Ya lo decían hace unas décadas los Smiths en uno de sus hits inmarcesibles: There is a light that never goes out (Hay una luz que nunca se apaga). La lucecita de Waterloo, como antaño la del Pardo, siempre está encendida. Mientras la mayoría de los catalanes no vemos más allá de nuestras narices y solo pensamos en salvar el veranito de la amenaza del coronavirus, Carles Puigdemont, siempre dispuesto a demostrar su visión de futuro, ya le da vueltas a la Diada del próximo 11 de septiembre, que anhela gloriosa. Convertido en Busby Berkeley o en Bob Fosse, Puchi insiste en la necesidad de una coreografía singular que haga que, de nuevo, el mundo nos mire. Cuenta para ello con su propia versión de las agrupaciones de Coros y Danzas de la Sección Femenina de Falange Española y de las JONS, que es la ANC, en quien confía para que la jornada supere la gloria habitual, que no tiene parangón en el mundo si exceptuamos las bonitas paradas militares de Corea del Norte.

Puede que alguno de los resentidos de siempre --como los que firmamos el reciente manifiesto contra la política vírica (en todos los sentidos) del Govern-- considere a Puchi un solipsista que solo piensa en sus cosas mientras aquí caemos como moscas, pero el hombre es así y siempre prioriza el bien mayor: si le dio lo mismo contaminar a sus compatriotas de la Catalunya Nord con un acto de masas en su honor, no se va a preocupar por la escabechina en las residencias de ancianos de la Catalunya Sud, ¿verdad?

Pensemos, además, que últimamente ha recibido un misil en su línea de flotación con esa sentencia europea que ha desestimado su querella contra el juez Llarena y que le obliga a pagar las costas del proceso. Habrá que meter la mano una vez más en la caja de resistencia, y si no hay ni un euro, no quedará más remedio que despistar parte del dinero recaudado por la ANC para combatir la pandemia, pues por encima de todo está el bienestar de nuestro amado líder. Lo principal es que nunca se apague la lucecita de Waterloo, pues ella ilumina otras luces aún más pequeñas, pero igualmente necesarias. Como cantaban en los 60 aquellos simpáticos hippies escoceses de The Incredible String Band, One light, a light that is one though the lamps be many (Una luz, una luz única, aunque muchas sean las lámparas).

 Mientras el faro de Waterloo se consagra a la coreografía de la próxima Diada, las linternas locales insisten en lo que realmente importa y preocupa a los catalanes: TV3 mantiene vivo el prusés como buenamente puede, Eulalia Reguant se indigna con Eva Granados por utilizar el castellano en el Parlament (considera una moda que la socialista se exprese en la lengua materna de más de la mitad de los catalanes), Nuria de Gispert manifiesta sentirse asustada ante el uso parlamentario del idioma en el que ella se comunicó toda su vida hasta que se convirtió al independentismo (de ahí que hable un catalán aún más chapucero que el del doctor Trias, otro converso) y Toni Soler nos dedica un venenoso tuit a los del manifiesto desafecto, a los que se refiere como “la Coixet y otros náufragos”, y pide que alguien nos eche un donut (respuesta: métete el donut por donde te quepa, esbirro, que es más digno ser un náufrago que bogar confortablemente en el barco que tripulan esos supremacistas corruptos del régimen que te alimenta con dinero público, despreciable lamebotas).

La pandemia ha desalojado de la realidad a lo que quedaba del prusés, que sobrevive con la respiración asistida que le proporcionan los que viven de él, desde el Fugitivo en Jefe al Bufón Audiovisual de la Corte (de los milagros), pasando por una coleccionista de tics y una vieja racista. La sobreactuación es ahora más necesaria que nunca y no hay que dejar pasar ni una a los enemigos de la patria. Se trata de crear un ruido de fondo, un white noise de aspiraciones modestas, pero persistente, mientras se esperan unos tiempos mejores en los que ya piensa el jefe de la banda, reconvertido circunstancialmente en coreógrafo por la independencia y en lo que haga falta para seguir disfrutando de algo que está al alcance de muy pocos: vivir sin trabajar.