Pere Aragonès no quiere saber nada de los reyes de verdad (especialmente, del monarca del país de al lado, cuyos mensajes, curiosamente, escucha con suma atención), pero muestra una fe ciega en los reyes imaginarios, como demostró una vez más en su discurso navideño, que fue una carta a los Reyes Magos de Oriente en toda regla, amenizada por algún detalle involuntariamente humorístico, como el hecho de haberlo grabado en un antiguo depósito de agua (el Dipòsit del rei Martí) después de no haber dado un palo al agua, nunca mejor dicho, para prevenir la sequía que ahora asola su querida Cataluña. Aunque oscuro y ominoso, hay que reconocer que el depósito de marras quedaba resultón, aunque confería a la escena un tono más propio de la Transilvania del conde Drácula que de esa supuesta tierra de leche y miel y traspaso de Rodalies en la que cree vivir el Petitó de Pineda.
Si las referencias a la sequía fueron escasas (al igual que las de la educación, que, si hemos de hacer caso al último informe PISA, es catastrófica), ello se debe a que nuestro president es un hombre que tiene claras sus prioridades: si no son las mismas que las de sus sufridos súbditos, peor para estos, que no ven más allá de sus narices y se quejan de cosas irrelevantes como la falta de prevención ante la sequía o las miserias de un sistema educativo que fabrica tarugos a granel que, para colmo, ni siquiera aprenden a hablar decentemente en catalán (pese a la inmersión, se acaba de batir un nuevo récord de jóvenes que muestran una desagradable tendencia a expresarse principalmente en castellano).
Aragonès no está para perder el tiempo en futesas. Él va a lo suyo, considerando que es lo de todos. Y gobierna para lo que él cree que es una mayoría de la población, aunque solo se trate de los que piensan como él y le siguen, más o menos, la corriente. Por eso, el grueso de su carta a los Reyes Magos se centró en lo que, según él, pasará inevitablemente en la Cataluña del 2024: la amnistía para los iluminados del 1 de octubre y su alegre pandilla de forofos y, a continuación, el imparable nuevo referéndum de autodeterminación que traerá por fin a la Cataluña catalana su anhelada liberación.
Yo no sé si el Petitó de Pineda se cree lo que nos soltó en su discurso navideño o si tan solo lo aparenta, y tampoco sé cuál de ambas posibilidades es más grave (en atención a su salud mental, tal vez sea preferible la segunda). El hombre habló como si se fuera a tirar en el cargo que ahora ocupa hasta el Día del Juicio Final; es decir, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo para hacer realidad sus deseos. Una vez más, no sé si realmente cree en la amnistía exprés y el referéndum súbito o solo trata de mantener alta la moral de sus cada día más escasas y desmotivadas tropas.
Para empezar, la amnistía que le ha prometido el trilero oportunista que tenemos de presidente del Gobierno español no parece algo que se vaya a materializar de inmediato: el 60% de la población está en contra, la oposición está en contra, los jueces están en contra, los cuerpos de seguridad del Estado están en contra… ¡Hasta un sector notable del PSOE está en contra! O sea, que, en el mejor de los casos, las cosas de palacio irán despacio y pueden alargarse durante meses, por no decir años (hay que hacer constar que en Europa tampoco acaban de ver la cosa muy clara, especialmente en lo referente a la posible malversación de dinero público en la causa, por patriótica que sea).
Para continuar, lo del referéndum no tiene ninguna posibilidad de salir adelante, y hasta Sánchez, un hombre capaz de cualquier cosa con tal de conservar el poder, le ha dicho ya varias veces a Aragonès que ni hablar del peluquín. Y para acabar, ¿quién le dice al niño barbudo que seguirá presidiendo la Generalitat el año que viene? No hay que olvidar que gobierna en minoría, que tiene los mismos diputados que el PSC (33), que está a matar con sus supuestos compañeros de lucha y que pintan bastos para el lazismo en general, detallitos que pueden conducir a unas elecciones anticipadas en las que Salvador Illa tiene toda la pinta de acabar llevándose el gato al agua.
Con los sociatas previsiblemente en la Generalitat (y pese a su habitual síndrome de Estocolmo), no habrá referéndum y se caminará hacia la prometida amnistía arrastrando los pies (aunque, eso sí, insistiendo mucho en lo necesaria que es para contribuir al progreso y la convivencia de todos los catalanes y españoles de bien). El discurso de Aragonès, pues, acabó recordando a una célebre frase de Groucho Marx: “No tengo nada, pero quédate con la mitad”. Prometer amnistías y referéndums cuando igual en cuestión de meses te han desalojado del noble edificio de la plaza Sant Jaume en el que ahora prestas tus discutibles servicios es, según cómo se mire, de una ingenuidad o de una deshonestidad asombrosas.
Tengo la impresión –y no soy el único– de que el Petitó de Pineda está con un pie en la calle. Y no es que no disponga de tiempo para obtener la amnistía y el referéndum, sino que tampoco lo tiene para parchear un poco la sequía y la burricie de nuestros tiernos infantes. De ahí que su mensaje navideño –como sus mensajes en general– consistiera en hablar por hablar, que es también a lo que se dedica la competencia de borrascosos, aturullados, cupaires y listacívicos varios.
Pese a la ayudita interesada de Pedro Sánchez, el lazismo está palmando de aburrimiento. Aconsejo, pues, a sus representantes políticos, que dejen de escuchar la penosa lista de Spotify de Cocomocho y vuelvan a los clásicos, empezando por Jim Morrison y su célebre concepto cantado con voz cavernosa: When the music’s over, turn off the lights… O sea, apaga y vámonos.