Que Dios le conserve la vista al director de la fundación Martin Luther King, pues invitar a un racista declarado como Quim Torra a hablar en público solo se le ocurre a un tonto, a un desinformado o alguien al que le ha vendido la moto algún conocido en nómina del procesismo. Me inclino por una suma de las tres cosas, prestando especial atención a la tercera, pues no hay que olvidar que el ínclito Joan Ramon Resina, un intoxicador de nivel cinco, da clases en la universidad de Stanford, donde ha premiado con amenos lectorados a destacados representantes de la causa independentista (entre ellos, el hermanísimo Xavier Antich, filósofo sin obra porque dedica todo su tiempo a medrar). Resina es de esos personajes que desmienten aquella afirmación de Pío Baroja según la cual el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando: pese a los muchos años que lleva en Estados Unidos, sigue con la barretina (metafórica) calada hasta las cejas y practicando el agit prop desde Stanford como Sala i Martín, el economista fosforescente (también conocido como el payaso de Micolor), hace desde Columbia, donde disertaba el Astut para la colonia indepe en Nueva York y algún gringo despistado que se había equivocado de aula.

Es de suponer que Torra soltará el rollo de costumbre y que su presencia en Estados Unidos pasará desapercibida, pues acabará haciendo declaraciones a TV3, Catalunya Radio, la ANC y el enviado especial de El Nacional, que se lo puede permitir porque su fidelidad perruna al régimen lo ha convertido en el más subvencionado de todos los diarios digitales subvencionados. Tendremos así un equivalente periodístico de esas excursiones del govern a Waterloo para reunirse con su líder y una nueva muestra de cómo disfruta Torra despilfarrando el dinero ajeno para poner verde en el extranjero al país que le paga su oneroso sueldo, que dobla el del presidente del gobierno de verdad.

El profesor Resina, a todo esto, habrá añadido un par de medallas a su hoja de servicios, muy útiles por si algún día se muere de añoranza por su Cataluña natal y decide volver a ella, previa oferta de cargo interesante en el mundo universitario o en el político, que aquí vienen a ser lo mismo. Tanto Resina como Torra saben que lo suyo no lleva a ninguna parte, pero se conforman con chinchar y patalear hasta el día del juicio, si es preciso. Vivir para incordiar no está tan mal cuando no solo te sale gratis, sino que cobras por ello. En ese sentido, el viaje de Torra, en plena polémica por todo el dinero público que ha tirado a la basura con sus visitas a Puchi, tiene un plus de provocación, típico de quien se sabe impune por su condición de profeta. Lástima que dicha condición no rija en Estados Unidos, pues la última vez que estuvo lo dejaron sin cenar y un poco más y lo detienen a él y a su comitiva por ponerse a berrear y a improvisar un castell, propiciando la aparición de la policía: no acabaron pasando la noche en el cuartelillo de milagro.