Una de las especialidades del nacionalismo es propiciar polémicas cutres que nos podríamos ahorrar perfectamente, pero el separatista profesional es cansino de natural y suele mostrar una conducta obsesiva. Fijémonos en Xavier Mon Companys, empleado de Unilever al cargo de la división de helados de la compañía, Frigo: podría dedicarse a su trabajo, sin más, intentando incrementar los beneficios de la empresa, pero su condición de lazi le obliga a buscarse problemas y buscárselos a quien le paga el sueldo. A cualquiera se le ocurre que, en Cataluña, lo suyo es rotular los envoltorios de los helados en catalán y castellano, las dos lenguas más habladas del territorio, pero el señor Mon ve ahí la posibilidad de crear una polémica de chichinabo y no la desaprovecha: la rotulación, porque a él le sale del níspero, se hará en catalán, inglés y alemán. Si alguien se queja, se le responderá que la empresa cumple la ley catalana de rotulación, que obliga a escribir las cosas por lo menos en catalán, ya que cualquier otro idioma se considera una propina lingüística. Y si cuela, cuela. Polémica cutre al canto.
La cosa no ha colado, como ya sabemos: Frigo ha dado marcha atrás y rotulará sus productos en las dos lenguas oficiales de Cataluña. Pero, mientras tanto, el señor Mon se ha colgado una medallita que lo acredita, por lo menos, como el cansino del mes. El hombre ya ha dejado su cagadita y la patria se lo agradece en forma de halagos desde los digitales del régimen. Tampoco parece que la empresa le vaya a pegar el chorreo que se merece por pesado y liante, aunque aún es pronto para saberlo. Teniendo en cuenta que su misión es conseguir que la gente se atiborre de helados Frigo y no fabricar ridículos conflictos diplomáticos, lo suyo sería despedirle y poner en su lugar a alguien que tenga más claras las prioridades del cargo que ocupa. Su gesto estaba condenado al fracaso y solo podía traerle problemas, pero el buen lazi sabe que debe correr algún que otro riesgo para dormir en paz. Tampoco un riesgo excesivo, claro está, basta con chinchar un poco al enemigo, con comparar a los emigrantes españoles en Cataluña con los de la patera, con ejercer cierto supremacismo displicente, con hacer perder el tiempo a Jordi Cañas, que ya se disponía a trasladar el asunto a instancias europeas, con ofender a más de la mitad de la población catalana, con poner su granito de arena en la pirámide de pesadez y tontería que engrandecen a diario los nacionalistas.
El caso Frigo ha servido para entretener a los lazis unos días, para hacer tiempo hasta la siguiente polémica de chichinabo, que es, como todos sabemos, la de los atentados de la Rambla de hace tres veranos. Polémica también cansina, pero de la que siempre mana un poco de petróleo. Vuelta a magrear el cadáver del imán de Ripoll, a comentar sus relaciones con el CNI y a insistir en la delirante posibilidad de que el Estado español estuviera detrás de los muertos de agosto del 17. No pararán hasta que puedan demostrar que la furgoneta usada en los atropellos la conducía la infanta Leonor, asesorada desde el asiento del copiloto por Mariano Rajoy.
Hay que reconocerle al señor Mon que su polémica, por lo menos, era una novedad. Estúpida, inútil y pelmaza, pero novedad a la postre (nunca mejor dicho tratándose de helados). Lo de los atentados de la Rambla es la misma bazofia recalentada de cada verano, por mucho que se empeñen en darle vidilla Pepe Antich y el enanillo Cuevillas. Luego volverán con la mesa de diálogo y así sucesivamente: de tabarra en tabarra hasta la victoria final por cansancio del oponente. ¡Qué pandilla de plastas, Dios mío! ¿De verdad no tienen nada mejor que hacer con su vida?