No sé muy bien para qué le ha servido al Petitó de Pineda su periplo por tierras sudamericanas. Si pretendía ser recibido por presidentes y mandamases, la cosa no le ha salido muy bien (si exceptuamos su desenfadada charla con el expresidente de Uruguay José Mújica, que lo recibió en pantalón corto), pues no se han producido los encuentros previstos a causa de compromisos ineludibles de sus anfitriones (si uno se lo propone, un plantón también puede considerarse un compromiso ineludible con uno mismo). Creo que el hombre inauguró una de sus embajadas, pero la verdad es que no recuerdo dónde. Y el gesto pueril de mover la banderita española para que no saliera en el encuadre tampoco ha funcionado, pues donde las imágenes no han sido recortadas, se aprecia perfectamente la versión reducida de la enseña nacional: que aprenda de Míriam Nogueras, que apartó la bandera española en una alocución parlamentaria cuando cobra más de 100.000 euros al año por hacer como que trabaja en la sede de la soberanía nacional española (ahora se queja de que ha recibido 5.000 amenazas de muerte por su gallardo gesto y asegura que ella siente un gran respeto por la bandera de España, aunque tenga una manera un tanto peculiar de demostrarlo).

El pobre Aragonès se volvió al terruño sin que le recibiera nadie de la más mínima importancia y soportando las chuflas de los de Junts x Puchi, que le recuerdan que a Pujol lo recibía todo el mundo (o sea, que eso sí que era un presidente de Cataluña y no él). Considerando que aún no había cubierto su cupo de basureo internacional, Aragonès se fue a Madrid para echar pestes del Gobierno español (al que apoya) ante los parlamentarios europeos enviados a meter la nariz en lo del espionaje a independentistas vía Pegasus. Y, una vez más, pudo comprobar cómo se las gasta su amigo Pedro Sánchez cuando tiene ganas de darle esquinazo, a él y a quien sea. Con la excusa de que estábamos en plena moción de censura al Gobierno a manos de una extraña alianza entre Vox y un provecto excomunista, Sánchez se las apañó para no dar ni la más mínima bola a los entrometidos europeos, que se mostraron algo quejosos ante el ninguneo socialista, pero sin llegar a mostrarse realmente ofendidos. ¿Misión cumplida? Pues por parte de los parlamentarios europeos no, pero por parte de Sánchez y los suyos, sin duda alguna: vengan, vengan a vernos, queridos europarlamentarios, pero no esperen que les demos conversación, que estamos muy liados con lo de Tamames. Al PSOE solo le ha faltado pronunciar en voz alta la célebre frase de Larra: “Vuelva usted mañana” (versión educada del no menos célebre “Hoy no se fía, mañana sí”).

Tras los esquinazos encajados en Sudamérica, nuestro entrañable Niño Barbudo se ha encontrado hablando solo con los europarlamentarios de marras (en Sudamérica estaba algo más acompañado, aunque fuese por el embajador español, que era quien debía colocar esas banderitas que luego desaparecían de las fotos oficiales). Se ha quejado y se ha hecho el indignado como suele, eso sí, pues parece seguir sin darse cuenta de lo que suelen hacer los Estados con sus enemigos interiores: entre otras cosas, espiarlos. Y si el presidente del Gobierno español es alguien como Pedro Sánchez, espiar a unos políticos cuyo apoyo necesitas para mantenerte en el poder es una de esas cuadraturas del círculo que solo dominan los personajes que, como nuestro actual mandamás, mezclan el maquiavelismo con la pura jeta para salirse siempre con la suya.

No pude evitar ver por la tele a Aragonès exigiendo que se llegara al fondo del asunto, ya que, según él, no hay derecho a espiar a un político por el simple hecho de que sea independentista. Algunos lo vemos de otra manera y creemos que a los independentistas –ya que, por razones que se me escapan, no los ilegalizamos, que es lo que han hecho en Alemania y otros muchos lugares— hay que tenerlos siempre vigilados, no se les vaya a volver a ir la olla como en los tiempos de Puchi. En vez de dar gracias a la tolerancia española, que permite el independentismo teórico, pero no su puesta en práctica, Aragonès finge indignarse con tal habilidad que hay momentos en los que puedes llegar a creerte que se cree todo lo que está diciendo (en vez de interpretar el papel de autonomista indepe, que lo borda, pese a su condición de oxímoron).

Gracias a Vox, Tamames y la jeta impresionante de Sánchez, la delegación europea que venía a interesarse por el uso del programa Pegasus se ha vuelto a casa sin recibir ninguna explicación de las autoridades españolas, hecho del que se deriva el aparente berrinche del Petitó de Pineda, a quien, por si no había tenido bastante con los esquinazos que le han dado en Sudamérica, Pedro Sánchez se lo ha vuelto a rifar de mala manera, como cuando la famosa mesa de diálogo entre la Generalitat y el Gobierno de España que no servía absolutamente para nada.

Entre lo de Sudamérica y lo de Pegasus, yo diría que la autoestima del pobre Aragonès debe estar bajo mínimos. Y si se limitara a ejercer de presidente autonómico, que es lo que es, se ponga como se ponga, se ahorraría esquinazos, encerronas y ninguneos varios. A Pujol lo recibían en todas partes porque iba siempre en condición de caudillo tribal. Con Aragonès, por el contrario, se corre el peligro de que se produzca un incidente internacional a causa de su manía de presentarse como presidente de un país de verdad. Mira que es fácil de entender todo esto, pero no hay manera y luego pasa lo que pasa.