Hace años, tras la elección del nuevo alcalde de Barcelona --ahora no recuerdo si se trataba del anestesista Clos o del esforzado Hereu, aquel espécimen socialista criado en cautividad en la calle Nicaragua--, Albert Boadella me comentó, pasmado, “al próximo lo van a tener que ir a buscar en el reino animal”. Viendo cómo se las gasta Quim Torra --un hombre que disfruta con su cargo de mayordomo o guardés de la finca de Puchi--, uno se pregunta para qué se toman la molestia los nacionalistas de colocar a un títere de extrema derecha de seudopresidente de la Gene cuando podrían apañarse perfectamente con un chimpancé, un oso de circo que fuese a trabajar en bicicleta --ya oigo los aplausos del PACMA y de los ecologistas-- o un loro capaz de memorizar mantras sencillitos como dret a decidir, dret a decidir o som república, som república.

Como con Paquirrín, que le das un paquete de Winston y un flujo constante de cubatas y lo tienes entretenido unas cuantas horas, al chimpancé bastaría con darle un manojo de plátanos y adiestrarlo un poco para que, desde el acogedor regazo de Torrent, arrojara las pieles a la oposición, hasta que consiguiera darle en toda la cara a Inés Arrimadas. Al oso habría que aplicarle un tratamiento de choque para que recuperara sus instintos criminales y se zampara a Carlos Carrizosa en cuanto éste procediera a retirar algún lazo amarillo. Puede que ni el chimpancé ni el oso se mostraran muy brillantes en las entrevistas, pero para lo que dice Torra en tales circunstancias, tampoco se notaría mucho la diferencia, ¿verdad, Sanchis?

Personalmente, me inclino por el loro, y no solo por su capacidad para hablar. Como Torra no pinta nada, los viajes a Berlín del chimpancé o del oso podrían plantear problemas de convivencia y de protocolo: no vas a meter al presidente de la Generalitat en una jaula en la bodega del avión, pero al chimpancé habría que atarlo al asiento y el oso ocuparía dos, con el lógico incremento en el precio del desplazamiento. El loro, por el contrario, podría viajar metido en el bolso de Elsa Artadi, donde pasaría desapercibido, sobre todo si ese día no se había despertado excesivamente locuaz.

Y a medio camino entre el hombre y la bestia, siempre nos queda la posibilidad del muñeco de ventrílocuo, que podría lucir, incluso, los rasgos de Puchi, aunque su voz fuese la de Elsa Artadi. Reconozcámoslo, amigos, el sueldo de Torra es un despilfarro absurdo, es como otorgarle los monises del presidente del Santander al botones de una sucursal en Alpedrete. O Torra se viene arriba y le hace a Puchi lo que éste le hizo a Mas o va a pasar a la historia como un becario servil. Por no decir que guardarle la silla a alguien que va a acabar en el trullo es del género tonto.