La entrevista de Vicent Sanchis, director de TV3, a Inés Arrimadas, jefa de la oposición, arrojó unos resultados de audiencia muy pobres, algo que sería muy extraño en la televisión pública (y hasta en una privada) de un país normal, pero que resulta de lo más lógico en La Nostra. Y es que TV3 es una televisión teóricamente pública que se comporta no ya como una privada, sino como un canal de pago que se dirige exclusivamente a sus suscriptores. A diferencia de Netflix, de HBO o del Consell de la República, aquí no hay que pagar nada para disfrutar de la programación, ya que el dinero de todos se emplea en alegrarles la vida a unos cuantos, y al resto que nos zurzan por no sentir como deberíamos los colores de la patria.

Tanto Arrimadas como Sanchis --cada uno por sus propios motivos-- cometen el error de considerar a TV3 una televisión pública. Por eso Sanchis invita a regañadientes a la jefa de la oposición --sabiendo que esa mujer es veneno para la taquilla-- y ésta acude a la cita confiando, ¡pobre ingenua!, en hacer llegar su mensaje al colectivo procesista. Pero luego, claro está, pasa lo que pasa: los miembros de la Secta Amarilla desertan en masa --para refugiarse, intuyo, en el Canal 33 o el 3/24-- y los únicos que se enganchan a TV3 son los que no la ven ni que los maten. Antes de la cumbre ya corrían por las redes mensajes de patriotas airados que aseguraban que cambiarían de canal para no tener que ver en su sagrada televisión a Inés Arrimadas: a un público acostumbrado a las entrañables excursiones rurales de Quim Masferrer en El foraster, no se le puede provocar con una horita de charla con alguien a la que consideran la Hija del Anticristo. De ahí que el share no llegase al 7%. Si Netflix colgara la obra completa de Ingmar Bergman, tampoco picaría nadie.

La entrevista de marras es todo lo contrario de esas situaciones win win de las que hablaba el Astut cuando se ponía estupendo. Se trata más bien de un lose lose que no beneficia a nadie, o de un negocio a la altura de los del famoso Roberto el de las Cabras. Arrimadas no consigue que le preste atención la parroquia habitual de TV3 porque la detestan. Y Sanchis --además de ser tildado de calzonazos y botifler-- consigue una audiencia de risa. Creo que sería mejor que ambos dejaran de disimular y reconocieran que TV3 no es una televisión pública curtida en el contraste de pareceres, sino un club de fans del separatismo con unas reglas muy precisas: en sus programas solo debe aparecer gente del régimen, y no cualquiera, sino aquellos que aporten optimismo a un tema que cada día está más crudo. No negaré que debe ser divertido ir a TV3 y decirle a su director que el ente es una vergüenza nacional que necesita una revisión moral urgente de arriba abajo, pero como a este le entran por una oreja y le salen por la otra las críticas y el público habitual se ha dado a la fuga, la pobre Inés --o cualquiera que no sea de la causa-- acaba predicando a los conversos, que, en cuanto acabe el intercambio de sopapos verbales, abandonarán TV3 para nunca volver.

Las entrevistas en TV3 a los réprobos son, pues, un paripé destinado a mostrar una ecuanimidad que no existe, una versión ampliada de la presencia en ciertos programas de un invitado botifler o de un tertuliano desafecto al que los demás puedan linchar, a veces con la ayuda del moderador. Tal como están las cosas de claras, no hace falta que Sanchis invite a Arrimadas ni que ésta acepte la cita. Ante la actitud moralmente censurable de los medios de agit prop del régimen, es mejor y más sincera una sana hostilidad, aunque la otra parte la rompa porque le conviene aparentar que es la televisión de todos los catalanes. Algo que nadie se traga desde hace tiempo.