Durante los buenos viejos tiempos de Joan Tardà en el Congreso de los Diputados, el independentismo catalán ofrecía una imagen firme (y pesada, y tirando a cansina), pero respetaba las formas. El hirsuto Tardà las soltaba de la altura de un campanario (si se me permite la catalanada), pero lo hacía con cierta gracia primaria que impedía que se le rebotaran todos los que no estaban de acuerdo con su, digamos, manera de pensar.

Por si no se habían dado cuenta, ese estilo ha pasado a la historia. A su manera, Tardà se hacía querer y, según me comentó Manuel Cruz cuando rondaba por los centros del poder madrileño, no era extraño verlo irse a tomar cañas con los del PSOE y los del PP, manteniendo con todo el mundo una actitud cordial, aunque su, digamos, pensamiento político, estuviese a años luz del de sociatas y peperos.

Eso se ha acabado, aunque no sea Gabriel Rufián, alumno y protegido de Tardà, quien haya optado por la grosería y la hostilidad permanente hacia los supuestos enemigos de Cataluña (lo hizo durante una época, cuando aparecía con unas esposas o cargando con una fotocopiadora por motivos que ya no recuerdo, pero llegó un momento en el que empezó a reproducir la actitud de estadista de su maestro y protector y se convirtió en esa persona casi normal que es en la actualidad).

Quien se encarga ahora de practicar en el Congreso lo que podríamos denominar patriotismo barriobajero o lazismo sobrado es la caballuna Míriam Nogueras, cuyas quijadas resultan ofensivas tanto si sonríen como si se retuercen en señal de disgusto.

Dudo mucho que la señora Nogueras sea capaz de ir a tomarse una copa con un pepero o un sociata, ya que esta mujer tiene únicamente enemigos, no adversarios. Cada vez que abre la boca en público es para regañar a alguien, recordarle que no cumple sus supuestos compromisos con Cataluña (o con la idea de Cataluña que tiene en la galleta la señora Nogueras), meterle prisa para que haga algo que a ella le corre mucha (aunque aduzca que quien tiene prisa es la Cataluña catalana) o, directamente, amenazarle con alguna medida drástica de su banda de los siete que pueda poner en un aprieto al amenazado, que suele ser el presidente del Gobierno, un cínico que hace como que le preocupan mucho los avisos de la buena de Míriam, pero que, en cuanto ésta se descuida, se la torea con una habilidad digna del difunto Manolete.

Los de Puchi saben que, pese a su escasa representatividad en el Congreso de los Diputados, tienen ciertas maneras de hacer la puñeta al PSOE, y no dejan pasar ni una (aunque no sirvan de nada, como esa Cuestión de Confianza que se ha sacado Puigdemont de debajo del mocho y que es hablar por hablar, ya que sólo el presidente del Gobierno puede prestarse voluntariamente a una cuestión de confianza y Puchi no se atreve con la moción de censura, pues podría salirle el tiro por la culata y encontrarse con un nuevo gobierno del PP con Vox que lo trataría mucho peor que el PSOE de Sánchez).

Que una pandilla de piojos resucitados, como son los de Junts, aprovechen los privilegios que les ha otorgado el poder para conservarlo entra dentro de lo lógico, pero… ¿es necesario que todas las exigencias/reivindicaciones/cobros a domicilio se planteen con ese tono chulesco y desagradable que se gasta la señora Nogueras? ¿Hace falta, como sucedió el otro día, que la mujer de las agresivas quijadas le diga al presidente del Gobierno, literalmente, que "mueva el culo" y le afloje a Cataluña la pasta que le debe? ¿Es necesario adoptar ese tono gangsteril, como de matón de barriada, que distingue todas y cada una de las intervenciones de la señora Nogueras? ¿Tanto le costaría relajarse un poco y adoptar una actitud no diré cordial, pero sí razonablemente cortés con sus antagonistas políticos?

Con su manera de ir por la vida, suerte tiene de que aún quede algún adversario que se tome la molestia de ponerse el pinganillo cada vez que toma la palabra. ¿Para qué molestarte en escuchar a la señora Nogueras si, te pongas como te pongas, sabes que te va a caer una bronca? ¿No sería más razonable dejarla refunfuñar y chorrear sin escucharla? Puchi también es insistente, quejica y latoso pero, por lo menos, habla más bajo, enuncia sus motivos de contrariedad con mayor discreción y no se expresa como un chulángano de barrio, que es lo que hace la señora Nogueras, aunque todo parezca indicar que pertenece a la alta burguesía del Upper Diagonal.

No es la única de su estilo en Junts. Eduard Pujol, el hombre al que perseguía por Barcelona un representante de las cloacas del Estado subido a un patinete, también tiene cierta tendencia a ejercer de sobrado y perdonavidas. Pero los más cansinos los tenemos en Barcelona, donde ya estamos más acostumbrados a aguantarlos y, además, no necesitamos pinganillos para entender sus desvaríos. Ahí tenemos a Jové (componente a medias con Salvadó del inolvidable Dúo Sacapuntas del prusés), que está que trina por la inclusión de Policía y Guardia Civil en el 112 (mejor morirse catalanamente de asco que recibir ayuda de un madero o un picoleto). O a Orriols, la facha de Ripoll con una de esas voces capaces, como diría P. G. Wodehouse, de romper una copa a diez metros. O a Batet, que intenta ser implacable, pero se queda en badulaque…

Yo creo que a los brasas desagradables y sobrados de aquí no nos queda más remedio que aguantarlos pero, aunque sólo sea obedeciendo a la más elemental cortesía, deberíamos ahorrarles a nuestros compatriotas de Madrid a personajes tan ofensivos, groseros y malasombras como la señora Nogueras. Quien, además, pincha en hueso en lo relativo a Pedro Sánchez: la capacidad del presidente del Gobierno para torearse a 20 como ella, aparentando que se toma muy en serio sus propuestas, es legendaria. Puestos a que te odie todo el mundo, querida Míriam, por lo menos consigue algo, ¿no?