Ante un desastre como el prusés, sería de agradecer que sus principales responsables adoptaran un perfil bajo e intentaran pasar desapercibidos. A fin de cuentas, no hay nada que celebrar: la independencia de Cataluña ni está ni se la espera, el gobierno autónomo está en manos del PSC, el poder de convocatoria de Òmnium y la ANC es cada día menor, la Casa de la República se cae como la casa Usher de Edgar Allan Poe (carcomida por las sisas de Toni Comín) y es evidente que el entusiasmo soberanista de hace unos años ha pasado a mejor vida.

El tinglado se sostiene, precariamente, gracias a una serie de lo que, citando a José Mota, podríamos calificar de cansinos históricos: Carles Puigdemont, empeñado en que Salvador Illa se reúna con él en Bruselas, cuando el actual presidente de la Generalitat no tiene por qué seguir la costumbre de Pedro Sánchez de negociar con enemigos del estado y fugitivos de la justicia; Lluís Llach, que se pasa la vida hablando de una sublevación imposible que está planeando con el payaso Pesarrodona y el Lenin de la CUP; o Josep Rull, presidente del parlamento regional que acaba de celebrar el décimo aniversario del primer butifarrendum, el que organizó Artur Mas y que obtuvo los mismos resultados gloriosos que el de Cocomocho en 2017.

Hace tiempo que chinchar y hacer la puñeta es lo único que está al alcance del procesismo. Con muy buen criterio, el PSC se desmarcó de esta absurda celebración, para la que no encontró motivo alguno: ni compartía su mística ni fue un éxito merecedor de felicitación alguna.

De hecho, Rull solo ha montado el numerito para molestar a Illa, al que considera un presidente ilegítimo, españolista, monárquico y partidario del aceite de Jaén frente al de Les Garrigues (hay que ver la perra que ha pillado el lazismo en pleno por el episodio del aceite jienense y la supuesta ofensa a los productores catalanes de tan apetitosa sustancia).

Esta celebración ha sido también una manera de decirles a los sociatas que sí, de acuerdo, controlan el Ayuntamiento de Barcelona y el gobierno autónomo, pero que el parlamentillo todavía está en manos de los buenos catalanes (aunque estén a matar entre ellos, como demuestra el asco que se tienen Puchi y el beato Junqueras y la guerra civil que está teniendo lugar en el seno de ERC para hacerse con el poder entre diversas facciones).

Y a ese parlamentillo han podido acercarse a sacar pecho y marcar paquete algunos de los más conspicuos inútiles del motín del 2014. Así hemos podido ver a Artur Mas (que ya no parece acordarse de que la CUP lo arrojó al basurero de la historia), de nuevo muy crecido con sus planes de proceder a la resurrección de CDC, y a la señora que le pidió años ha que pusiera las urnas, Carme Forcadell, ablandada por el talego, pero a la que no le amarga el dulce de darse importancia en el sarao del señor Rull, y a Quico Homs, leguleyo ejemplar que solo ha pisado un juzgado en condición de acusado, y a David Fernández, que abrazó a Mas tiempo atrás y del que nadie sabe muy bien qué hace desde que no ejerce de chófer de Arnaldo Otegi por Barcelona (sin saber conducir).

Celebrar derrotas es una gran tradición local, como demuestra que celebremos la fiesta seudo nacional el 11 de septiembre, para conmemorar los palos recibidos a manos de Felipe V (fiesta que, además, es una leyenda urbana que no se corresponde con la realidad, pues a la sociedad catalana no le fue nada mal con los borbones).

Supongo que en el 2027 celebraremos el décimo aniversario del segundo butifarrendum, el de Cocomocho. De derrota en derrota hasta la victoria final. Y para organizar los fastos, siempre podremos contar con los inevitables cansinos históricos, voluntariamente ajenos a la realidad del paisito y atrapados en su monomanía.

El paso del tiempo y sus consecuencias forzarán el relevo en los representantes del cansinismo histórico (e histérico), a no ser que Pujol y Llach sean inmortales (algo que yo no descartaría), pero siempre habrá unos cuantos cansinos históricos dando la tabarra y poniendo en práctica aquel dicho argentino que reza: “Si no puede ayudar, moleste. Lo importante es participar”.