Realmente, el que no se conforma es porque no quiere. No hay más que ver la reacción de los digitales lazis a la performance (con aspiración a baño de masas) de Carles Puigdemont en Prats de Molló (Catalunya Nord para los indepes, sur de Francia para el resto de la humanidad) para celebrar el quinto aniversario de su partido, Junts.

Tras elogiar la simbología del lugar (desde ahí intentó el coronel Macià en 1926 la invasión y posterior liberación de Cataluña, aunque con escaso éxito, dado que él y los cuatro mataos que lo secundaban fueron detenidos por los gendarmes antes de cruzar la frontera), casi todos los columnistas del ancien régime coinciden en destacar la enorme dignidad de Cocomocho y lo necesario que es su partido para la Cataluña catalana en estos tiempos de infortunio patriótico.

Tanta admiración (recuerden: quanta dignitat!) contrasta con la implosión del Consell de la República, que cosecha dimisiones en masa ante la actitud de su mandamás, un tal Jordi Domingo, al que los disidentes acusan de trapisondista, opaco y autoritario, acusaciones que a él se la soplan, y parece que a Puchi también, ya que últimamente no dice nada del Consell de marras, uno más en su larga lista de tocomochos encaminados a forrarse un poco más el riñón a costa de los incondicionales de la independencia.

No es la única estructura de estado (o chiringuito ridículo, según se mire) que se tambalea. No sé si en los digitales lazis se han dado cuenta, pero la ANC está también en proceso de demolición. Y a su líder, Lluís Llach, lo acusan sus disidentes básicamente de lo mismo que al señor Domingo los suyos: hacer lo que le sale del nardo y conseguir que todo lo que dicen los que no están de acuerdo con él le entre por una oreja y le salga por la calva.

En la némesis de Junts, ERC, tampoco reina precisamente la alegría macarena. Atados al agónico Sánchez, ya solo piensan en sacarle lo que puedan mientras puedan. Y cuando el estadista Rufián tiene la ideaca de promover una coalición de izquierdistas periféricos (más que nada porque vive como Dios en Madrid y no tiene ningunas ganas de volver a su Santa Coloma querida), lo miran mal y dicen que no está por la labor (aunque nadie sepa ya muy bien en qué consiste esa labor, más allá de la supervivencia).

También en la CUP están a la greña, aunque eso siempre ha sido habitual entre los presuntos anticapitalistas. Ahora han salido unos disidentes que acusan a la oficialidad de fascista (azuzados por el alcalde de Girona, Lluc Salellas, que ha tenido el descaro de desalojar a unos okupas) y hasta se han tomado la molestia de contar las propiedades inmobiliarias de la familia de la simpar Eulàlia Reguant, que alcanza las 35, entre apartamentos, locales, plazas de garaje y demás habitáculos con afán de lucro.

En el pútrido ecosistema soberanista, lo único que funciona mínimamente es la Aliança Catalana de Sílvia Orriols, la matamoros de Ripoll (que a veces acierta: véase la prohibición del burkini en la piscina municipal). Ahí se hace lo que dice la jefa y no hay más que hablar. Donde hay führerin, no manda disidente. Todos unidos a las órdenes de la lideresa, prietas las filas, por rutas imperiales, caminando hacia Dios (o algo parecido).

Lamentablemente, el único partido independentista que no es un sindiós no puede ser tomado de ejemplo por los demás, ya que se trata de una formación de extrema derecha (como si Junts, ERC y la CUP fuesen de izquierdas).

Como se resisten a reconocer su racismo inherente, los partidos supuestamente respetables le han declarado la guerra a los de la iluminada de Ripoll, aunque se les parecen mucho. No soportan que Orriols se tome en serio el racismo supremacista que todos comparten, y gracias a su existencia ellos pueden impostar un progresismo democrático del que carecen.

Por mucho que la prensa adicta disfrace la charlotada de Prats de Molló de digna resistencia, la situación del independentismo no puede ser más penosa. Mañana dirán que la sentada de la ANC a las puertas del MNAC para impedir la entrada de los técnicos aragoneses ha sido otra muestra de dignidad patriótica de campanillas. Me temo que es lo que pasa cuando has llegado a la extraña conclusión de que la situación es desesperada, pero no preocupante.