Cuenta Joan Coscubiela que, en ciertos sectores del PDeCAT, se conoce a Carles Puigdemont como El Pastelero Loco (que a mí me suena como a personaje de Alicia en el país de las maravillas). Eso no quita para que mucha gente lo considere un símbolo de la libertad de Cataluña, un icono de la revolución de las sonrisas y el único presidente posible para nuestro bendito paisito. De hecho, así están las cosas entre nosotros: Puigdemont es el caudillo providencial o un enajenado peligrosísimo, según el punto de vista de cada cual.

En el sector social pro Puchi, hay dos personajes en los que me detendré brevemente, pues han sido noticia (más o menos) durante los últimos días. Uno de ellos se llama Joan Canadell, es el cofundador del CCN (Cercle Català de Negocis) y, cuando va en coche, lleva a Puigdemont de copiloto. Bueno, al auténtico no, pero sí a su efigie, representada por una de esas caretas que se han hecho tan populares últimamente --sencillitas: una cartulina y una goma-- y que él ha enganchado al reposa cabezas del asiento del pasajero. No contento con ello, nos anima a todos a hacer lo propio, pues se acerca el Mobile World Congress y hay que mostrar a los visitantes internacionales el apoyo popular al prófugo. La cosa entraña sus riesgos, pues puede haber más de uno que piense que los barceloneses se sienten tan solos que son capaces de llevar en el coche la careta de un señor con gafas para darle conversación. A algunos les recordará la máscara de Guy Fawkes que usan los colectivos alternativos, y tampoco andarán muy desencaminados, ya que, si Fawkes intentó volar la Cámara de los Lores en 1605, Puchi intentó algo similar con su declaración de independencia de ocho segundos. Personalmente, lo de la careta en el coche me parece otra muestra de ese extraño culto a la personalidad que se está trabajando Puchi desde que se vino arriba y se dio a la fuga. Tiene mérito que un tipo tan mediocre y con tan poco carisma se haya hecho con tanta adoración --solo es un periodista subvencionado que llegó a alcalde de Girona y fue señalado por el dedo del Astut--, pero eso es lo que hay.

Con amigos como el que habla con una careta de cartón y el que se tatúa tu jeta en una nalga, ¿para qué necesitas enemigos?

El segundo devoto de Puigdemont se niega a dar su nombre, pero admira al prófugo porque, como dicen en su barrio (que no sabemos cuál es), es un jujas (neologismo interesante, a la par que incomprensible). Parece que un jujas es un cachondo que se pone el mundo por montera y se pitorrea de todo Dios, motivos suficientes para que este fan anónimo lo considere “un héroe” y “un referente”. Para homenajearlo convenientemente, y aunque asegura no ser independentista, se ha tatuado su rostro en el culo. Como lo oyen.

No sé si Puchi y sus leales lo considerarán un homenaje o una muestra de recochineo. En cualquier caso, con amigos como el que habla con una careta de cartón y el que se tatúa tu jeta en una nalga, ¿para qué necesitas enemigos?