En los buenos tiempos del prusés, la ANC era el perejil de todas las salsas independentistas. Se llenaban todos los actos que organizaba y las masas aplaudían enfervorecidas las órdenes que su jefa le daba al pusilánime mandamás de la Generalitat: ¡President, posi les urnes! Y las urnas se acabaron poniendo, pero el resultado no fue el esperado por el lazismo: porrazos policiales a las yayas empeñadas en participar en un referéndum ilegal, en vez de haberse quedado en casa viendo TV3, aplicación del 155, fuga del que había puesto las urnas y llanto y crujir de dientes para quienes habían tratado de imponernos la independencia hasta a los que no la necesitábamos para nada.
Cuando una causa pierde casi toda su fuerza, su principal abanderado también acaba pagando el pato, así que la ANC de ahora no es la misma del 2017. Hace seis años, los afiliados (o sea, los ciudadanos que apoquinan) habían bajado a 40.000. Actualmente, la cosa está en 30.000 y bajando. Everybody loves a winner, dicen los anglosajones, y, ciertamente, la ANC parecía una ganadora en aquellos tiempos del cuplé (perdón, del prusés), pero si lo sigue siendo en la actualidad es algo que disimula muy bien.
Su actual líder, el cantautor jubilado Lluís Llach, se ve contestado por otros sectores de la organización. Destacan en su contra Josep Costa, fanático pancatalanista ibicenco con cara de perpetuo berrinche, y Josep Punga, afrocatalán juvenil, proactivo y puede que hasta resiliente al que no le gusta nada cómo están yendo las cosas ni en la ANC ni en su querida Cataluña.
Como ni Llach ni Costa son muy partidarios de pactar con nadie, ya que ambos creen estar en posesión de la verdad, intuyo que la bronca acabará mal pero, por el momento, lo fundamental es salvar los muebles ya que, en la ANC, antes que nada, están un tanto tiesos de pasta.
Se ha planteado la posibilidad de aumentar las cuotas de los afiliados, pero hay un lógico temor a que el nuevo sablazo conduzca a más deserciones en la organización, algo que ésta no se puede permitir. Así pues, para intentar pillar unos mangos, se han lanzado unos rompecabezas de 1.000 piezas (con la imagen de una bandera estelada), a 15 euritos la unidad; una camiseta negra con la simpática proclama Fck Rnf, Fck Span (Que se joda Renfe, Que se joda España), a 12 euros; una pulsera “feminista” (tres euros) y un punto de libro con la imagen del dragón de Sant Jordi (cuatro pavos de nada).
Supongo que la oferta se irá ampliando, así que me permito sugerir que añadan a ella los discos saldados de Lluís Llach, el sorteo de una cena con el sensible excantautor (sólo para afiliados VIP que demuestren su poderío pagando una cuota Premium) o, sólo para muy cafeteros, una conferencia a domicilio a cargo de Josep Costa (incluida una bronca por no hacer lo suficiente para alcanzar la independencia).
A finales del mes de junio se celebrará la asamblea general ordinaria de la ANC, que tanto puede ser un trámite como acabar como el rosario de la aurora. Tengo la impresión de que, mande quien mande, la antigua capacidad de seducción de la ANC se ha desvanecido. Y ha llegado el momento de los saldos y los remates. Por mucho que, en su momento, la señora Forcadell se viniera arriba, la ANC siempre vivió a costa del entusiasmo colectivo (o enajenación generalizada). Desmantelado éste, su presunto catalizador se queda colgado de la brocha y sólo puede dedicarse a refunfuñar.
O a vender puzles, camisetas, pulseras y puntos de libro. Es muy triste pasar del ¡Posi les urnes! al socorrido ¡Eshame argo!, pero eso es lo que tiene arrojarse a la piscina antes de comprobar si hay agua, ¿no?