Una de las características más irritantes de los independentistas, para los que no compartimos su marco mental, es lo pesados que son. Monotemáticos y cerriles, guardan con la realidad una relación muy particular, y de la misma manera que Rociíto opta por SU verdad en vez de por LA verdad, ellos insisten hasta la náusea en su visión de las cosas. De ahí lo del 52% de independentistas que hay en Cataluña o lo del mandato popular del 1 de octubre o lo de la confrontación inteligente con el estado. Aunque Pedro Sánchez se saque de la manga unos indultos para contribuir a la concordia (y, de paso, asegurarse el sillón un tiempo más), ellos los interpretan como una humillación intolerable y se reafirman en su unilateralidad.
Entre todos esos émulos del cansino histórico de José Mota brilla con luz propia una señora muy pelmaza que se llama Elisenda Paluzie y que está al frente de esa secta destructiva que es la ANC desde 2018. Estoy convencido de que ella se considera una lideresa de mucho fuste, pero yo, cada vez que la veo en televisión arengando a las masas con su voz de pito, lo único que veo es a una niña malcriada y simplona empeñada en comerse otro tocinillo de cielo, aunque sus padres ya le han advertido de que lleva una docena y le va a acabar doliendo la tripita.
Elisenda Paluzie (Barcelona, 1969) no debería ser tan pesada y tan cerril. A fin de cuentas, tiene estudios de economía, un máster en la universidad de Yale y, por cortesía de la Caixa y sus becas, pasó por la London School of Economics en dos ocasiones (1997-1998 y 2000-2001), donde algo debió aprender, aunque no se note en las pueriles arengas que les endilga a sus seguidores y que consisten, básicamente, en plantear una especie de revuelta callejera permanente que ponga al estado contra las cuerdas y le obligue a conceder la independencia a una comunidad en la que solo la anhela algo menos de la mitad de la población. Para Elisenda, claro está, la mitad buena. Con el resto no debe saber muy bien qué hacer, pero ya se le ocurrirá algo sobre la marcha (¿para qué una nueva pista en el Prat cuando en ese terreno se puede improvisar un estupendo campo de trabajo?).
Mientras Sánchez habla de concordia, Elisenda demuestra en cada uno de sus vibrantes discursos que la concordia se la sopla y que ella no parará hasta salirse con la suya o hasta que meta la pata a fondo y la justicia le pida explicaciones. Lo mejor de la vida del gurú nacionalista consiste en que, al no ocupar un cargo político, puede decir lo que se le antoje, aunque amenazar con ocupar las calles y liarla bien gorda debería preocupar mínimamente a la judicatura. Eso es exactamente lo que está haciendo la señora Paluzie con su vocecita infantil y su cara de lela cada vez que toma la palabra en un aquelarre de su secta, siempre con una expresión de estar completamente ida, encerrada con un solo juguete, obsesionada con el único concepto que le cabe en ese cerebrito que ni la London School of Economics supo poner a trabajar.
No sé ustedes, pero yo estoy hasta las narices de las amenazas de esta pelmaza insufrible que tira la piedra y esconde la mano y a la que la mitad de sus conciudadanos le importa un rábano porque para ella es como si no existieran. Los presidiarios patrióticos son tan cansinos como ella, pero, por lo menos, se la jugaron, perdieron y están pagando (más o menos) las consecuencias. Pero al tipo de agitador que envenena el ambiente desde la barrera, como hace la absurda Elisenda, no hay quien le eche el guante. Igual es eso lo que aprendió en la London School of Economics, a jorobar a sus semejantes de manera segura y adoptando aires de mosquita muerta que solo quiere lo mejor para su paisito. Pero alguien convencido de que las gamberradas del aeropuerto y de Urquinaona son hechos seminales de una revolución no debería estar al frente ni de una comunidad de vecinos: al lado de Elisenda Paluzie, el jesuítico mandamás de Òmnium, Marcel Mauri, alumno aventajado del iluminado Cuixart, hasta parece una persona sensata y razonable…Aunque pesado también lo es un rato.