La aparición y desaparición en Barcelona de Carles Puigdemont el día en que Salvador Illa tomaba posesión de su cargo como nuevo presidente de la Generalitat ha traído cola pero, en mi opinión, no la suficiente. Aquello fue un desastre considerable y, en el mejor de los casos, una chapuza monumental de esas a las que somos tan propensos los españoles (incluidos los catalanes, aquí no hay fet diferencial que valga). En el peor, una conspiración en las altas esferas para eludir la detención de Cocomocho.

Estos días están desfilando por los juzgados de Barcelona unos cuantos mossos d´esquadra cuyas declaraciones al respecto pueden servir, o no, para aclarar los hechos. Hay una teoría, que suscribo, según la cual Pedro Sánchez, a través de su abroncado Marlaska, habría dado instrucciones a la Policía Nacional y a la Guardia Civil para que hicieran la vista gorda en la frontera y dejaran pasar al fugitivo, no fuera éste a rebotarse y diera instrucciones a sus siete secuaces en el Parlamento español para que le hicieran la vida imposible a Su Sanchidad. Realmente, resulta difícil de creer que nuestros cuerpos policiales no repararan en la presencia de Puigdemont (si había vuelto a meterse en un maletero, bastaría con abrirlo).

Así pues, tal vez estaría bien que los jueces ampliaran el encuadre de sus pesquisas y llamaran a declarar a mandos de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, y hasta al propio ministro Marlaska, pero, de momento, esa posibilidad es tan sólo una entelequia. Si los mossos d´esquadra (algunos de ellos) colaboraron voluntariamente en el desaguisado, nadie se llevaría una gran sorpresa: recordemos que hubo algunos que acompañaron a Puchi para echarle una mano en Barcelona (espero que hayan sido convenientemente purgados, pero también es posible que no les haya pasado nada). Para estos asuntos, el cuerpo policial autonómico nunca ha sido de fiar: recordemos los dimes y diretes de Trapero cuando el prusés, alternando, según su conveniencia, sus dos personalidades, la independentista y la constitucional, que es la que le permitió sacarse de la manga una presunta intención de detener a Puchi si así se lo ordenaba un juez.

¿Pasaría algo si se demostrara que Pedro Sánchez es el principal responsable de la no detención de Puigdemont? Me temo que no. El hombre se echaría el marrón a la espalda, como ya se ha echado los de Ábalos, su mujer y su hermano, diría que todo son infundios de la derecha y de la extrema derecha y se quedaría tan ancho, ayudado por el desinterés del español medio, tan preocupado por llegar a fin de mes, porque no haya apagones y porque funcionen los trenes que todo lo demás se la sopla.

Yo creo que el desastre veraniego del numerito a lo Harry Houdini del presidente de la Generalitat más legítimo que vieron los tiempos es algo que, en otros lugares, podría llevar a la caída del Gobierno, pero ya se sabe que en España nunca pasa nada. Ahí tenemos a nuestro resiliente presidente, acosado por todas partes, pero inasequible al desaliento gracias al desinterés popular y a la inoperancia de la oposición.

Lo más probable es que, pese a la iniciativa judicial, nunca lleguemos a una conclusión razonable sobre los hechos de agosto. Veremos desfilar mossos d´esquadra por el juzgado, no se aclarará nada, el tema se irá desdibujando y será sustituido por cualquier otro escándalo nacional al que nadie dará la menor importancia y nos olvidaremos de él más pronto que tarde.

Si Sánchez estuviera detrás de este maldito embrollo, la cosa sería muy grave. Si la cosa no es más que una chapuza monumental, también. Pero se acerca el veranillo y no estamos para calentarnos la cabeza. Desde Bélgica, Puchi ha vuelto a salir con lo de que todo el mundo le tiene manía. A él y a su partido. Pero su presencia se desdibuja, ya nadie se acuerda de él ni para insultarlo, su tiempo ha pasado y el hombre se va convirtiendo en un recuerdo difuso que ocupa muy poco espacio en la mente del ciudadano medio.

En España ya nada tiene la menor importancia y la vida es un largo río tranquilo. Vivimos en la Arcadia o en la Inopia. ¡Dichosos nosotros!