El problema de tratarse con piojos resucitados (en adelante, PR) es que se pueden venir arriba y subírsete a la chepa, en vez de agradecerte que los sacaras de su irrelevancia. Véase el caso de Carles Puigdemont. Andaba el hombre por Flandes, muriéndose de asco y viendo (a distancia) cómo su partido se desgarraba en la pugna entre borrascosos y aturullados, cuando apareció Pedro Sánchez y lo trató como a un ser humano necesitado de respeto, reconocimiento y un poco de cariño. Como era de prever, el PR se subió a la parra y empezó con exigencias (entre ellas, la de que le pusieran escolta en Waterloo, no fuera a producirse un fatal magnicidio, teniendo en cuenta su importancia a nivel mundial: ¿se la pusimos al Dioni cuando estaba refugiado en Brasil? ¿Verdad que no? ¿Pues entonces?), siendo la última hasta la fecha la más delirante de todas: multar a las empresas catalanas que se dieron el piro a otras zonas de España cuando a él le dio el siroco independentista e incentivar fiscalmente a las que volvieran motu proprio. O sea, primero las pongo en fuga con mis chaladuras y luego las amenazo con multarlas si no recapacitan y vuelven al redil. Todo de una lógica aplastante, ¿verdad?
Junts x Catalunya parece estar dividido actualmente entre un sector radical y otro pragmático (dentro de un desorden). Y Cocomocho toma sus decisiones como si aspirara a complacerlos a ambos por turnos, tal vez porque en su interior se da una pugna similar a la de su partido y unos días el hombre se levanta pragmático y otros, radical (no en vano es el Sumo Guardián de las Esencias en el que confían los columnistas más obtusos de la prensa del régimen). De este modo, hay días en los que Puchi apoya propuestas pragmáticas (está en juego su amnistía, no lo olvidemos) y días en los que se echa al monte y alumbra sus mejores ideas de bombero (la de penalizar a las empresas a las que expulsó con sus chaladuras es de traca). Lamentablemente, ahí están los de ERC para recordarle que proceder de esa manera representaría una ofensa para las empresas que no se movieron de Cataluña pese al prusés y las festividades del 1 de octubre: agravio comparativo al canto. Menos mal que Miriam Nogueras le ha echado un capote asegurando que los supuestos castigos a los que no se largaron de Cataluña metido en el maletero de un coche son “medidas modestas”; es decir, lo mínimo que se puede hacer con esa gentuza que se dio al piro a Valencia, Madrid o Málaga (y que, por cierto, fueron más de 5.000, extremo que, según el lazismo, nunca afectó en lo más mínimo a la buena salud de la economía catalana; pero si no le afectó, ¿por qué tanto interés en que vuelvan?, me pregunto).
El PR no tiene la culpa de ser cómo es: el delirio forma parte de su naturaleza. Y de la misma manera que Puchi cree tener derecho a que le pongamos escolta en el extranjero, como si alguien en el mundo tuviese el menor interés en eliminarlo de manera definitiva (bastaría con meterlo en la cárcel una temporadita, por liante y absurdo), también se ve autorizado para castigar a los hijos pródigos que se resistan a regresar al hogar del que él mismo los expulsó con sus rarezas y extravagancias. No parece muy probable que se salga con la suya: ERC, los empresarios españoles y hasta el Gobierno de Pedro Sánchez han venido a decirle que aparque sus deseos de venganza y deposite todas sus esperanzas personales en la amnistía. Yo diría que ahora lo tenemos en modo pragmático, pues la abstención de su partido en la votación de las últimas propuestas gubernamentales para que éstas pudieran salir adelante apunta en esa dirección. Pero eso no quiere decir que no nos salga un día de éstos con otra memez del mismo calibre que la del castigo a las empresas réprobas. Así le funciona el coco a nuestro hombre: recordemos que, durante el sainete de octubre del 17, estuvo dudando hasta el último momento entre convocar elecciones y declarar esa independencia que le exigían entre gimoteos Marta Rovira y el beato Junqueras.
Y es que el Sumo Guardián de las Esencias, en el fondo, no es más que un chisgarabís con pretensiones épicas que suelta lo primero que se le pasa por la cabeza, que a veces suena a pragmático y a veces a radical. En sus tristes circunstancias, el piojo hace lo que puede por sobrevivir y darse aires. El problema está en resucitarlo justo cuando estaba a punto de diñarla, que es lo que hizo Pedro Sánchez para pararle los pies al fascismo (según él) o para eternizarse en el cargo (según casi todos los demás). Cuando Sánchez cruzó esa línea roja -negociar con un fugitivo de la justicia-, puso en marcha este proceso ridículo en el que ahora nos hallamos inmersos y del que no sabemos muy bien cómo vamos a salir.
Sánchez se interpuso en el camino lógico de la historia, alterándola en beneficio propio y, de rebote, insuflando vida a un precadáver político que ahora va por ahí como si fuera el muerto vivo de Peret. A este paso, su próximo capricho será que le paguemos las cañas.