Llevábamos tiempo sin saber gran cosa de la monja Forcades. Sor Lucía Caram parecía haberla superado en atractivo mediático, pese a las advertencias de los Tous de que mantuviera un perfil bajo en el control de su fundación: siempre había un tuit, una muestra de solidaridad con los de la huelga de hambre o una salida de pata de banco para demostrar que la monja tucumana seguía al pie del cañón. Y mientras tanto, de la monja Forcades, ni rastro. Sabíamos que sus intentos de entrar en política no le habían salido muy bien: frialdad de ERC y de la CUP ante sus ofrecimientos de colaboración, desinterés general del pueblo catalán por el chiringuito que se había montado con el inefable Arcadi Oliveres… Más los chorreos que le caían regularmente por parte de la madre superiora de su orden, que parecía estar de ella hasta la toca. O sea, que todo parecía indicar que nos habíamos librado de ella.
Pues ni hablar. La monja Forcades ha vuelto a sus orígenes, a plantar cara a las farmacéuticas --causa que nos la hizo simpática al principio, pues todos sabemos que las grandes compañías de específicos muestran más interés en el propio lucro que en el bien de la humanidad y suelen pensar que la salud es para el que se la paga a precio de oro--, parece haberse olvidado momentáneamente de la tiranía que padece Cataluña y, tras unirse a un curandero investigado por las fuerzas del orden --esta mujer siempre necesita un socio--, ha pasado del prusés a la lejía. O, mejor dicho, al clorito de sodio, nueva versión del bálsamo de Fierabrás o de la proverbial purga de Benito que sirve absolutamente para todo. Dicen los científicos que el clorito de sodio no sirve absolutamente para nada, y que además puede gastar muy malas bromas a quien lo consuma, pero el socio de la monja --Josep Pàmies, un payés que se ha forrado con sus remedios, digamos, alternativos-- tiene respuesta para todo: si usted se aprieta el clorito de sodio y le asaltan las náuseas, las vomitonas y las diarreas, no se preocupe, que eso es una buena señal: ¡el tratamiento está funcionando!
Forcades y Pàmies lo petaron hace unos días en Argentona, donde reunieron a sus fieles. Pàmies volvió a hacerse la víctima de una sociedad que le acusa de cantamañanas y Forcades reemprendió la cruzada contra las farmacéuticas que le dio justa fama hace unos años. Menos quedarse en el convento rezando por todos nosotros, la monja Forcades es capaz de cualquier cosa. Yo ya no sé si lo suyo son ganas de figurar o si realmente cree en la utilidad de la lejía para curar el autismo, pero es evidente que con el amigo Oliveres no había futuro, mientras que el show de Argentona ha sido convenientemente consignado por la prensa barcelonesa.
Hay gente que se equivoca de oficio. Lo bueno de ser monja de clausura es alejarse del mundanal ruido, hablar de tú a tú con el Señor, tener epifanías a cascoporro y, con un poco de suerte y algo de ayuno, disfrutar de unas visiones fabulosas. Rechazar esa vida de holganza y santidad para perder el tiempo con el prusés y con la lejía --con el activismo, en suma-- me parece del género tonto, francamente.