Del PSOE que nos trajo el café para todos, ahora llega la singularidad plural, un oxímoron político de alto octanaje, ya que la singularidad, en principio, no puede extenderse a todo el mundo (a no ser que seas Mariajezú Montero, en cuyo caso puedes decir lo primero que te venga a la cabeza: ¿acaso no se inventó su jefe lo del socialismo neoliberal?).

La singularidad de marras, como todos sabemos, fue la condición que ERC puso sobre la mesa para aprobar las presidencias de Illa y Sánchez. Como a este lo único que le importa es su sillón y cambiaría a su madre por cuatro votos que se lo garantizaran, dijo que sí a la singularidad y a lo que hiciese falta. Illa se apuntó para agradecerles el gesto a las huestes del beato Junqueras y ya estamos metidos todos en una nueva historia de disputas regionales de esas que tanto nos divierten en la bendita España de las autonomías.

Recientemente, la singularidad ha mutado en ordinalidad, lo cual significa que las comunidades que más aporten a la caja común sean las que más reciben a la hora del reparto. Es decir, que adiós a la solidaridad interregional y hola al por ahí te pudras. Esta visión del país es muy propia de los partidos separatistas, a los que, por definición, se la pelan todos los sitios que consideran ajenos y a los que responsabilizan de su presunta infrafinanciación (que no es tal, como demostraba ayer Joaquim Coll en este mismo diario).

Cataluña, ciertamente, es una de las tres comunidades que más aportan al presupuesto nacional. Las otras dos son Madrid y Baleares, de donde no suelen surgir las quejas por una presunta infrafinanciación. De ese asunto nos encargamos, en exclusiva, los catalanes. Y si estamos en disposición de chantajear al presidente del Gobierno, lo hacemos y nos quedamos tan anchos. Algo normal en los indepes, pero no tanto en el PSC, cuya comprensión de los agravios del lazismo raya con la colaboración seudopatriótica (¿el viejo síndrome de Estocolmo de los años del pujolismo?).

Si triunfa la ordinalidad (que es un eufemismo para insolidaridad), los extremeños van a tener que alimentarse de bellotas, pero eso les da igual a Puchi y al beato. Y parece que también a Illa, en cuya ayuda sale cada dos por tres Mariajezú a declarar que un privilegio para una región será beneficioso para todas, como si el dinero creciera en los árboles y bastara con estirar la mano para pillar unos billetes.

Pese a los esfuerzos de Sánchez e Illa por conseguir la cuadratura del círculo, los indepes no están nada contentos con el proceso singularizador porque no les singulariza lo suficiente. Ellos están con el “¿Qué hay de lo mío?” y les parece que lo conseguido, o seudoconseguido, es una nueva versión del famoso “café para todos” de Alfonso Guerra.

Si no hay ordinalidad (o sea, monises que mangonear convenientemente), no aprobarán las nuevas medidas y dejarán caer a Sánchez, aunque ya haga semanas que el hombre, cada día más desmejorado, se cae solo. De momento ya han dicho que no aceptarán tutelas de la hacienda española sobre la catalana, olvidando voluntariamente que, hasta nueva orden, Cataluña está en España y el Estado tiene la facultad de supervisar a las regiones, aunque sean naciones sin Estado (y sin vergüenza ni empatía algunas).

Para conservar el sillón, Sánchez ha puesto en marcha una reforma que no gusta a los beneficiados y solivianta a los perjudicados. El círculo no puede ser cuadrado y todos se han dado cuenta de ello.