A diferencia de lo que ocurre en Las Vegas, que se queda en Las Vegas, como todo el mundo sabe, lo que sucede en el mundo del fútbol se extiende urbi et orbi y nos acabamos enterando al instante de lo que acaece hasta aquellos de nosotros a los que el noble deporte del balompié, con perdón, nos la sopla. Véase el reciente caso de los insultos a un jugador del Real Madrid que atiende por Vinicius a cargo de algunos tarugos del Valencia que, si no me equivoco, ya han sido expulsados del club por sus improperios racistas contra el ídolo merengue, quien, como también acabo de descubrir, es negro (reconozco que no sabía quién era y que el único Vinicius que me sonaba era el compositor Vinicius de Moraes, aquel que tocaba en La Fusa con Toquinho y María Creuza).

El progresismo nacional se ha rasgado las vestiduras ante los insultos, ciertamente lamentables, encajados por el jugador brasileño, y en un santiamén se ha montado un peasso de polémica sobre si los españoles somos o no somos racistas. El tal Vinicius, que arrastra, como también he descubierto, cierta fama de bocazas, arrogante, maleducado e imprevisible, se ha enfadado mucho (lo comprendo) y ha sobreactuado un poco al afirmar que España es un país racista (esto ya lo comprendo menos), como si el suyo fuese un ejemplo de trato ideal a la población de color: no lo es, pero Lula ha aprovechado para cantarnos las cuarenta.

También la prensa estadounidense la ha tomado con nosotros, lo cual resulta curioso en un país en el que, si eres negro y te detiene la policía, lo fundamental no es la posibilidad de que te fichen, sino llegar vivo a la comisaría, sin que antes te vuele la cabeza un pistolero con placa que ha confundido tu teléfono móvil con una pistola. Con el caso Vinicius, en fin, todo el mundo se ha visto autorizado a darnos lecciones de antirracismo. Eso sí, nadie hace la menor referencia al hecho de que las burradas de los hinchas del Valencia hayan tenido lugar en un contexto futbolístico. Si estas cosas no suelen pasar entre los aficionados al tenis, el golf o los toros, ¿no es lícito pensar, como es mi caso, que hay algo en el fútbol que atrae a lo más bestia y primario de nuestra sociedad? Yo me temo que de un deporte que empezó practicándose con la cabeza de los enemigos decapitados a modo de balón puede esperarse lo peor. De hecho, el deporte rey acumula incidencias graves que van mucho más allá de los insultos recibidos por el pobre Vinicius: en los estadios ha habido muertos, como sabrán los que recuerden la tragedia del de Heysel, hace un montón de años. Por los motivos que sean, el fútbol propicia la burricie de sus devotos: ya sé que la mayoría de ellos son personas normales que disfrutan con el deporte y que son incapaces de matar a nadie o de proferir comentarios racistas, pero la mera figura del hooligan, inexistente en otros deportes, no augura nada bueno.

Creo que fue Christopher Hitchens quien dijo que no todos los árabes son terroristas, pero que todos los terroristas son árabes. Parafraseando a ese gran hombre, yo diría que no todos los aficionados al fútbol son unos mostrencos violentos y racistas, pero que todos los mostrencos violentos y racistas son aficionados al fútbol. Nunca he visto a un seguidor de Tiger Woods lanzarse al césped para partirle la cara a sus adversarios. Ni a un fan de Nadal tratando de introducirle a Federer su propia raqueta por el recto. Y mucho demonizar a los taurinos, pero en las plazas nunca hay tanganas entre los fieles de uno u otro diestro y el único que suele diñarla es el toro y, a veces, el torero: la máxima ofensa a un diestro que recuerdo, y que solía ganársela a pulso, era la de cuando en la Maestranza toreaba (o algo parecido) Curro Romero y los aficionados le arrojaban rollos de papel higiénico para insinuarle sutilmente que lo consideraban un gallina y un cagao (con perdón).

Lo de Vinicius se reduce a un jugador que cae mal, unos hinchas más brutos que un arado que lo tildan de simio y un deporte que ya empezó mal (¿a quién se le ocurre patear cabezas humanas para entretenerse?: me temo que a los ingleses). Convertir este incidente lamentable en un mea culpa sobre lo racistas que somos los españoles me parece que es mear fuera de tiesto. Sobre todo, si ocultamos la evidencia de que el fútbol es un imán para lo más lerdo y lo más primario que puede producir España (y el mundo entero) a nivel humano. O, mejor dicho, infrahumano.