Todos lo hemos podido ver por televisión. El viernes pasado, en la estación de metro de Camp de l’Arpa, un sujeto deambula por el andén y va repartiendo sopapos a las mujeres con las que se cruza (hasta un total de 10). A una de ellas parece cogerle especial inquina, aunque la pobre, ausente a su amenazadora presencia, va a lo suyo, mirando no sé si un libro o el móvil, y no sabe lo que le espera. El sujeto la ve, toma carrerilla, se lanza sobre ella y le arrea un tortazo tal que van a parar los dos al suelo.
El atacante, un magrebí llamado Koudid Souheib, es detenido por la policía y puesto inmediatamente en libertad, aunque acumula antecedentes en esa línea y hay serias dudas sobre su equilibrio mental (¿estamos todos tontos o qué?: no hace falta que me contesten). Tras la denuncia de la mujer que se llevó la mayor bofetada (que le jorobó un tímpano) y la lógica indignación en las redes sociales, la justicia se lo piensa mejor y envía al talego al señor Souheib, para el que solo se me ocurren tres alternativas razonables: una larga estancia a la sombra, el traslado a un centro psiquiátrico (si no está bien de la galleta, como parece ser el caso) o la deportación.
Pero tal como funcionan las cosas en Cataluña, lo más probable es que dentro de unas semanas vuelva a estar suelto y dedicado a su pasatiempo favorito, emprenderla a tortazos con las mujeres que se cruzan en su camino. A todo esto, el consejero Elena se pregunta si lo suyo puede ser considerado un delito de odio…
Para añadir más leña al fuego, ha salido de su relativo olvido la inefable Mònica Terribas, antigua musa del prusés y actual empleada de Mediapro, sección documentales, si es que no se ha ido en solidaridad con el cesante Jaume Roures, quien decide echar su cuarto a espadas sobre el tema desde Catalunya Ràdio, emisora del régimen en la que reinó durante los tiempos procesistas, cuando, saltándose la ley, informaba a los oyentes de la localización de coches y furgonetas de la Guardia Civil durante la charlotada de octubre del 17.
Según ella, le damos mucha importancia a las agresiones físicas, pero muy poca a las que celebrities como ella (o excelebrities, en este caso) reciben en X (antes Twitter). Parece que en la red del señor Musk hay un montón de gente que la odia y la pone de vuelta y media sin que nadie haga nada al respecto. Según Mònica, una bofetada (aunque te fracture el tímpano) solo es una bofetada, mientras que el insulto verbal continuado es mucho peor porque te amarga las 24 horas del día, atenta contra tu autoestima y te sitúa al borde de la depresión. Semejantes teorías delirantes solo han conseguido que aún haya más gente poniéndola de vuelta y media en X.
A mí, la verdad, me parece que una agresión física es mucho más grave que una verbal. Me consta que también me ponen verde en X, o Twitter, o como se llame, porque a veces me lo comenta algún amigo. Pero me la sopla porque no me entero: no estoy en X, que me parece un inframundo para satisfacción de frustrados con mala uva convencidos de que el mundo no les presta la atención que merecen (ya me apaño con Facebook, donde, de acuerdo, está lleno de pelmazos que monologan, pero subsiste aún cierta educación y hay algunos personajes interesantes y/o entretenidos).
X es el hogar de la bronca y el odio, pero nadie te obliga a integrarte en él. Yo no lo necesito. Si considero que tengo algo que decir, me casco un artículo y santas pascuas. No siento la necesidad de publicar epifanías insultantes contra gente que me cae mal, aunque haya mucha. Más que nada porque esa gente me respondería y acabaría perdiendo miserablemente el tiempo intercambiando lindezas con personas a las que desprecio. En cualquier caso, prefiero que me llamen ñordo y botifler en X a que un fan de Fredi Bentanachs me reconozca por la calle y me zurre la badana.
Lamento que a la señora Terribas le afecte tanto lo que dicen de ella en las redes sociales, pero, como dicen los americanos, eso viene con el territorio: si te has distinguido durante años por ser la Pasionaria del régimen, lo normal es que hayas acumulado enemigos a cascoporro y que estos se diviertan insultándote y poniéndote de chupa de dómine.
Lo realmente grave sería que alguno de esos haters la emprendiera a tortazos con la pobre Mònica al cruzársela por la calle. Como no debe haberle sucedido (igual que a mí, que solo se me acercan algunos para palmearme el lomo: cuánta razón tenía Arzalluz cuando sostenía que no iba con el carácter mediterráneo un tono más expeditivo en el rechazo al traidor a la patria), la señora Terribas tiene el cuajo de decir que sí, que está feo que te partan la cara, pero que aún lo es más que atenten contra tu bienestar mental insultándote sin tasa en las redes sociales.
Mònica Terribas podría no haber dicho nada del incidente del metro. O podría haberlo condenado. Pero presentarse como una genuina víctima de la violencia ante una pobre mujer a la que le han reventado el tímpano está fuera de lugar y resulta francamente ofensivo. Estar en X es voluntario. Y, como dice el refrán, quien no quiera polvo, que no vaya a la era.