Es evidente que el procesismo empieza a dar señales de cansancio. Fijémonos en la manifestación de la ANC del domingo --a la que no se sumó ni Òmnium--, en la que se exigía la implantación real y definitiva de la República catalana. Asistieron 45.000 personas, que son muchas, sí, pero están lejos de los diez o doce millones de seres humanos catalanes que hasta ahora solían congregarse en este tipo de efemérides (según los organizadores). Y lo que exigieron es algo que, si se lleva a cabo, ya sabemos todos cómo termina: con gente cesada, dada a la fuga o entrullada. ¿Es eso lo que quiere la ANC? ¿Volver a las andadas para llegar al final de costumbre? Pues parece que sí. Como la CUP, que se queja de que las propuestas que le hacen ERC y Junts x Puchi son más bien autonomistas. ¡Pues claro que lo son, mi buen Riera! ¡No pueden ser de otra manera porque la independencia está aparcada y de lo que se trata ahora es de recuperar la autonomía!

Además de la ANC, otros colectivos insisten, con mayor o menor vehemencia, en la necesidad de llegar a las manos con el Estado. Hay columnistas que acusan a los políticos de ser unos pusilánimes que les impiden salir a la calle para defender la república, como si ellos fuesen carne de barricada y ansiasen el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con las fuerzas enemigas. Desde su posición burguesa y acomodada --el que no escribe en tres o cuatro medios del régimen, da clases en alguna universidad, es tertuliano de TV3 o Catalunya Ràdio o compagina todas esas actividades dañinas y lesivas para la convivencia--, llaman al combate a los buenos catalanes con una irresponsabilidad y una insensatez que, de no resultar ridículas, podrían parecer preocupantes.

El Moviment Identitari Català asegura que con la revolución de las sonrisas no se va a ninguna parte, pues lo que hay que hacer es empezar a repartir estopa a la voz de ya

Un nuevo colectivo de iluminados se acaba de sumar al delirio. Se trata del MIC (Moviment Identitari Català), que hace unos días montó un numerito en Sant Just Desvern, de donde fue alcalde su ídolo y guía Daniel Cardona, el fascista catalán que se inventó en los años 20 del pasado siglo Estat Català, movimiento mussoliniano al que se afilió en algún momento el poeta y pastelero J.V. Foix. Estos merluzos visten ropa paramilitar, reclutan a moteros obtusos, lucen banderas con aguiluchos y recuerdan poderosamente a los falangistas, con los que, en mi opinión, deberían quedar con frecuencia para zurrarse mutuamente la badana. Evidentemente, están por la república inmediata. Y aseguran que con la revolución de las sonrisas no se va a ninguna parte --bueno, en eso tienen razón--, pues lo que hay que hacer es empezar a repartir estopa a la voz de ya. Si la ANC y los columnistas incendiarios me los siguen calentando, aquí puede acabar pasando alguna desgracia.