Representación de sor María de la Visitación de Nuestra Señora

Representación de sor María de la Visitación de Nuestra Señora

Pensamiento

María de la Visitación, la impostora

La vida de esta monja cuyos estigmas se descubrieron falsos fue un escándalo en la España del siglo XVI

23 diciembre, 2018 00:00

Nació en Lisboa en 1551. Hija de Francisco Lobo, embajador del rey de Portugal, Juan III, en la corte imperial de Carlos V y de Blanca de Meneses. Familia, pues, de la alta nobleza portuguesa. Ingresó a los once años en el monasterio de la Anunciada de Lisboa. Profesaría como monja a los dieciséis años, adoptando el nombre de sor María de la Visitación de Nuestra Señora.

Visionaria arquetípica, tuvo cuatro devociones especiales: la cruz, la Eucaristía, la Virgen María y María Magdalena. Sus referentes fueron las monjas medievales como Catalina de Siena, terciaria dominica, cuya Vida escrita por Raimundo de Capua, se publicó en español, en Alcalá, en 1512, por mandato del cardenal Cisneros (esta monja fue canonizada en 1461) y Ángela de Foligno, terciaria franciscana, cuya obra también editaría Cisneros y que, curiosamente, no sería canonizada hasta 2013.

María de la Visitación experimentó infinidad de sensaciones que reproducían las vivencias místicas, narradas por las citadas monjas medievales: estigmas, levitaciones, la anorexia sagrada (alimentación sólo de la Eucaristía) y la lactancia milagrosa. La primera visión la tuvo la noche antes de profesar, en la que se le apareció Cristo con el que celebraría sus esponsales. A partir de entonces, el aluvión de apariciones fue continuo y sus mortificaciones corporales, con ayunos, cilicios y azotes, fueron constantes. Su mundo visionario estaba salpicado por la intermitente presencia del demonio que la sometía a todo tipo de tentaciones.

El gran admirador de su inmersión espiritual fue Fray Luis de Granada. Ella sufrió, según el relato de éste, el llevar la corona de espinas con daños físicos enormes y hasta la lanzada en el costado. Gozó inicialmente de gran reputación. Fue elegida priora en 1583. Un año después, el cuerpo se le llenó de llagas en un singular ejercicio de homologación con el Cristo crucificado. Sus experiencias místicas fueron absolutamente físicas, corporales, sensoriales... Las mercedes divinas se prolongaron con las cinco gotas en forma de cruz que le salían todos los viernes de la llaga del costado y una presunta túnica de púrpura.

Pronto aparecieron los milagros a través de la aplicación de cualquier paño en las gotas de sangre. Su enorme fama, con algunas sospechas, entre las propias religiosas del convento, propició una investigación que llevaron a cabo el General de la Orden de Predicadores, Sixto Fabri y el citado Fray Luis de Granada, que otorgaron plena legitimidad, a las llagas y estigmas. Las autoridades eclesiásticas y políticas igualmente dieron crédito al mundo visionario de la monja.

La Inquisición asumió, sin problemas, los relatos de ésta y el papa Gregorio XIII, la consideraba santa. Se le llegó a encargar bendecir la Armada, anclada en la Ensenada de la desembocadura del Tajo, antes de su partida hacia Inglaterra.

Todo parecía estar controlado por la priora. Pero empezaron a aflorar acusaciones contra ella, cuestionando su jerarquía moral. Las denuncias incidían en que, en la historia de las llagas de María, había muchas mentiras. Surgió una palabra inquietante: embaucadora. En 1586, se impuso su reelección como priora, lo que las monjas de su convento no querían. Un año más tarde, aunque Fray Luis de Granada ratificó su informe positivo, el aluvión de quejas continuó acusándole de complicidad en la manipulación física de sus estigmas con la beata Ana Rodríguez.

Pero lo que viró la situación fue el pensamiento político de la monja, en la confrontación, en torno a la corona portuguesa, entre Felipe II y el prior de Crato.

María, en 1588, afirmaría que, “el reino de Portugal no pertenecía a Felipe II, rey de España, si no a la familia de Braganza. Si el rey de España no restituye el trono que injustamente ha usurpado, Dios le castigará, severamente”. Así pues, la monja se erigió en presunta representación de los sufrimientos del Portugal oprimido por los españoles. ¿Quiso ser una nueva Juana de Arco? La Inquisición actuó de inmediato. El cardenal Alberto, inquisidor general de Portugal, decretó el mismo año 1588, la apertura del proceso. Se lavó con jabón y se restregaron las llagas descubriendo las supercherías. Ella misma declaró que todo era mentira y falsedad. En la cabeza se pinchaba hasta sangrar. Con la sangre pintaba la cruz en los paños.

Se la encarceló en el convento de la Madre de Deus. El 6 de diciembre se dictó su sentencia: privación del cargo de priora, cárcel perpetua en un monasterio fuera de Lisboa, incomunicación, disciplinas humillantes y ayunos. Recibió indultos y reducción de las sanciones penales en 1592 aunque la solución definitiva no le llegó hasta 1603, a sus cincuenta y dos años.

Los luteranos como Cipriano de Valera hicieron estragos con su caso. El texto de Valera Enjambre de los falsos milagros se editó en 1599. El tema se proyectó también, en la literatura, con una obra de teatro de Antonio Mira de Amescua. El efecto en la opinión pública del caso de “la monja de Lisboa” fue devastador. Fray Luis de Granada, se vio obligado a escribir El sermón de la caída pública, avergonzado de sí mismo. El mal ejemplo de María de la Visitación generaría recelos notables en las autoridades eclesiásticas, con el fantasma de la sospecha de las ilusiones falseadas que planeó sobre la religiosidad femenina a lo largo del Barroco.