Apenas nos fijamos en ellos porque toda nuestra atención está puesta en los héroes de la república juzgados en el Tribunal Supremo, pero Josep Maria Jové y Lluís Salvadó son dos grandes secundarios de ese colosal sainete conocido como el prusés. Jové es bajito y esmirriado --lo que antes se llamaba un mequetrefe--, mientras que Salvadó pertenece más bien al modelo ganàpia. La diferencia de tamaño siempre ha funcionado en las parejas cómicas: recordemos a Laurel & Hardy o, sin remontarnos tanto en el tiempo, a nuestro Dúo Sacapuntas. Deberían dejarse ver más juntos, más que nada para perfeccionar sus técnicas de defensa y tratar de combatir la sensación general de que son un par de chapuceros.

Veamos: Salvadó es el hombre que, viéndose acosado por la policía, le dijo a su secretaria --elegida, probablemente, por su famoso método científico de repartir cargos entre las mujeres con las tetas más grandes-- que arrojara por el patio interior de su despacho todos los documentos que encontrara en su escritorio. Debió ver en alguna película americana la típica secuencia en la que la pasma aporrea la puerta del narcotraficante de turno y éste intenta deshacerse de toda la farlopa que acumula arrojándola por el retrete, pero se olvidó de que no es lo mismo echar unos polvos blancos y tirar de la cadena que lanzar documentos a un sitio que, con un mínimo esfuerzo, la policía puede recuperar tranquilamente; Jové no se queda atrás en su torpeza: se deja su famosa agenda Moleskine a la vista de los maderos y el documento Enfocats dentro de su ordenador. O sea, los planes del alzamiento por escrito. Y no se le ocurrió --o no tuvo tiempo-- comerse la agenda hoja a hoja y destrozar el ordenador a martillazos, que es lo que hace todo conspirador que se precie. No contento con eso, una vez lo han pillado con el carrito del helado, entra en el juzgado muy digno, levantando el puño --¿pero eso no era algo que hacían los comunistas?-- y niega ser el dueño de la Moleskine y del ordenador. Para demostrar que la razón le asiste y que no tiene nada que temer, se niega a someterse a una prueba de voz --para ver si coincide con la de una comprometedora grabación telefónica-- y a una de caligrafía para ver si su letra coincide con la del escriba de la Moleskine. Probablemente porque esas pruebas demostrarían que la agenda era de su puño y letra y que la voz que conspiraba era la suya. El hombre prefiere agarrarse a la presunta ilegalidad del registro policial de su despacho, en el que no estuvo presente. Allá él.

Salvadó es mucho más discreto. Aunque se le considere un miembro honorífico de la Asociación de Héroes de la República, la verdad es que no levanta cabeza desde el desafortunado comentario sobre las glándulas mamarias de las conselleres, que en la época del Me Too no sentó precisamente bien. Nos hemos de conformar, pues, con su cara de cazurro en permanente estado de estupor a la espera de que se descubra alguna nueva trapisonda a su respecto. Pero puestos a acabar en el trullo, aplaudo desde aquí la actitud proactiva de su amigo Jové, quien, por lo menos, da un poco de espectáculo: ¡arriba ese puño, camarada, aunque no sepas lo que significa!