Sobre todo, porque ni Torra ni sus consejeros se están matando en el desempeño de sus funciones. Cataluña funciona sola porque en el Parlament no se da un palo al agua desde que el guardián de los sagrados pedruscos del Born ascendió --vía dedazo, que es la genuina vía catalana-- a guardés de la finca de Puchi. Esa oposición a la que Torra abronca está hasta las narices de que la política catalana se lleve a cabo en la calle y en Waterloo: para un día que el señorito tiene al detalle de presentarse a trabajar, se pone a repartir chorreos entre todos los que le caen mal y se irrita con la respuesta de Arrimadas, que es de una sinceridad y una lógica aplastantes.

El caso es evitar que alguien levante el dedo y le pregunte cómo tiene el descaro y la desfachatez de volver a subirse el sueldo con la que está cayendo. Cobrar más de 150.000 euros anuales por hacer como que gobiernas un país, la mitad de cuyos habitantes te detesta, es un insulto a todos los que les has soplado los 2.400 millones de los presupuestos de Sánchez. Y a la inteligencia.