Los presupuestos del Petitó de Pineda no han salido adelante y, en consecuencia, se convocan elecciones para el próximo 12 de mayo.
Los comunes no han dado su brazo a torcer y se han cargado unos presupuestos por culpa de un complejo lúdico (o casino, si lo prefieren) a construir cerca de Port Aventura que les parece una delegación del infierno en la tierra.
La cosa suena a una de esas típicas rabietas presuntamente progresistas a las que tan acostumbrados nos tenía Ada Colau, a la que le salían sarpullidos cada vez que alguien amenazaba con abrir un hotel en el Eixample barcelonés o instalar en la ciudad una franquicia de un prestigioso museo ruso.
¿De verdad no han encontrado los comunes nada mejor que el Hard Rock para tumbarle los presupuestos al señor Aragonès? Y yo aún diría más: ¿justifica un casino una enmienda a la totalidad? Sobre todo, si tenemos en cuenta que Jéssica Albiach y su pandilla aprobaron en su momento los presupuestos de 2023 sin chistar en lo relativo al casino de marras. ¿Qué ha pasado en un año para que el Hard Rock se haya convertido en condición sine qua non para la aprobación de unos presupuestos?
Es más: ¿la actitud de los comunes se basa exclusivamente en la construcción (o no) de un edificio destinado a sacarles los cuartos a locales y turistas? ¿O no es más que la excusa ideal para que el Petitó de Pineda convoque elecciones, como así ha sido? ¿Han previsto Jéssica y los suyos la victoria de Salvador Illa y la posibilidad de engancharse a él como lapas si necesita ayuda para gobernar, lo que les permitiría a ellos pillar cacho? Dudo mucho que nos lo expliquen, así que solo nos queda elucubrar de aquí al 12 de mayo, fecha prevista para las nuevas elecciones.
Una fecha, por cierto, que no ha sido muy del agrado de los de Junts, que intuyen turbias intenciones en ella. Según el sabio Tururull, el jefe de la banda, esa fecha está escogida con muy mala intención, pues pretende evitar que Puigdemont tenga tiempo para presentarse como candidato a la presidencia de la Generalitat y pasar de mandamás legítimo (que suena muy bien, pero carece de efectos prácticos) a baranda en jefe del mundo real.
Como tiene por costumbre, el señor Turull se ha deshecho en elogios de su jefe ausente, del que ha dicho que tiene la nación en la cabeza y en el corazón (o sea, debajo del mocho y detrás del bolsillo interior de la chaqueta, donde suele guardarse la cartera): cada día recuerda más a aquel José Luis López Vázquez que, ante una dama que era su agrado, pronunciaba estas inolvidables palabras de presentación: “Aquí un amigo, un admirador, un esclavo, un siervo”.
Yo no sé si Aragonès ha escogido la fecha de las elecciones confiando en que Puchi, que es de natural cobardica, no se atreva a poner los pies en España si no se ha resuelto a su favor lo de la amnistía, que no pinta tan bien como pretende hacernos creer, por la cuenta que le trae, el ínclito Pedro Sánchez.
Hace años que Cocomocho podría haber puesto en un aprieto al Estado presentándose por sorpresa en Barcelona y que fuese lo que Dios quisiera, pero el hombre es de una prudencia exagerada y no está por el martirologio, con lo tranquilo que vive en Flandes, animado por los conciertos de piano de su fiel Comín y el rap de Valtònyc.
O sea, que ese no se deja ver por España hasta que Sánchez saque adelante su oportunista amnistía, que, según él, contribuiría a la reconciliación entre españoles (cosa discutible cuando los posibles amnistiados ya amenazan con perseverar en su actitud delictiva). Y no está nada claro que lo consiga, dada la actitud más extendida entre nuestros jueces y las reservas al respecto de la Unión Europea, que ya se ha coscado de que lo de Sánchez tiene menos que ver con la convivencia que con agarrarse al cargo como sea.
Salvador Illa (un amigo, un admirador, un esclavo y un siervo de Sánchez) es quien más contento se ha manifestado ante el avance electoral. Las encuestas le sonríen y ya se ve de presidente de la Generalitat, lo que sería un mal menor para muchos de nosotros, que seríamos capaces de votarle, aunque haya pasado de la izquierda constitucionalista catalana como de la peste y siempre esté intentando verle el lado bueno al lazismo dentro de un orden.
Mientras escribo esto, aún no sé qué opinan los nuevos aspirantes a engrosar las filas del separatismo, como la supuesta lista cívica de la ANC, los hooligans rupestres de Sílvia Orriols o ese dúo dinámico que componen Ponsatí y Graupera, visionarios que antes de pillar cacho ya le cobran a la gente por escuchar sus propuestas (y a teatro lleno con todo el papel vendido, pues han tenido que añadir otra sesión a su prevista presentación en el teatro Borràs: en el mundo hay gente para todo, y en el inframundo lazi, aún más).
Estamos a dos meses de un más que posible cambio de Gobierno. Y todo a causa de un casino. Lo que no pase en Cataluña…